Un falso original
Ahora que tanto se ha discutido en torno al plagio y la deshonestidad académica, me vino a la mente el tema de la apropiación y el plagio en el mundo del arte. Aunque parecen sinónimos, ciertamente ambos términos involucran cosas muy distintas. En las artes visuales, por ejemplo, un autor podrá haber copiado un tema, un motivo o una idea de otro y alegará que la transformará “creando” algo nuevo; a eso se le denomina apropiación. Como ejemplo, le puedo mencionar los numerosos casos en los que diseñadores de moda utilizan motivos simbólicos de la vestimenta de pueblos originarios para insertarlos en sus diseños, sobre los que terminan clamando una supuesta originalidad. Por otro lado, el plagio involucra la intención de hacer pasar una obra ajena como propia, intentando engañar a cierto grupo de personas para obtener un beneficio económico o académico.
En los anales de la historia del arte pocos casos de plagio han sido tan sonoros y controversiales como lo fue el de Han Van Meegeren en 1945. Miles de obras de arte fueron saqueadas por los nazis para embelesar sus casas y palacios. Van Meegeren había sido hasta entonces un pintor menospreciado por los críticos holandeses, quienes nunca vieron talento ni originalidad en su obra. Sin embargo, como si fuera una venganza artística, Van Meegeren se dedicó a estudiar meticulosamente las obras de un paisano suyo que vivió 300 años antes: Vermeer.
Vermeer fue uno de los grandes maestros del barroco. Sus pinturas son ejemplos extraordinarios del manejo de la luz y de la representación de lo cotidiano, lo apacible y lo mundano, con lo que se ganó un lugar dentro de la historia del arte. Vermeer no se hizo rico con sus pinturas ni vislumbró en vida la fama que el tiempo le quedaría a deber. Pero tres siglos después, sus obras fueron revaloradas y buscadas por coleccionistas, marchantes, museos y…. los nazis.
Van Meegeren aprovechó la situación para comenzar a falsificar las obras de su coterráneo barroco. Creó una serie de pinturas que legitimó como una supuesta serie de cuadros perdidos del gran maestro y las vendió como tales. Ganó millones; en breve contaba con un patrimonio económico sustancioso entre casas y palacios por toda Europa. No obstante, la verdad apareció. En 1945 fue juzgado por falsificación y fraude ante la atónita vista de aquellos que todavía no podían creer que hubiera creado las obras que engañaron incluso a los críticos de arte más reconocidos. Y es que además de talentoso, resulto ingenioso; creó un método químico para envejecer sus pinturas para que lucieran como si los siglos hubiesen pasado sobre ellas.
En la época, el juicio fue tan sonado y el plagio tan especulado como lo ahora es el tema de la dichosa tesis. Para demostrar que realmente se trataba de falsificaciones y que no se había beneficiado de la venta del patrimonio holandés, Van Meegeren tuvo que pintar un óleo en pleno juicio. En ese momento todos se convencieron de la realidad; aceptaron que fueron engañados e incluso, el plagiario se salvó de la pena de muerte, aunque no de la cárcel.
La experiencia dejó varios puntos para analizar. El talento, que alguna vez fue demeritado, pudo engañar a quienes se consideraban los mayores expertos del barroco holandés. Si el estilo es lo que valoramos como una de las cualidades más importantes de un artista y éste se puede copiar sin problema ¿entonces cuál es esa característica única de un objeto artístico? Una respuesta posible es la originalidad, ya que aunque Van Meegeren pudo copiar con maestría el estilo y la presión de pincelada, no fue él quien por primera vez retrató esa luz ni esas escenas cotidianas que en el siglo XVII eran vistas como una indigna de representación
Finalizo estas líneas reflexionando acerca del hecho de que crear no es un acto sencillo. Se requiere -incluso en la elaboración de una tesis- un toque de creatividad y otro tanto de esfuerzo para pintar, esculpir y escribir algo desde cero. En el caso de Van Meegeren la justicia lo alcanzó a pesar de haber demostrado por todas las de la ley que, en efecto, era talentoso. Pero su falsificación no dejó de ser un acto deshonesto con la intención de engañar. Minimizar la deshonestidad académica o creativa, no abona para nada en la construcción de un país menos corrupto, por el contrario, nos vuelve cómplices de un engaño en el que participamos todos.