Tantas voces
Es el último miércoles de 1914 -30 de diciembre-. La luna está a horas de arribar a su fase llena. El frío invernal arrecia. Estamos en la vetusta ciudad de Zacatecas. Todo el día hay propalación de palabras, dichas y leídas, en lugares móviles y establecidos. Hay algarabía y ruido -atrás ha quedado el luto y la desolación de los aciagos días de junio. No obviar, es el año de la batalla a la que se le atribuyen triunfos y derrotas totales, además se ligan mitos de la Revolución Mexicana-.
Vayamos al ras de la calle. Miremos para escuchar: suceden conversaciones dentro del tranvía. Se hacen mientras va el recorrido habitual: de la estación del ferrocarril y de la Villa de Guadalupe a la calle de Tres Cruces -parte norte de la actual avenida Hidalgo-. Las palabras conviven con los ruidos del vehículo. Aunque trepidantes las cajas, las ruedas de los carros van sujetas a las vías. La unión es merced al peso del armatoste. La velocidad depende de los animales que halan al vehículo.
Los hidrantes públicos son otros lugares de sociabilidades. Existen diferentes llaves públicas: en Juan Alonso -avenida López Velarde-; en Lancaster; en san Francisco; en las plazas de Vivac, San José e Independencia. Hay más en otros enclaves populares. El agua se distribuye desde los depósitos situados en Los Arcos, La Filarmónica, Los Gorriones, Santa Clara, El Edén y La Encantada.
Junto al depósito de La Encantada estaba un jardín. El responsable de la máquina para distribuir agua, también funge como jardinero del lugar. A ese espacio iban los estudiantes del Instituto de Ciencias para hacer prácticas de botánica. Luego, por la distancia y la perniciosa vagancia, los jovenzuelos debieron estudiar en las plantas del jardín Juárez. Cuánta algarabía pudo ocurrir en el trajinar de los estudiantes.
Los impresores García siguen procurando un cajista y un prensista para elaborar el periódico vespertino Siglo XX. Cuánto ofertarán como salario. Quién sabe. El periódico tiene precio fijo de 5 centavos. Los gendarmes ganan un peso 25 centavos diarios. El carcelero percibe 75 centavos. El maquinista de La Encantada recibe 50 centavos.
En varios muros asignados por el ayuntamiento de la vetusta ciudad de Zacatecas están pegados papeles oficiales. Es el decreto que avisa quiénes son los nuevos magistrados del Tribunal de Justicia -no olvidar, desde junio no existe el Poder Judicial-.
Un pregonero del periódico Siglo XX ayer gritó que la cuestión agraria era la causa principal de la Revolución. Hoy el pregonero grita que el presidente Eulalio Gutiérrez ordena el cese de plagios, detenciones y secuestros ilegales. Los impresores García anuncian su deseo de comprar un fonógrafo Victor.
En la casa uno del jardín Independencia no tienen criada. Ofrecen el empleo. Los requisitos: buenas recomendaciones y que la mujer sepa guisar. El sueldo era generoso: 10 pesos. Se ignora si eran mensuales o semanales. El salario semanal del secretario del ayuntamiento de la vetusta Zacatecas es de 12.25 pesos.
En el quehacer político, la inminente instalación del Supremo Tribunal de Justicia hace especular. El ingeniero Lorenzo de la Trinidad Villaseñor es el encargado de las ternas de los abogados propuestos. Villaseñor era el decano profesor de química en vetusta. En su hoja de vida están sus vínculos antirreeleccionistas, liberales y positivistas. También está que fungió como director del Instituto de Ciencias.
No obviemos: el profesor es padre de Gustavo Adolfo. Este joven de 1888 será diputado constituyente en Querétaro. Otro dato: el profesor y familia son vecinos de los Cabral del Hoyo -el bebé de estos es Roberto, éste algún día será poeta-.