Valorar para conservar
Bajando por la calle Cinco Señores hay una pequeña capilla cuya estrechez provoca que se pierda entre el cotidiano trajín de una zona comercial y concurrida. Se trata del templo de la Sagrada Familia, un espacio donde una amplia multitud de fieles católicos se reúne todos los domingos, tal como lo hicieran en otros tiempos los habitantes de la Hacienda de Cinco Señores.
El pequeño templo acusa ya el paso del tiempo. Su interior no resguarda nada de lo que alguna vez fue; por el contrario, sus paredes lisas hablan de las más recientes y nada afortunadas restauraciones, aunque su fachada aún ostenta ese cuidado ornamental que la cantera no puede ocultar a pesar de los siglos. Y es que como muchos rincones de nuestra ciudad, este diminuto templo guarda parte de nuestro pasado colonial de atavismos mineros; de manera modesta y nada ostentosa, nos invita a hacer un viaje en el tiempo a una zona que por mucho tiempo fue periférica, pero primordial en la capital zacatecana.
Esta iglesia fue parte del complejo arquitectónico que constituía la hacienda de 5 Señores. A pesar de que mucha gente piensa que el nombre se le debe a cinco afanosos mineros que ostentaban el título de propietarios de la mina, la realidad es que bajo la tradición colonial de fuertes raíces católicas, los cinco señores no son otros que la sagrada familia: Jesús, María, José, santa Ana y san Joaquín.
Dicha hacienda fue de beneficio de plata, o lo que es lo mismo, una hacienda donde se separaba la plata de otros metales mediante el uso de mercurio o sales. A este método se conoció como beneficio de patio, siendo indispensable para esta labor un patio muy amplio con espacio suficiente para extender el metal y así incorporar los reactivos que separarían el metal precioso. Luego, con ayuda de mulas y caballos se revolvía la mezcla con el afán de que el mercurio hiciera su labor, para posteriormente lavarlos y obtener la plata.
Pues bien, sabemos que la hacienda de 5 Señores se fundó en el siglo XVIII para beneficiar la plata de la Quebradilla, mina que por aquel entonces se encontraba anegada, lo que imposibilitaba que pudiera trabajarse. El rico minero José de la Borda llegó a Zacatecas casi en el ocaso de su vida para reactivar la Quebradilla y convertirla en una de las minas más productivas de entonces. Para la época, de la Borda ya tenía fama por su riqueza y destrezas mineras, habiendo dejado testimonio de ello en una de las construcciones barrocas más bellas del país: Santa Prisca en Taxco.
Fue así que para 1781, la hacienda de 5 Señores contaba con 21 operarios: 5 españoles y 16 indígenas y para entonces, su propietario era el bachiller Antonio Sánchez. Debido a que las haciendas coloniales -fuere cual fuere su giro- eran verdaderos microcosmos económicos y productivos, debían estar provistas con todo lo necesario no sólo para la realización de sus cometidos, sino también con lo más urgente para la vida cotidiana de todos aquellos que vivían y trabajaban en estos espacios. Sin duda, una de las partes fundamentales era la capilla: no sólo constituían un resabio de paz entre los duros trabajos de la hacienda, si no que eran el centro espiritual donde se llevaba a cabo desde la fiesta patronal hasta bautizos y casamientos. Por lo regular estaban provistas con todo lo necesario para el culto, desde copones y cálices, hasta lienzos y todo tipo de objetos suntuosos u ornamentales. La ornamentación y riqueza de la capilla era directamente proporcional a la riqueza y fama del hacendado, por ello no es de extrañar que en pequeños pueblos o zonas relativamente periféricas nos encontremos obras de arte que funcionan como ecos de lo que antaño fueron grandes haciendas. La Sagrada Familia posee una fachada sencilla que no se compara con la arquitectura religiosa del centro, pero su trasfondo histórico forma parte de ese pasado minero que tanto nos gusta presumir, que nos moldeó como ciudad en términos urbanísticos y arquitectónicos. Este pequeño templo pareciera estar en el olvido; no hay una placa, no hay preocupación por su estado de conservación y, al parecer, nunca hubo mayor interés más allá de su función como lugar de culto. Valorar es el primer paso para conservar.
Nuestra zona del Centro Histórico es sin duda una de las partes más bellas de Zacatecas, pero conservar y rescatar, debe ir más allá del primer cuadro de la ciudad. El patrimonio histórico también se encuentra en las periferias geográficas de los centros urbanos, donde los barrios también son ecos de dinámicas económicas, históricas, sociales y culturales que siguen moldeando nuestra identidad en la actualidad.