Sin miedo al arte contemporáneo
Acercarse al arte no siempre es fácil. Uno tiene que perder el miedo a no actuar como experto, atreverse a describir lo que ve y siente, sin pretender hacer un análisis de crítico de arte, por más que a veces exista la tentación.
La cosa se pone más difícil cuando estamos frente al arte que no necesariamente intenta representar la realidad tal cual la percibimos, es decir, el arte que no nos expone un paisaje, un retrato, sino que nos presenta ideas. Y ese recelo inicial parece acrecentarse cuando nos acercamos al arte actual, porque dentro de ese gran saco que llamamos “arte contemporáneo” muchos sentimos una gran dificultad.
Podemos sentir que no entendemos mucho, que la obra se nos vuelve lejana, extraña y en el peor de los casos, rara. Algunos incluso acusan charlatanerismo al no ver desplegadas las capacidades técnicas de, por ejemplo, un Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
Personalmente, siempre he tenido cierta prevención al acercarme al arte contemporáneo. Una especie de miedo a esa sensación de extrañeza que uno experimenta al estar frente a algo que no entiende del todo bien y que se escapa de las manos. Sin embargo, en estos días tuve la oportunidad de visitar la exposición temporal Incidencias, en el ex templo de San Agustín y me quedé con un buen sabor de boca.
De entrada, el título es de lo más acertado. Incidir, entre otras acepciones, significa repercutir, causar efecto sobre algo y precisamente, la exposición tiene la cualidad de provocar algo en nosotros.
Obras de Emilio Carrasco, Nono Bandera, Manuel Felguérez, entre otros, reciben al visitante y le exigen hacer un esfuerzo para poder dialogar. Pero más adelante, hay obras que relatan nuestro más crudo presente, visibilizando problemáticas que muchas veces se nos escapan en el vértigo del ahora.
La trata de personas es abordada por Paloma Lizardo, artista zacatecana que retoma la estética de los rótulos situados en todo México para hablar de la problemática. En la obra, una especie de pirámide hecha a través de paneles de yeso con las típicas pintas de grupos musicales que encontramos en todas las ciudades del país, escuchamos testimonios de mujeres y niñas víctimas del trabajo sexual, situando al espectador en ese eco urbano que da voz a esas mujeres que están presentes en las calles de todo el país y que, sin embargo, no son escuchadas, solo explotadas.
Luego, Flor Castañeda y Diana Valdés dialogan a través de sus fotografías el tema del desplazamiento forzado: Líbano y Sarabia, dos puntos geográficamente distantes, pero unidos por un común denominador: huir de la guerra y la violencia.
El fenómeno de la migración se hace presente en las obras de Alejandro Nava, Karina Luna y Leobardo Miranda, haciéndonos reflexionar sobre el éxodo de miles de personas que a diario viajan kilómetros en la búsqueda de una vida mejor. Hormas de zapatos dispuestas por el piso nos remiten a los pasos de la población migrante, mientras que el pequeño hombre metálico que Alejandro Nava situó en un fragmento de malla, nos hace pensar en los muros materiales y simbólicos a los que se enfrentan continuamente los migrantes y desplazados.
La reflexión sobre ser mujer en un contexto violento y desigual se pone sobre la mesa gracias a la obra de Jesse Mireles, quien recupera testimonios de las marchas feministas en Zacatecas, mientras que fanzines (breves publicaciones editadas de manera casera), abren el debate en torno al ser mujer en el contexto actual.
Casi para finalizar, la litoteca de san Agustín enmarca la obra La Gran Chichimeca en un diálogo casi irónico donde los mudos resabios de la arquitectura colonial, en específico del ex templo de san Agustín, conviven con la instalación de cabezas de zacatecos decapitados, cuestionando nuestra propia identidad asumida como colonial que, sin embargo, se construyó sobre el sufrimiento indígena.
Incidencias nos recuerda que el arte -y en este caso, el arte contemporáneo- nos interpela continuamente sobre lo que somos y vivimos. Los temas abordados no sólo se presentan en la contemporaneidad, sino que se cruzan con nuestra realidad local tan lastimada por temas como la violencia. Confrontarnos con imágenes que nos provocan, debería animarnos a perderle el miedo al arte para verlo como un medio más de plantearnos preguntas que muchas veces queremos evitar.