A finales del siglo XIX nace en Zacatecas uno de los artistas más emblemáticos del siglo XX en México, el pintor Francisco Goitia, a quien debemos no sólo obras de gran fuerza emotiva, sino también una cosmovisión libre y enigmática, representada a través de imágenes de un crudo realismo que, hasta la fecha, no deja de conmovernos y estremecernos. Si hay algo que hace destacar a Goitia de entre los pintores de su época es que fue un artista sui generis, versátil en cuanto a los temas que representó en sus pinturas y de un carácter muy particular, que le ganó el carisma y el cariño de muchas personas.
Este emblemático personaje nació en Fresnillo, el 4 de octubre de 1882. A los 16 años, se trasladó a la capital para ingresar a la Academia de San Carlos. En 1904 viajó a Barcelona, donde conoció al maestro Francisco Galí, y también ahí presentó su primera exposición, para luego continuar exponiendo en México. En 1913, cuando las tropas villistas al mando del general Felipe Ángeles pasaron por Fresnillo, Goitia aprovechó la oportunidad para solicitar al general que lo dejara unirse a ellos en calidad de pintor oficial. De esta manera, Goitia vivió en carne propia los horrores de la guerra y vio directamente el sufrimiento y desconsuelo de las personas, horror que retrató en famosas obras, como las escenas de los ahorcados.
Francisco Goitia fue un artista completo, un hombre íntegro y de valores morales muy arraigados. Su personalidad fascinó a muchos y desconcertó a otros. No era un hombre común: taciturno e introspectivo, pero a la vez apasionado y de profundas emociones; enigmático, espiritual, de vida ascética y fuertes convicciones. Fue el primer artista en llevar los sucesos de la revolución al lienzo y, aunque fue contemporáneo de los grandes muralistas, procuró mantener siempre un estilo radicalmente distinto: no le interesaba la fama o la crítica política, tampoco veía la revolución desde una perspectiva patriótica, sino que más bien estaba interesado en la gente del pueblo, en sus experiencias reales, en sus dolores, miedos y problemas. Para Goitia, el paisaje y la naturaleza eran más que simples temas a pintar: tal como lo aprendió de su maestro Francisco Galí, el paisaje era como la “esencia” de la patria y una forma de encontrarse consigo mismo.
Dentro de su amplia producción encontramo paisajes en los que se aprecia cierta influencia romántica, como aquellos en los que presenta monasterios y templos abandonados, o de apariencia solitaria, ruinas romanas o vistas naturales de gran aplietud. También pintó paisajes con un estilo más parecido al impresionista, como en el que representa a la pirámide de Teotihuacan. Además, encontramos cuadros con escenas cotidianas del México de su tiempo, que se distinguen por trazos toscos, gruesos y, a veces, un poco agresivos; así como por sus expresiones exaltadas, emotivas y, quizá, montruosas. En general, sus obras reflejan un realismo crudo, doloroso y expresivo, que pone de manifiesto los dolores y la desgracia de los sectores más marginados de la población. Un ejemplo claro de esto es Tata Jesucristo, una de sus pinturas más emblemáticas y reconocidas. Tata Jesucristo tiene una fuerza emotiva tan contundente, que es imposible que pase desapercibida.
Con respecto a ella, Goitia contó a su biógrafo oficial, Antonio de Luna Arroyo, que, al llegar a San Andrés Teotila, en Oaxaca, pidió al presidente municipal que le consiguiera una modelo indígena para pintar un cuadro. Sin embargo, su proceso creativo fue más bien cosa fortuita:
Siempre como a las once de la noche, en Teotilla, se escuchaba el llanto de una mujer y nunca supe de qué se trataba, pero todas las noches era lo mismo: un llanto amargo, lejano, a la misma hora. Ello me preparó el ambiente que debía necesitar para pintar mi cuadro “Tata Jesucristo” […] En la pequeña capilla del pueblo se venera un Cristo al que los indígenas gritan sus penas a todo pulmón […], yo casi no entendía nada de lo que gritaban, de vez en cuando oía “ay Tata Jesucristo”, de allí nació mi cuadro […]. Pero no quiero afirmar que ello motivó la inmediata realización del Tata, no, sino que esperé hasta que el presidente municipal cumpliera su palabra de enviarme una vieja que me sirviera de modelo…[1]
Una vez que tuvo a la modelo, Goitia comenta que la hacía sentarse en el suelo y luego le pedía que llorara; pero la mujer no podía llorar, sólo hacía muecas e intentaba. Por lo que Goitia sólo pintó la figura del cuerpo y dejó el rostro al último. Entonces, un día 2 de noviembre, estaba él trabajando con la modelo
cuando de pronto, tal vez recordando a su difunto, sin que yo le dijera nada la mujer comenzó a llorar con todas sus fuerzas, pero a llorar con verdadero dolor. Me asustó al principio pero, sobre todo porque gritaba mucho, luego reaccioné y pinté la cara inmediatamente. En cosa de diez minutos terminé todo el rostro tal como hoy está en el cuadro. No lo volví a retocar, así se quedó [2].
[1] Luna, Arroyo Antonio, Francisco Goitia Total, UNAM, México, cit. Por José Antonio Mireles Ávalos en Francisco Goitia Semblanza, Ediciones Culturales del Real Ayuntamiento de Real de Minas Fresnillo, 1982. Pág, 14.
[2] Ibídem, Pág. 15
COLUMNA: Arte y crítica
Francisco Goitia, un artista sui generis
Valeria Vega Becerra / Maestría en Estudios Culturales de la Universidad Autónoma de Chiapas