Dicen que alguna vez un filósofo griego aseguraba que no había que confiar mucho en los que siempre andaban peinados, y es que quién sabe entonces, pero ahorita seguro que hay que dedicar una buena parte del día a lucir conforme las reglas en turno de la buena apariencia, no vaya la gente a andar demasiado harapienta que luego sea confundida con vagabundos, jipis o ya de plano con alguien a quien poco le importa el mentado quedirán, porque resulta que además de agradarle al ente que siempre se anda reflejando en los espejos, también hay que buscar la aprobación social mediante algunos criterios sobre la apariencia, y así -entonces- poder estar dentro de los parámetros considerados normales para andar siendo y luciendo medianamente atractivos, y no como un despeinado filósofo, de esos que luego resultan con mala fama en eso de pretender verse bonitos.
Afortunadamente, no hace falta filosofar para decirle bello a lo que conmueve y resul- ta agradable de contemplar, pero nomás poquito y de vez en cuando porque puede, que luego de tanto, como aseguraba otro menos griego asegurador, hasta la belleza canse, por eso quizás surja necesario un momento en el día que sea posible desprenderse de todos los corporales adornos, esos que ayudan a perseguir el agrado del portador y por supuesto, de su bello público, el mismo encargado del mentado quedirán, y es sólo entonces que la desadornada gente puede volver a ser tan cómodamente fea como les sea posible y, ahora sí, darse el lujo de andar tan despeinada y harapienta que hasta parezca suficientemente confiable, por supuesto, bajo esos presumiblemente parámetros griegos.
Lo peor que puede pasarle a los feos, además de no resultar confiables, es que luego les anden haciendo el fushi, que es algo así como el expreso desagrado cuando algo resulta oler medio mal, y es que también en las funciones del mentado quedirán, se permite obtener cómodas y expresas deducciones, así que, si algo se ve mal, seguramente también así ha de oler y por lo tanto, así ha de ser; lo feo resulta entonces sinónimo de desagradable y que mejor debería evitarse, entonces pobrecilla de la gente que se siente fea por la voluble desaprobaciónsocial, quizás alguien le hizo el fushi y terminó por convencerse de que los espejos dicen la pura verdad; por otro loado, pobrecillos también de los bonitos que se privan frecuentemente de gozar satisfacciones exclusivas a los despeinados, a los medio feos despreocupados por el agrado social, aprovechantes orgullosos de su déficit estético personal.
Entonces convendría diferenciar lo bonito de lo bueno, aunque en términos filosóficos, la belleza, si es que existe, estaría más allá del bien o el mal, al menos así lo aseguran los casi siempre despeinados pensadores; la cosa está en que eso de ser bonito pudiera contener también carga moral, la de una belleza en turno regida por intereses, de otros quizás también feos, pero lucrativos, los que ofertan productos dirigidos a los que reniegan de su percibida apariencia, soluciones mercantiles para los menos agraciados, para los feos que no quieren verse normal, porque lo normal es ser feo, pero querer ser bonito o más o menos así; algo tendrán los fellitos que por más que se peinan, nomás no alcanzan a ser bonitos, lo bonito podría entonces ser parámetro contextual, un objetivo adquirible, pero fugaz, según espacio y tiempo determinados; ya viéndolo así, cualquiera podría ser feo en el momento y lugar adecuado.
La belleza, por lo tanto, podría asociarse siempre al tiempo, el tiempo de un cuerpo saludable, joven y por lo tanto bello, al tiempo de juventud, probablemente lo esté, de tal modo que si lo joven es bello, lo viejo no tanto, quizás por eso nadie quiera envejecer día con día y de ahí surja la preocupación constante por seguir luciendo peinado, bonito y joven, permanentemente bello, de perdido, aparentarlo, aunque irónicamente eso de ser joven sea más bien no preocuparse y tener poco interés en lo que sólo preocupa a los viejos, que no pase el tiempo tanto ni tan de prisa; ser joven entonces sea, quizás, no preocuparse tanto ni tan seguido, dejar que el viento corra, que pase aquí y ahora, y entonces, quizás sólo entonces se pueda andar despreocupadamente despeinado, sin que importe tanto el quedirán, en una de esas, según los mismos y supuestos griegos criterios, se podrá ser cómodamente feo y, tal vez, hasta confiable.