GABRIELA BERNAL TORRES
GABRIELA BERNAL TORRES

Camino a La Bufa

Todos los 14 de septiembre, desde que tengo memoria, mi madre se prepara para subir caminando afanosamente el cerro de La Bufa. Mi abuelo, realizaba el mismo recorrido antes que ella, y probablemente antes que él, lo hizo mi bisabuelo.

Como prueba de ello están los numerosos distintivos que mi abuelo acumuló a lo largo de años participando en la procesión. “1930” señala el más antiguo, junto con la leyenda “Gremio de Carniceros y Tablajeros de Zacatecas”. En la misma fecha de septiembre subía en compañía de todos sus compañeros de oficio, quienes, acompañados de su familia, agradecían a la patrona de Zacatecas por todos los favores recibidos.

Esta tradición tiene una historia que se puede rastrear hasta el origen mismo de la ciudad. Desde la propia fundación se sabe que los conquistadores dedicaron el descubrimiento de las minas de plata al Rey de España y a la Natividad de María, celebrada el 8 de septiembre. A partir de ahí, no había escenario o acontecimiento que no se encomendara a la intercesión milagrosa de la Virgen.

Desde el siglo 16 existió una pequeña capilla en el sitio en el que, según la tradición, aparecía la Virgen María con el objetivo de suavizar la beligerancia indígena. El inclemente paso del tiempo hizo que este oratorio terminara desapareciendo y en la primera mitad del siglo 18 el conde de Santiago, Joseph Rivera Bernárdez, costeó de su propio peculio la construcción de un nuevo templo para la Virgen del Patrocinio; una devoción que el rey Felipe IV había estado promoviendo en los territorios hispánicos y que se extendió por muchas ciudades de Iberoamérica, incluso en la tierra natal del mismo Rivera Bernárdez.

Iconográficamente, la Virgen del Patrocinio coincide con el modelo de representación de la Virgen de los Remedios, la primera imagen mariana con la que contó nuestra ciudad; ambas llevan en su mano siniestra al Niño en brazos, mientras que en la mano derecha portan el cetro. La media luna bajo sus pies y los rayos de sol circundantes, recuerdan a la imagen apocalíptica de San Juan.

El templo pagado por Rivera Bernárdez se dedicó en 1729 con los consabidos regocijos. La Gaceta de México nos aporta varios pormenores de la fiesta; gracias a la publicación se puede saber que para tal solemnidad se realizaron comedias, corridas de toros, fuegos artificiales, procesiones, banquetes y la infaltable misa.

No obstante, menos de un tercio de siglo después y a pesar de todo el boato con el que se dedicó, el templo cayó en el abandono. En palabras del entonces rector del colegio de San Luis Gonzaga, el padre Mariano Bezanilla y Mier, el recinto sagrado se había convertido en “cueva de ladrones e infames tratos, cuartel de vicios e iniquidades”, cayendo en el total descuido.

Este mismo sacerdote, movido por la intención de promover la devoción mariana, comenzó a convencer a los vecinos de la ciudad para reconstruir el templo y regresar la imagen de la Virgen al altar original de donde se retiró al ver la ruina que amenazaba al recinto. En 1790, con el celo devoto que caracterizaba a Bezanilla y Mier, se iniciaron las labores constructivas que culminaron cinco años después con la reparación total del santuario. Para la dedicación, se tuvo la presencia de todos los sectores de la población, quienes subieron en peregrinación al emblemático sitio tal cual se hace en nuestros días. Esta reconstrucción afianzó la devoción local e implantó una serie de ritos que aún se producen.

El siglo 20 ha visto la presencia no solo de carniceros, sino de transportistas, panaderos, mecánicos, zapateros, estudiantes y un largo etcétera, todos congregados bajo el cobijo de una misma devoción, realizando la misma peregrinación que nuestros antepasados han realizado por años. La peregrinación y devoción a la Virgen del Patrocinio tiene un sello local que huele a historia, una historia que tiene que ver con el propio mito fundacional y que de cierta manera moldea nuestra identidad.


Deja un comentario