85 años del INAH
Como escribí hace unas semanas, este 2024 está lleno de aniversarios importantes en el contexto cultural y artístico tanto nacional como internacional.
El 3 de febrero, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) cumplió 85 años desde su creación como organismo rector y protector del patrimonio arqueológico e histórico de México. ¿Pero por qué es importante? ¿Y qué nos dice su aparición de nuestro proceso histórico nacional?
La recuperación del patrimonio histórico en México coincide con un proceso de construcción de identidad nacional basada en la recolección de un pasado que funcionaba -y funciona- para abanderar posturas políticas del presente.
Pero empecemos desde el principio. La historia del INAH bien se puede remontar a la época en que la necesidad de buscar en el pasado las raíces de lo mexicano, llevaron a crear un primer museo nacional.
Fueron los intelectuales de la primera mitad del siglo 19 quienes, acorde al espíritu de la época, buscaron emular el espíritu científico y humanístico de otras partes del mundo, propugnando por la democratización del arte o la cultura a través de instituciones como los museos, democratizando de esta manera colecciones científicas, botánicas, arqueológicas o artísticas que antes permanecían en la privacidad de palacios y casonas.
En México, estos intentos coincidieron con el proceso de formación de un Estado Nacional que requería echar mano de la historia patria para construir una identidad común. Esa construcción identitaria fincó sus raíces en la recuperación de los vestigios prehispánicos, en un intento por redescubrir lo verdaderamente nacional, sin intervención o influencia de un pasado colonial que había dejado una herida aún supurante.
Este primer museo conjugó las colecciones del Conservatorio de Antigüedades y el Gabinete de Historia Nacional, manteniéndose así hasta que, con la llegada de Maximiliano durante el Segundo Imperio, se promovió su restauración e institucionalización.
Y aunque pasaron muchos años para que se creara el marco normativo que protegiera todo aquello que estaba fuera de las paredes del museo, la conciencia del patrimonio ya estaba plantada.
En 1868 se decretó que el patrimonio arqueológico, histórico y cultural pertenecía a la nación, un hecho que nacía como respuesta al saqueo a mansalva de vestigios arqueológicos, pinturas virreinales y otros objetos que quedaban a merced del mejor postor.
Sin embargo, no fue sino hasta 1897 que se estableció por primera vez la protección legal del patrimonio cultural enfocándose directamente en los monumentos arqueológicos que continuaban siendo el foco principal de los proteccionismos patrimoniales.
En 1916 se proyectó la ley sobre la Conservación de Monumentos, Edificios, Templos y Objetos Históricos o Artísticos y en 1922 la Ley sobre Monumentos y Objetos Arqueológicos en pleno auge de la arqueología y antropología mexicanas.
De manera casi paralela, el interés por los vestigios del periodo virreinal parecía descongelarse; después de la animadversión liberal y nacionalista por el pasado español, la construcción de la identidad mexicana trató de reconciliar lo prehispánico y lo europeo en la idea del mestizaje, bajo la narrativa de la gloriosa raza de bronce.
Por ello, en la búsqueda de hallar lo propio, se revaloró el patrimonio colonial como una manifestación particular del arte y la arquitectura: ni indígena ni europeo, una producción cultural mestiza que se posicionaba como la esencia de la mexicanidad.
Con estos pilares labrados, en 1939 la institución protectora del patrimonio se materializó la fundación del Instituto Nacional de Antropología e Historia bajo decreto de Lázaro Cárdenas.
Este 2024 son 85 años de “conservar y restaurar monumentos arqueológicos e históricos, (…) acercar a todo público el conocimiento de su memoria histórica y posibilitarle el goce y disfrute de la vasta riqueza cultural del país”, según el propio portal del INAH.
Sin embargo, a casi 100 años de su creación cabría preguntarse en qué punto hoy el conocimiento del pasado y sus vestigios nos ayudan a forjar una nación, en un contexto donde proyectos como el tren maya son avalados en detrimento del patrimonio natural y arqueológico de todos los mexicanos.