A algunos se les habrá hecho eterno, a otros, fugaz, pero el sexenio de AMLO expira en 16 meses. Independientemente del resultado del proceso electoral, donde todo parece indicar que el morenismo repetirá en el poder, el paso del tiempo es inexorable.
Durante ese lapso y después de él, en términos formales nuestra democracia pasará por un proceso que nos dará indicios de madurez que no hemos visualizado: la transición fáctica de algunos elementos del poder político.
No será fácil por lo anómala que resulta la travesía del primer gobierno de izquierda en nuestro país y la influencia de uno de los luchadores sociales convertido en presidente de la República, después de lustros de escaramuzas políticas y electorales.
Los tinteros del cuento petatero del dictador aún hoy afirman que AMLO no dejará el poder y ahora se esfuerzan por seguir distorsionando la realidad diciendo que se aferrará. No encontramos evidencia empírica, política ni jurídica de que lo ha intentado.
Para imaginar el futuro inmediato de México a meses o pocos años después de la salida de López Obrador del poder, debemos poner toda nuestra energía mental para visualizarlo sin extremos apasionados. La importancia del tema lo amerita.
Sin embargo, será importante dilucidar si Lopez Obrador logrará dejar de lado su influencia, sea por la resistencia inherente que algunas veces tiene el poder para ser dejado o porque en un eventual endoso el mismo tabasqueño se resista a apoyar sin más a personajes que, con todo y que cuenten con su buena voluntad, no terminen de ser dignos de confianza.
Él mismo dejó los parámetros para el liderazgo siguiente de la 4T en su discurso conmemorativo por la expropiación petrolera en marzo. Pero es una incógnita hasta para él mismo si sus sucesores continuarán sin vacilaciones el sentido y praxis del movimiento.
¿Qué le sucederá a su influencia política? ¿Quien la asumirá? El carisma difícilmente es endosable, así que el morenismo seguirá dependiendo de la venerabilidad de López Obrador. En el contexto de un sistema que busca ser democrático, de una izquierda con aspiraciones laicas, pensar en “carisma” y “venerabilidad” rayaría en lo premoderno; sí, en pleno siglo XXI una izquierda que dirima su liderazgo en atributos que se alimentan en la superstición religiosa.
¿De dónde proviene el arrastre de López Obrador? Quienes desconfían de él, principalmente los políticos, quisieran para ellos una brizna de la devoción que le tienen sus bases más leales. Su influencia proviene de un trabajo social “en tierra” forjado por décadas. Lorenzo Meyer dijo acertadamente hace varios meses que para quienes quisieran replicar a López Obrador en ellos mismos ya van décadas tarde.
Ese constructo de austeridad espartana, de consistencia discursiva (repetitiva ad nauseam para algunos, pero constante para la mayoría), de contradicción práctica a los dogmas desigualitarios del neoliberalismo, es un acabado que no se logra en uno o dos lustros.
Entonces, ¿Se atomizará el carisma de El Peje en las cuatro corcholatas? Sigue antojándose difícil.
En ese contexto, México sigue debatiéndose en abandonar lógicas de liderazgo piramidales, verticales, para abrir paso a esquemas democráticos no autoritarios. ¿Quién de los cuatro representa una opción así? ¿Está el país listo para ese tipo de liderazgo?
En un contexto de partidos que no pueden celebrar elecciones primarias, sin causar con ello desbarajustes y luchas intestinas, la pregunta despierta altos escepticismos.
En ese esquema, ¿tomará la oposición de derecha alguna porción de todo esto? ¿Quién encumbró a Claudio X. González como guía de la oposición de derecha y organizador de los esquemas de resistencia política? ¿Hay de ese lado autoridad moral para acusar el desvanecimiento de la democracia, sin parecer incongruentes?
No es solo el futuro de la Presidencia en 2024, sino una parada crucial en la ruta democrática del país lo que está en juego y pocos parecen advertirlo. La ventana se cierra rápidamente. Continuaremos.