Hace calor y me molesta mucho como sale el agua del grifo, pero no tiene que ver contigo. Esa canción del mentado Peso Pluma que dice “compa, qué le parece esa morra…” al principio también me molestaba, me parecía una completa basura, pero como muchas veces sucede, me comenzó a gustar, será quizá porque ya esté pasando de moda.
O será que me parece un tanto romántico eso de que el protagonista fije la atención en una mujer que sale a bailar sin acompañante ni complejos, solo siendo y sintiendo la música, es decir, ¿quién fuera de su sano juicio no se encantaría con una mujer así? Yo sí, seguro porque sigo viviendo deliberadamente el tan inapropiado amor romántico, además de que me pasó igualito alguna vez en algún antrucho, un poco antes de conocerte.
Creo que, como lo canta Ismael Serrano, la noche siempre hace vulnerables los corazones, quizá tenga un poco de razón porque el sol todo lo quema, el calor confunde y ahoga, lenta, espesa y bochornosamente. De día, el corazón se guarda, de noche no.
Con el calor diurno los corazones no se debilitan, los debilitados son los contenedores de esos hipotéticos músculos sangrones.
Parece que de noche todo cambia. La gente se ve menos fea por la media luz que emiten las farolas públicas o por la iluminación de algún antrucho en el que, afortunadamente, no sueles estar, pero que cuando estás, mejor me voy porque no quiero, o más bien no debo verte, menos bajo esas desagradables posibilidades lumínicas.
También me dan ganas de escribir sobre inteligencia artificial, ironizar sobre los excesos y riesgos que implica confiar en misteriosos algoritmos, tal vez, introducir algún dato curioso y burlarme sobre ser artificialmente inteligente, como si lo artificial fuera contrario a lo natural, o algo así.
Quizás podría considerar la posibilidad de que resulte poco inteligente y muy artificial crear diálogos imaginarios contigo o quién sabe quién para finalidades sensibles, melancólicas, o algo así, pero no lo voy a hacer.
Primero, porque en realidad sobre inteligencia artificial sólo sé lo que he visto en TikTok y, segundo, porque no tengo ganas de nada, ni siquiera de escribir sobre temas tan supuestamente interesantes y que estoy seguro, pasarán de moda en cualquier momento, tal como todo pasa, casi sin que uno o dos se dé cuenta.
En la vida que no es virtual, la gente viene y se va. Hay risas y de repente caras duras, lágrimas y a veces brillitos en los ojos o lagañas, hay mejillas sonrojadas que, si acaso, duran un rato o cien, pero terminan también siempre por irse. Por eso es mejor ponerse a pensar en otras cosas, como en las noticias diarias que siempre pierden su vigencia un día después de haber sido “notadas”.
Lo virtual sirve para evitar pensar sobre lo que tengo pendiente, o en ti. Que se pasen las horas en Facebook, Instagram o YouTube; viendo basura digital, enterándome sobre lo que es virtualmente inteligente y sobre videos de Peso Pluma, Ismael Serrano y muchas fotos de “amigos” aparentemente pasándola bastante mejor que yo, el de la inteligencia natural, y seguro terminaré otra vez abochornado, lavando de nuevo mi cara para refrescar ese espeso y destructivo calor solitario.
Aunque, la verdad, me molesta mucho cómo sale el agua del grifo, afortunadamente eso, nada tiene que ver contigo.