Sellar una hoja, firmarla, ponerle número de serie, darle el visto bueno, pagarla, registrarla, darle legalidad, foliarla, etiquetarla o verificar cualquiera de las anteriores son entre otras, importantes y civilizadas actividades que comprende la tarea burocrática.
Todo documento realizado por alguien encierra la desconfianza en su veracidad y/o legalidad, a alguien se le ocurrió un día que tenía que pasar por manos verificadoras que hacían las veces de fedatarios públicos para comprobar su legítima procedencia.
Los notarios son la confianza documental encarnada que puede dar legalidad a todo lo que puedan imaginar los desconfiados ciudadanos, desde una escritura hasta el premio en un concurso de disfraces, un documento cobra significancia en el mundo de la realidad a partir de firmas y números que no son otra cosa que signos o entidades semióticas cargadas de buena fe.
Los escribientes humanos comenzaron a descifrar los misterios de la vida a través de la observación y el análisis; sin embargo, se volvió confuso, ya que todos o casi cualquiera podía dar su versión personal de lo que creía correcto o verdadero.
El problema surgió cuando estas versiones entraron en conflicto unas con otras, entonces hubo que ponerse de acuerdo sobre quién tenía la razón o al menos quién no la tenía y se creó una serie de procesos institucionales que pretendían facilitar a través de un sello, una rúbrica o un dibujito que la verdad pudiera estar al alcance de pequeñas cantidades de dinero, pero a veces grandes cantidades de tiempo invertidas por los solicitantes.
Los interesados en acreditar sus documentos se organizaron sin que nadie los mandara y formaron filas, en las que el que llega primero tiene derecho a ser atendido antes del que después, y una vez adoptado este recurso de administración de los cuerpos portadores aún, de apócrifos documentos, se convirtió en el método favorito, luego su aplicación se volvió casi universal, es decir mundial, aplicable desde las oficinas hasta las tortillerías, y en cuyo proceso de espera nunca ha quedado muy claro cómo comportarse.
Los organizados entes adoptan particulares comportamientos en lo que llega su turno, el teléfono celular siempre ayuda a actuar cuando no se sabe muy bien qué hacer, pero para los que lo olvidan en el coche o lo portan descargado les queda cruzar los brazos, verse las uñas o hasta intercambiar palabra alguna con el tramitante vecino, las esperas en la fila requieren de cierta paciencia con la que no se nace.
Una vez efectuado el sellado, firmado, pagado, foliado y demás se puede continuar con las otras actividades importantes que exige la vida adulta responsable y que, eventualmente requerirá otras veces formarse en otras filas, como si fuera la primera, como el río de Heráclito, esperando el turno para encontrar un poco más de certeza en las acciones de los civilizados.
Habrá que levantarse temprano, mientras más mejor, luego ir a buscar los signos o símbolos documentados con validez, garantía, oficialidad y todas esas características que representan el triunfo de la sociedad humana organizada, por encima de los otros animales no racionales, que no saben ni sabrán lo que es formarse por horas, unos detrás de otros, con un número en un papelito que simboliza años de progreso y ciencia en búsqueda de organización, casi como las hormigas que regresan a sus casas con migajas, pero en su lugar, documentos que han cobrado más importancia de la que tenían y en una de esas hasta podrán enmarcarse, colgarse y exhibirse en la pared.