La visión estadista para México desde las escuelas de educación superior
En días pasados tuve la oportunidad de coincidir con una gran persona a la que le tengo mucho agradecimiento, respeto y afecto, y que resulta ser un personaje importante de una institución de educación superior.
Es un ciudadano que, a mi juicio (y en la aventura de las definiciones), es profundamente comprometido con su institución, con su entorno social y con el trabajo que realiza.
Es de esas personas que sacrifica sin problemas cuestiones personales con el propósito de atender sus responsabilidades públicas y ello conlleva, invariablemente, que sea sujeto del escrutinio público y tenga que aguantar el vendaval de las incomprensiones y los desencuentros, pero con la esperanza de que, eventualmente, el tiempo dé la satisfacción del deber cumplido y su comunidad tenga progreso.
Por obvias razones, omito su nombre por respeto a la privacidad de este funcionario educativo, pero haré alusión a una parte de la conversación que, me parece, es necesario plasmar en esta colaboración pues, como a él le comenté en un mensaje agradeciéndole el tiempo que me dedicó y la conversación en sí: “PD. Ya se me quedó la idea de la visión estadista para los estados de la República impulsada desde las instituciones de educación superior”.
El meollo de esta colaboración tiene que ver con algo que me compartió: derivado de su posición, ha participado en el análisis de ciertos problemas públicos de su entorno y está en la clara visión de que las instituciones de educación superior deben aportar a la definición, investigación y análisis de ellos, y a la construcción de alternativas de solución.
La visión estadista, entre otros matices, derivó de que, en determinado tema y circunstancia al exterior de la institución educativa (sobre todo la situación política de gobiernos locales), es menester que el trabajo de universitarios esté dirigido a que sea un aporte social actual, inmediato y contundente del que los tomadores de decisiones gubernamentales o de la iniciativa privada, hagan uso abierta y transparentemente para que se construyan y ejecuten políticas públicas que tengan como objetivo principal coadyuvar a mejorar la situación actual en un tema específico y, a la par, se coloquen piezas que significan la siembra de semillas para una cosecha futura.
El problema, por supuesto, es lidiar con la mira corta de personajes políticos que, al amparo de su interés inmediato, de cálculos electoreros pueriles y de actitudes mediáticas ramplonas, no son capaces de tomar una posición firme con relación a una decisión que muy probablemente no les genere el -falso- reconocimiento que buscan.
Desafortunadamente, esas personas no terminan de entender que no habrá “pastel gubernamental” que alcance para darle una rebanada grande a todos los involucrados en “la fiesta”: bajo las condiciones actuales de los gobiernos, siempre habrá limitaciones de recursos para atender tantas necesidades y, en ello, hay que priorizar. Ni modo. Así se llama el juego: no se puede quedar bien con todos.
Por si fuera poco, se tiene que lidiar con una infravaloración del rol de las entidades públicas de educación superior en la generación de cambios estructurales positivos en las entidades, además de su concepción como uno más de los problemas de los gobiernos y no como un ente que es parte de las soluciones.
En el ínter de que se entienda esto último, me parece que, derivado de la conversación que tuve, entiendo que se puede abrir el espacio para que las instituciones de educación superior del país (y particularmente las autónomas), inicien una batalla que será larga, injusta, desequilibrada, con enormes retos y hasta con desdén social: hacerse de un lugar en la opinión pública para que, al amparo del trabajo académico profesional de sus integrantes, se elaboren diagnósticos y propuestas para que, sí o sí, los gobiernos que sean, del partido que sean, del ámbito que sean, reconozcan y dimensionen los grandes problemas públicos locales y asuman una posición de solución que ofrezca tranquilidad en el mediano y largo plazo, independientemente de su futuro electoral.
En otras colaboraciones he hecho uso de la idea de que los gobernantes de hoy “deben pensar en la siguiente generación y no en la siguiente elección”. Sabemos que, muy probablemente, la elección del año 2024 se convierta en un día de campo para quienes gobiernan hoy en día en distintos ámbitos -debido a su capacidad de movilización- o bien, por el contrario, se haga un ejercicio de disputa democrática competitiva del que salgan los mejores gobernantes, con las mejores propuestas (en teoría), pero sin dejar de lado el papel de otros entes públicos -como universidades- que entrarían en el juego de la definición de propuestas.
Así entonces, la visión estadista desde las escuelas de educación superior conlleva entonces saberse parte de la construcción de esas decisiones públicas que requerimos pensando en la siguiente generación, y hacerse de un espacio en la mesa de decisiones a machetazo limpio, dejando de lado completamente “la siguiente elección”.
Así que, primero el plan y luego la persona, y qué mejor que desde las escuelas se impulsen temas desde ya para priorizar y organizar los esfuerzos públicos en una agenda concreta y concertada.
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