Gabriela Bernal Torres
Gabriela Bernal Torres

Barrios Mágicos: El Niño y San José

 

Habiendo sido absorbida por el crecimiento de la ciudad, la capilla del Niño -ubicada a unos pasos de la plaza Bicentenario- ha sobrevivido el paso del tiempo como el único resto de lo que antiguamente fuera el pueblo de indios del Dulce Nombre de Jesús, típicamente conocido como pueblo del Niño. De todos los barrios indígenas es del que se tiene menor información y ni siquiera una placa conmemorativa ha guardado la información de aquella zona habitada por indígenas.

Situado a los márgenes del Arroyo de la Plata, entre derivaciones del caudal como lo fueron los arroyos de Montalvo y del Cerrillo, fue poblado por texcocanos provenientes del centro de México. Nunca tuvo una población importante, a pesar de que su existencia se puede rastrear desde el siglo XVI; incluso diversos investigadores señalan que para 1722, el pueblo apenas contaba con 29 casas, lo que para la época es muy poco.

Si bien en un inicio no había minas en la inmediata proximidad, este espacio se caracterizó al paso del tiempo por albergar ladrilleras o adoberas. Al finalizar la época colonial, terminaría por unirse con otra zona con conocida como “el Cerrillo” donde en el siglo XIX se instalaría una mina que daría el nombre que dicho territorio mantiene hasta la actualidad “el Lete”. Un chacuaco quedó como testimonio silencioso de aquellos afanes industriales de un territorio que mantiene hoy un sinnúmero de viviendas.

Como señalé en entregas anteriores, todos los barrios de indios se encontraban bajo la jurisdicción espiritual de un convento. En el caso del barrio del Niño, fue potestad de los agustinos administrar su capilla y controlar los avatares religiosos de su población. Gracias a la creatividad de los planos coloniales y al afán de sus autores por representar las edificaciones de aquel entonces, se puede apreciar que la capilla original no sobrepasaba la altura ni las dimensiones de otros templos de pueblos indígenas; la pequeña capilla que vemos hoy en día fue una reconstrucción de tiempos posteriores que investigadores como Claudia Magaña sitúan como la capilla de la famosa hacienda de Juan Alonso.

Al igual que otros barrios indígenas, el pueblo del Niño contaba con todos los elementos para la subsistencia de su población. En este caso, el abasto de agua estaba asegurado con los manantiales que se desprendían del arroyo principal y que mencionamos anteriormente, mientras que se contaba con un sistema de huertos familiares que funcionaban como parcelas de autoconsumo, las cuales finalmente se fueron perdiendo con el crecimiento y desarrollo de la ciudad; sin embargo, en el paisaje urbano aún es apreciable un patrón de asentamiento particular en éste y en todos los que fueron barrios de indios.

 

Finalmente, muy cerca del barrio del Niño se encontraba el barrio de San Joseph o San José. Se situaba muy cerca de la ya nombrada mina de Juan Alonso -hoy avenida Ramón López Velarde-, rememorada en el lenguaje de los zacatecanos hasta hace muy poco tiempo. Más poblado que el barrio del Niño, contaba con aproximadamente 200 habitantes para el siglo XVIII y su acceso al sur se abría desde la actual calle Guerrero con su desaparecida capilla de la Aurora. En los planos vemos un templo de bóveda de considerables dimensiones, lo que hace gala de que era un santuario importante donde se habían invertido seguramente los recursos de los fieles del pueblo y de la zona. No obstante, para finales del siglo XVIII la construcción ya amenazaba ruina. En la centuria pasada inició su reconstrucción con el nombre de San José de la Montaña por el celebérrimo arquitecto Dámaso Muñetón, quien diera la apariencia que vemos hoy en día.

Actualmente los territorios recién descritos viven el ajetreo diario de cientos de automovilistas y transeúntes que recorren estos parajes, incluso viven el azote de la inseguridad. A pesar de no pertenecer como tal al casco histórico de la ciudad, siguen hablando de la histórica e imparable transformación de nuestro paisaje urbano, donde se hacen y rehacen historias personales o colectivas que siguen dando forma a ese Zacatecas de pasado minero que tanto gusta rememorar. Si bien ha quedado poco de los barrios recién nombrados, su pasado sigue siendo visible en el lenguaje diario o hasta en los elementos que identificamos como parte de cierto paraje. Nos leemos en la próxima entrega.


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