El electorado tiene ante sí la oportunidad de recomponer el sistema de partidos. El tsunami Morena de hace seis años fue un golpe de autoridad soberana ejercido por el pueblo del cual el PRIAN y el resto de los poderes fácticos detrás de ellos no terminaron de sobreponerse.
Todos intuían la victoria de López Obrador, pero conservaban dudas de que fuera viable en términos prácticos. Es decir, pendía sobre el proceso la posibilidad del fraude o la nulidad. Nada de eso sucedió y un factor clave fue la abrumadora diferencia entre el primero y el segundo lugar. Habló el pueblo y lo hizo claramente.
Las democracias son mecanismos de representación donde el voto es el elemento clave de realidad que pone las narrativas en su lugar, sea para darles la razón o descartarlas.
Todo indica que el electorado comprará la narrativa de la transformación. No con displicencia militante, sino con ánimo de vigilancia. Si algo nos enseñan las democracias es que los electores, expectantes en la competencia de partidos y candidatos, no tienen mucha paciencia para esperar resultados.
Falta ver si el “Plan C”, en el que insiste el presidente, cuaja para dar a la coalición de la 4T la mayoría calificada para profundizar en términos constitucionales los cambios que se han propuesto.
De lo que cada vez quedan menos dudas es de que Claudia Sheinbaum será la primera mujer en portar la banda presidencial y conducir los destinos del país.
La certeza proviene en este caso de la diferencia entre primer y segundo lugar. El primer debate no dio impulso a nadie. La aguja no se mueve.
Hasta aquí lo que se vislumbra para el 2 de junio, pero ¿qué acerca de lo que pasará en materia de composición de las cámaras?, ¿cómo quedarán los partidos que integran las coaliciones?
Aquí la curiosidad no es sobre la composición de las cámaras, sino sobre cómo quedarán el PRI, PAN, PRD, Morena, PT y Verde, los principales partidos nacionales.
El destino de los partidos en su evolución política, modificación ideológica y doctrinal y capacidad de renovación de cuadros lo determina el poder al cual acceden.
Por eso el 2018 fue una hecatombe para PRI, PAN y PRD. Y de ello asistimos al derrumbamiento de un sistema de partidos que comenzó a gestarse desde los años 80 de siglo pasado y conservó el poder hasta 2018.
Hay quienes albergamos la sospecha de que el morenismo todavía no se consolida y tampoco lo hará en los mismos términos de un partido homogéneo, como por décadas lo fueron el PRI y el PAN, hoy baluartes de la derecha y el pensamiento neoliberal.
Y hablando de ellos, ¿qué sucederá? ¿Se fusionarán en uno solo? ¿Se quedarán los más asiduos, o conservarán el lucrativo cascarón otros, como ya hoy lo hacen los chuchos con el PRD?
El sistema de partidos no ha terminado de transformarse y ahora vive el dolor kafkiano de la metamorfosis.
Como ciudadanos debemos hacernos cargo desterrando la falacia de que “todos los partidos son iguales, no hacen falta y prescindamos de ellos”. Esa mentira perniciosa es el argumento perfecto de la despolitización que conduce al ciudadano a convertirse en lo que en la Grecia clásica se llamó ‘idiotes’, término empleado para quien, teniendo el derecho y la responsabilidad de involucrarse en las cosas públicas, rehúsa hacerlo.
Ejercer nuestra soberanía en conjunto pasa por dar destino a los institutos políticos para que se reorganicen, recompongan e inclusive se refunden y den forma a un nuevo sistema de partidos que, para variar y por fin esté al servicio de los ciudadanos.
La elección como indicio de normalidad democrática pasa porque en el contexto de la participación, consolidemos al sistema.
Y eso lo lograremos votando a conciencia este 2 de junio.