Libertad de expresión presidencial
Muchos recordamos aquellos majestuosos desfiles del día del presidente en México. Bueno, no se llamaba así, pero sí era un día cargado de simbolismo; papelitos de colores verde, blanco y rojo arrojados desde los edificios de las calles de Ciudad de México, en aquel entonces Distrito Federal, por donde transitaba el presidente de la República después de haber rendido su informe de gobierno y dirigido su mensaje político a la nación mexicana.
Aquellos días de opulencia del presidencialismo mexicano, marcados claramente por la permanencia del PRI en el poder, quedaron atrás cuando este partido hegemónico dejo de tener mayoría en el Congreso y la oposición fue apoderándose de la tribuna y manifestando su inconformidad en la sesión en la que el presidente rendía su informe.
Durante los gobiernos priistas era imposible interpelar al presidente, no porque la ley lo prohibiera, sino porque la mayoría del Congreso era de su mismo partido. El presidente era, en aquel entonces, quien tenía la única y la última palabra.
Lejos habían quedado ya aquellos años en los que el presidente desfilaba entre aplausos y papeles de colores por las principales calles de la ciudad.
Esos tiempos de opulencia del rey sexenal habían quedado atrás cuando Vicente Fox no pudo pronunciar su último informe porque la oposición no se lo permitió. El primero de septiembre, como día del presidente, había pasado a la historia.
Al menos eso creíamos, hasta este sexenio, en el que el mandamás decidió dejar de vivir en la casa presidencial de Los Pinos por considerarla “demasiado lujosa”; en su lugar decidió vivir en Palacio Nacional, como si ese lugar no representara mayor opulencia que la casa presidencial.
No conforme con eso, ha decidido reinstaurar el día del presidente, convocando – acarreando – a la sociedad mexicana a una marcha para respaldar su “cuarta transformación”; una marcha que se convertirá en una nueva adulación a su figura presidencial, reviviendo acciones del pasado.
Acaso no es AMLO el que tanto reniega de las acciones priistas, no es él quien ha criticado hasta el cansancio el clientelismo y el acarreo que implementaban sus antecesores en la presidencia para aparentar el respaldo popular.
En qué momento aquellas acciones que tanto criticaba han dejado de ser lo más negativo y reprochable de sexenios anteriores para que en este período presidencial se vuelvan una acción positiva.
Rescatar el día del presidente, aunque sea en otra fecha, marchar a Palacio Nacional rodeado de gente que irá a acompañarlo solo porque son órdenes de sus superiores que no quieren perder el puesto o porque les han prometido algún apoyo, no es una medida muy legítima que digamos y tampoco así logrará reconstruir todo lo que se ha dedicado a destruir en lo que va de este sexenio.
Las marchas son un mecanismo de manifestación de la población en contra del poder represor, que tienen que ser colectivas porque es la única forma en la que la población en su conjunto logra protegerse de las agresiones del poder.
Se le olvida a AMLO que ahora él es el presidente y la población tiene todo el derecho de manifestarse en su contra.
Él ya no es la oposición; ahora él es quien representa al gobierno opresor que reproduce todas las acciones que tanto criticó de los gobiernos anteriores.
Que lejos habían quedado los desfiles de Echeverría y de López Portillo, tanto los ha extrañado que los quiso revivir.