¿Modificar nuestro modelo o continuar como habíamos estado? El estado de las cosas nos conmina a reflexionar sobre el tipo de país al que aspiramos en un contexto que se antoja desafiante.
Un estudio de la Universidad de Stanford sobre los empleos que la inteligencia artificial arrebatará a los humanos nos habla de que los oficios manuales resistirán hasta lo último antes de ser asumidos por máquinas: plomería, operadores de equipos agrícolas, cocineros, lavaplatos, cortadores de carne, aves y pescado, empacadores de carne, etc…
Es decir, oficios que requieren alta habilidad manual, pero no demandantes en cuanto a valor agregado, digamos, intelectual.
Si esto se confirma, el estado del mercado laboral cambiará de una manera escalofriante. “Los Supersónicos”, las caricaturas futuristas de hace más de 40 años nos planteaban un porvenir donde las máquinas iban a asumir precisamente las tareas físicas para dejar al ser humano en condiciones de amplia comodidad.
Stanford dice que no. Quien haga cartas, analice datos, genere reportes, haga presentaciones, escriba guías, diseñe logotipos, edite videos, dé clases, todo ello; pronto quedará a merced de la inteligencia artificial.
En ese contexto, suena atractivo para quienes pagan los sueldos de esas profesiones ahorrárselos para que lo hagan robots o algoritmos parecidos a ChatGPT. Si eso es así muchos nos quedaremos sin trabajo.
De aquí a 10 o 15 años el panorama de empleos se transformará dramáticamente. Por eso no es descabellada la visión de Yanis Varoufakis, el economista griego quien vislumbra el nuevo “Tecno feudalismo” (su libro más reciente), donde se verá cómo esta nueva era de inteligencia artificial recrudecerá la concentración de la riqueza en muy pocas manos.
En ese contexto se multiplicarán las empresas que valen miles de millones de dólares y promediarán 200 empleados. Los réditos de esa optimización irán al bolsillo de un feudocapitalismo: cada vez menos empresas concentrando más.
¿A qué le apostará el México de ese futuro? Muchos todavía hoy cuestionan la pertinencia de los cambios propuestos por la Cuarta Transformación y eso que este gobierno no se fue a fondo. López Obrador no planteó la progresividad de los impuestos: solo prometió que todos paguen su justa parte, siendo esto lo que ya estaba tasado previamente en las leyes.
¿Hacia dónde se dirige el futuro? En el contexto de la concentración de la riqueza en pocas manos gracias a los avances de la tecnología, ¿le daremos nuestro voto a los políticos que hablen de impuestos progresivos o los satanizaremos por ser “socialistas”?
Vienen meses de discusión. Y lo que se vislumbra es una nueva versión de lo mismo.
La precampaña y campaña presidencial versará, una vez más, sobre López Obrador. Lo discutiremos ya como el peligro para México con sus recetas implementadas resultando en un país cayéndose a pedazos, según los pregoneros de la catástrofe, o de una elemental puesta al día en cuanto a demandas sociales se refiere.
Mal haremos situando la campaña solamente en López Obrador, ya que sus principios podrán servir para un proyecto de nación a futuro, pero el ya será referente histórico para valorar su trabajo y buenos o malos resultados: una nueva versión de una discusión que nos acecha desde hace casi 20 años; sólo que ahora tendremos una gama de datos duros y blandos para procesar.
López Obrador, para poderlo valorar en su justa dimensión (sin filias ni fobias) necesita irse; sin más. Ya falta menos.
¿Qué sigue para México? Ojalá no nos estacionemos en la obsoleta discusión de capitalismo contra socialismo (o cualquiera de esas variantes), o Fifis contra Chairos. La magnitud de nuestros desafíos trascienden a nuestras fronteras y los tonos de la discusión y los elementos que necesitaremos demandan altura de miras.
Deberemos discutir sobre el futuro que nos espera con las máquinas esperando su turno para asumir muchos de nuestros trabajos.