Hace un par de días, alguien me preguntaba si valía la pena suspender clases para conmemorar el 5 de mayo. “Que lo festejen los poblanos”, me dijo con sorna. En la inmediatez de la charla, contesté que era una de esas ocasiones en las que el patriotismo nacional se exaltaba al recordar que una vez vencimos al extranjero invasor en un periodo tan convulso y confuso como lo fue el siglo XIX, palabras más, palabras menos. La cosa es que estuve dándole vueltas al asunto y ciertamente mi respuesta fue muy básica. La pregunta tenía mucho sentido porque, 161 años después, ¿qué tan relevante sigue siendo esta fecha? En efecto, para ciertos colectivos sigue siendo muy importante. Los poblanos no solo suspenden clases o actividades laborales, sino que su propia feria local se desenvuelve en las fechas precisas de la gran batalla de Puebla. Toda la ciudad enmarca un recuerdo histórico que se exhala en los restos de los antiguos fuertes de Loreto y Guadalupe, hasta en el desfile cívico-militar para el que se cierran la avenida 5 de mayo. Sobra decir que es el único estado donde la fecha es todo un acontecimiento, algo así como la Toma de Zacatecas para nosotros, con las debidas proporciones.
En Estados Unidos, el 5 de mayo se festeja más que la propia conmemoración de la Independencia. Y es que los latinos, siendo la minoría más numerosa de nuestro vecino del norte, adoptaron esta fecha en las décadas de los 50 y 60 como símbolo de victoria latina ante una potencia extranjera, una fuente de orgullo cultural. Sin embargo, con el tiempo esta conmemoración se convirtió en un puente entre la cultura chicana y la estadounidense, a tal grado que –según datos de la revista Forbes– cada 5 de mayo se ganan miles de millones de dólares tan solo con la venta de productos como el aguacate, el tequila o el mezcal, así como la derrama económica que dejan las cuantiosas ganancias de restaurantes y bares e, incluso, ayer mismo Joe Biden comía tacos y quesadillas en Washington.
Pero la pregunta sigue en el aire. La batalla de Puebla cumple todos los requisitos para convertirse en uno de esos acontecimientos que engrosan la fila de los mitos nacionales, esos que con el tiempo se vuelven un constructo que se entreteje con el patriotismo y la cultura cívica. El 5 de mayo tuvo los ingredientes adecuados para el éxito dentro de la historia de bronce: una guerra, un extranjero profanando el territorio nacional, un grito de fervor patriótico que une a un pueblo contra el extraño enemigo. En resumen, uno de esos mitos que nos dieron patria.
Pero hoy por hoy, ¿nos dice algo? Puede ser que la mayoría disfrutamos del día inhábil (quien lo tuvo) pero hasta ahí. Poco resuenan los clamores patrióticos. Sin embargo, cuál sería el sentido de seguir insistiendo en conmemorar hechos que, por pasados, pensamos que ya no tienen efecto en este presente tan ávido de inmediatez. Yo diría que tiene el mismo sentido que tiene recordar eventos difíciles o traumáticos de nuestra historia personal, eventos que de alguna manera marcan nuestro andar futuro y nos dan la seguridad de que podemos enfrentarnos a lo que viene. Esos mitos históricos –dichos así no porque hayan sido mitológicos, sino por el papel que adquieren de procesos intachables, cargados de patriotismo, de héroes inmaculados– nos ayudan de cierta manera a pensar que como colectividad podemos enfrentarnos a la adversidad, proporcionándonos cierta seguridad o estabilidad bajo el cobijo de que somos una sola patria que, ante el trauma, puede levantarse.
Puede sonar muy rosa, pero en tiempos como el nuestro en que, sin miedo a equivocarme, nuestra estima colectiva está tan golpeada y nuestro orgullo por México tan olvidado, la historia nos ayuda a conectar con ese pasado que en buena medida sigue dotándonos de identidad, de autoestima, nos hace sentir parte de en un relato que nos involucra a todos y en el que, quizá, todavía valga la pena hacer algo por este país.
COLUMNA: HISTORIAS E IDENTIDADES
AUTOR: GABRIELA BERNAL TORRES
CABEZA: Los mitos que nos dieron patria