¿Por qué las democracias se han vuelto disfuncionales?
Uno de sus grandes riesgos es precisamente cuando los pueblos se vuelven escépticos respecto de su eficacia. Analistas, académicos y en general demócratas en todo el mundo se preocupan cada vez más ante la posibilidad de que las poblaciones dejen de confiar en sistemas democráticos como mecanismos no solo de gobiernos representativos y confiables, sino de resultados tangibles en función de su bienestar individual y colectivo.
En ese camino la democracia no está entregando buenas cuentas. En contraparte, tenemos regímenes autoritarios pero eficaces para sacar de la pobreza a millones de personas, siendo China el caso más evidente.
Asumir que México es ajeno a este cuestionamiento sería lo menos ineficaz a estas alturas. No solo es relevante sino crucial para entender las lógicas que prevalecerán en la elección presidencial del año próximo.
Y esa es precisamente una de las razones por las cuales las derechas “tradicionales” están desprovistas de contenido. En el proceso de desglobalización ya advertido desde hace muchos meses y acelerado con la pandemia y el conflicto en Ucrania, el discurso globalista, competitivista y financista cada vez queda más vacío de realidad.
La narrativa configurada desde el salinismo y continuada durante todo el período neoliberal giraba en torno a un idílico escenario global con referentes como Estados Unidos y la Unión Europea, donde el futuro le sonreiría a quien quisiera subirse sin titubeos a ese “tren de progreso”.
En esa legitimación, gracias a medios de comunicación masiva y otras formas de difusión, los pueblos asimilaron el modelo de fuerzas privadas de mercado en contraste con el estado de bienestar. “Lo privado, por eficiente, es mejor; el estado es pésimo proveedor de servicios y peor empresario”.
Con ese antecedente era probable que ideológicamente los mexicanos fueran más cercanos al estado del “dejar hacer, dejar pasar”, el régimen de libertades económicas y en favor del adelgazamiento del estado. Los principales medios de comunicación así lo promovían para crear un halo de validez al desmantelamiento del estado benefactor.
Paradójicamente, ¿quién va a querer que regrese un modelo donde cada quien se rasca con sus uñas, en contraste con un estado que provea apoyos que puedan mitigar la crisis económica familiar?
Es interesante ver cómo al ciudadano mexicano no le han hecho las preguntas directas. Y tal vez es así porque cuestionarlo directamente no tendría sentido sin el debido contexto.
Allí es donde la izquierda tiene clara su continuidad: el futuro está en un estado cuyo adelgazamiento no solo se detenga, sino que se le contraponga una expansión que lo fortalezca como el gran impulsor del bienestar. Ante el colapso de la demanda agregada, es decir, el entorno económico en que la gente cada vez tiene menos dinero para gastar en las cosas que se producen y los servicios que se ofrecen, se vuelve importante estimularla. Con la inteligencia artificial veremos cada vez más empresas con valor de miles de millones de dólares promediando algunos miles de empleados, la concentración de cada vez más riqueza en cada vez menos manos.
Y es tal vez por eso que la izquierda tiene claro su futuro en la continuidad del modelo iniciado por López Obrador y la derecha no acierta a ofrecer más que escenarios nublosos, “detener el derrumbe”, “volver al buen camino”…
¿Puede la derecha ofrecer un modelo alternativo, diferente? Sus élites empresariales y políticas necesitarían imaginación e ingenio más allá de sus cortoplacismos y la férrea defensa de sus privilegios disfrazada de excusas de discurso; una reinvención ideológica para la cual no están preparadas ni sus homólogas norteamericanas y europeas. Además, necesitarían probar que no requieren permiso de los corporativos gigantes.
Será difícil devolver la funcionalidad a las democracias en un mundo donde los regímenes solo tendrán sentido si el ser humano se convierte en el centro de su existencia. La incertidumbre deberá volvernos espectadores críticos.