Los libros, los recuerdos y la historia
Ahora que tanto se ha puesto de moda hablar sobre los libros de texto gratuito, pensaba en que poco se ha dicho acerca de lo que éstos han significado para muchas generaciones. En conversaciones familiares o con los amigos, me he dado cuenta de que hay una especie de impronta que se resguarda en los recovecos de nuestra memoria infantil y se queda ahí, entre los recuerdos de recesos, tortas de jamón y salidas de clase.
Algunas personas -que crecieron en los 90 como yo – se acuerdan del Atlas de Geografía que por su tamaño se convertía en el pasajero odioso de nuestras mochilas. Otros recuerdan cuentos como los de Paco el Chato o la Sopa de Piedra o incluso, mencionan obras de la literatura universal como el Fantasma de Canterville fomentaron un interés por las letras.
Particularmente yo recuerdo mis libros de Historia de México. El de cuarto de primaria se quedó en mi memoria con aquella portada donde aparecía un incendiario Miguel Hidalgo a quien José Clemente Orozco pintó demasiado cansado como para liderar una lucha de independencia. Pero más allá de la imagen, esa clase y ese texto, significaron para mí el nacimiento de una vocación. Disfrutaba el viaje canónico y lineal por la historia que, si bien era profundamente oficialista, implicó mi primer acercamiento con la historiografía nacional. Porque sí, hay que decirlo, en aquel entonces los contenidos históricos se vertían a través de un cuidadoso ejercicio de selección a cargo de historiadores de la talla de Josefina Zoraida Vázquez, quien colaboró por años en la elaboración de los contenidos históricos de los libros de texto gratuitos. Y ahí estaba yo, navegando por la lectura de los “fundadores” de la nación mexicana, entre pinturas, mapas y texto.
Al paso de los años le perdí la pista a los libros de historia de la CONALITEG, hasta hoy. Como seguramente ya lo sabe, la división por materias o áreas del conocimiento ha desaparecido para ser reemplazados por ejes temáticos que contienen información sobre distintos temas. Las nuevas generaciones no tendrán un libro de Historia; en su lugar, se ha lanzado un texto titulado “nuestros saberes” en el que se vierten contenidos de los más disímiles que, en el caso del libro de cuarto año de primaria, van desde la biología hasta la lógica consumista del capitalismo con una embarrada de historia de México resumida con la frase “trescientos años de intercambio cultural”.
Yo no poseo la profesionalización pedagógica necesaria para emitir un juicio contundente sobre estos cambios que han levantado las cejas de muchos, polarizando más a la ya de por sí polarizada población. Pero como una persona que eligió la historia como camino profesional y como docente de la misma disciplina, me pregunto ¿qué clase de conocimiento histórico se quiere enseñar si vamos a resumir 300 años de historia en tan solo 10 páginas contenidas en “300 años de intercambio cultural”?
En aras de la honestidad, también hay que mencionar un texto de apoyo multigrado denominado “Nuestros saberes. México, grandeza y diversidad”, donde sí tenemos un despliegue informativo sobre la historia de nuestro país que, sin embargo, no ha superado esa percepción del pasado maniquea y oficial que tanto se ha criticado desde hace años. Sin embargo, es un libro de apoyo, complementario y por tanto, superficial para quien decida verlo así. En los textos centrales casi no hay historia, eso es un hecho.
Así que regreso a la idea central: los libros de texto sí marcan generaciones, sí despiertan hobbies o incluso fomentan vocaciones, como en mi propio caso. Sé bien que los libros de texto no tienen porqué formar historiadores, ni químicos, ni literatos; pero sí tienen la obligación de dar los conocimientos suficientes para enriquecer la memoria colectiva.
A fin de cuentas, parafraseando a Juan Brom, la historia no solo tiene el objetivo de conocer y comprender nuestro pasado para entender el presente, sino también de dar las herramientas para transformarlo y vaya que eso nos hace falta.