Alfonso Carlos Del Real López
Alfonso Carlos Del Real López

El presidente es impoluto e inatacable

Van ya cinco años del ejercicio presidencial de Andrés Manuel López Obrador y los números en distintas mediciones arrojan una verdad absoluta: su popularidad está por los cielos. No recuerdo ejemplo de mandatario nacional que al quinto año de gobierno mantuviera una relación de aceptación de tanta envergadura como la tiene en la actualidad el impulsor de la idea de la Cuarta Transformación en México, salvo Carlos Salinas de Gortari, según algunos registros.

Y aún así hay quienes desperdician tiempo, desde la oposición, atacándolo. La oposición (lo que sea que ello signifique), sigue arando en el mar al tratar de denostar al presidente. Escupen para arriba cuando se debería explorar una alternativa. Me explico.

Al momento de escribir estas líneas, había disponibles en la red algunas mediciones que daban cuenta de la popularidad del presidente López Obrador. Consulté la #AMLOTrackingPoll (“un ejercicio estadístico diario sobre la aprobación o desaprobación de la gestión del presidente Andrés Manuel López Obrador, realizado por Consulta Mitofsky de Roy Campos para El Economista. De acuerdo con Campos, se trata de una medición digital de la función pública”, se lee en la publicación) y la aprobación es de 57.8 por ciento al 11 de septiembre; además, revisé la medición de El Financiero: “El presidente Andrés Manuel López Obrador obtuvo 57 por ciento de aprobación en agosto, con 43 por ciento de desaprobación”. En ésta, vale la pena destacar que, al inicio de su gobierno, AMLO arrojaba una aprobación de 81 por ciento. Eso significa que, del inicio de su mandado a la fecha, el presidente ha perdido solo 24 puntos en su aprobación.

Creo que esto nos debe dar una idea clara de la posición que tiene el presidente. Simplemente como referencia -mas no como una comparación firme y metodológica- hay mandatarios estatales en la actualidad que iniciaron su periodo de gobierno en 2021 (tres años después de López Obrador) y traen aceptaciones de menos de 40 puntos. Él no. Él se ha mantenido arriba, impoluto, resistente al ataque y, hasta socarronamente, hace referencia a ello. Se ha llegado a burlar de los esfuerzos (¿?) de opositores por denostar su figura o su gobierno.

Hay mandatarios que, por ejemplo, traen números bastante interesantes dado el tiempo que llevan ejerciendo el Poder Ejecutivo en sus estados. Según las mediciones de Mitofsky, por ejemplo: Mauricio Vila de Yucatán por el PAN, después de casi cinco años, tiene un 61.9; en segundo lugar, en San Luis Potosí, Ricardo Gallardo Cardona, del PVEM, trae casi 60 por ciento de aprobación tras menos de dos años en el cargo.

El caso de Miguel Riquelme Solís, del PRI, en Coahuila, es muy peculiar, pues a menos de dos meses de dejar el cargo tiene también casi 60 por ciento de aprobación (recordemos que el Revolucionario Institucional retuvo esa gubernatura en la elección de junio); en Sinaloa, Rubén Rocha Moya tiene 59 por ciento, y en Aguascalientes, la gobernadora panista Teresa Jiménez Esquivel registra un 57 por ciento, ambos con muy poco tiempo gobernando.

No me haga mucho caso, pues no soy experto en mediciones ni en campañas electorales. Solo pongo sobre la mesa algo que a unos ciudadanos nos puede parecer digno de revisión: ¿por qué los partidos de oposición siguen perdiendo tiempo y desgastando energías en atacar la imagen del presidente López Obrador de cara a las elecciones de 2024, en lugar de analizar una estrategia o ejercer una narrativa diferente?

Porque salvo su mejor opinión, hasta ahorita, por más que se ha dicho, por más que se ha ventilado, por más que se ha señalado, por más que se ha confrontado, los otros datos que maneja el presidente se han impuesto en el colectivo. Cada intento de señalamiento mordió el polvo por distintas razones, entre ellas, la presencia mediática del primer mandatario del país, la nula confianza de la ciudadanía en los partidos políticos y la larga cola de algunas personas que se han querido subir al ring contra él.

El presidente ha sido muy claro desde hace mucho tiempo: “por el bien de todos, primero los pobres”. Todos sabemos que en ese estrato social recae un gran número de las simpatías que tiene el Ejecutivo y es muy difícil permear sin el aparato del Estado a través de programas sociales, por ejemplo. Dicho de otra forma, ahí tiene una base electoral fuerte. Entonces, ¿por qué seguir en esa línea de discurso donde se señala al presidente que, a ojos de muchas personas de situación vulnerable, es quien les ha dado un apoyo nunca visto?

Hay quienes ven, pero no entienden que la elección se perfila para ser una especie de plebiscito o referéndum no del gobierno de Andrés Manuel, sino de su figura en el ejercicio de gobierno. Y atacar su figura es echarle leña al fuego para que crezca la flama de su preferencia.

La alternativa puede ser construir una narrativa de nuevos perfiles para mejores gobiernos, incluso haciendo uso de algunos elementos de las políticas lopezobradoristas. La vía de la ciudadanización no necesariamente tiene que prescindir de la partidocracia, sino montarse en ella para empujar nuevos perfiles, discursos distintos, más capacidades.

El caso de López Obrador es único. Es un presidente impoluto para muchos y cada ataque lo hace parecer más mártir. Como un mesías, pues. La pregunta es si para la oposición será conveniente seguir ese camino o explorar alternativas. El presidente es inatacable. Es inmune a los ataques opositores y, por si fuera poco, su figura se alimenta de ellos…


Deja un comentario