Sobre las tumbas de los niños que ahora yacen en el Panteón de Herrera vuelven a girar los rehiletes multicolores que sus familias dejan en el Día de Todos los Santos. Sus colores sobresalen de entre las cruces y tumbas que hay alrededor. “Son para que jueguen los angelitos”, dice uno de los vendedores de los juguetes, mientras éstos danzan con el viento.
Luego de dos años, las familias acuden a los panteones de la zona conurbada para visitar a sus pequeños seres queridos, en especial a quienes murieron antes de ser bautizados, como dicta la tradición de esta fecha, un día antes de la celebración a los Fieles Difuntos.
Entonces, los colores de las flores, dulces, frutas y juguetes iluminan nuevamente los cementerios. Tal es el caso del Panteón de Herrera, que recibirá en su interior a miles de personas que acuden a ver a sus “muertitos”, luego de levantar las restricciones que la pandemia de la COVID-19 trajo consigo.
Las intenciones eran buenas. Se trataba de cuidar que, quienes llegaran a los panteones, pudieran seguir visitando a sus difuntos durante más años y no que fueran sus vecinos.
Con la gente llega también el ruido que vuela entre las tumbas acostumbradas al silencio. Algunos son apenas murmullos entre los visitantes, otras veces son rezos y otras más son las pláticas con el difunto.
En ocasiones, estos sonidos apenas perceptibles se ven opacados por el ruido de las herramientas con que las personas tratan de arreglar las tumbas de sus seres queridos, la reunión sobre los sepulcros mientras recuerdan las anécdotas del fallecido, o incluso los llantos y sollozos de quienes aún lo extrañan.
A pesar de las advertencias de las autoridades sobre las infracciones por beber en el panteón, muchos destapan sus botellas y brindan frente a las tumbas para después darle un trago que ayude a mitigar el calor, así como el dolor de una pérdida. Total, ¿qué va a saber el Municipio de dolores?
Por eso la música es un invitado especial. Tríos norteños, tamborazos y hasta mariachis se escuchan en los diversos puntos del panteón, mientras otros vagan entre los sepulcros para encontrar a un doliente y ofrecerle compañía.
Tras las pérdidas económicas que los dos años anteriores sufrieron músicos, comerciantes y todos aquellos cuyos negocios dependen de estas fechas ahora buscan tener algo más que esperanza, también dinero en sus bolsillos, como todos.
“La gente no puede gastar dinero, porque le piensa para el siguiente día, ¿verdad?”, excusa Javier García, quien toca la trompeta en el Mariachi Mi Tierra y que comprende que ahora las personas no tienen suficiente dinero para contratar sus servicios por una hora o más.
“Ahora la gente lo que hace es que quiere dos cancioncitas, tres cancioncitas, porque tienen su dinero contado para lo que vienen”, consideró el músico.
Sin embargo, para Javier la vuelta al panteón ya había valido la pena, al poder aprovechar su visita para interpretarle “dos cancioncitas” a su madre.
“Póngale que no esté con nosotros ya aquí en la Tierra, pero ojalá (sic) que me escuche allí con Diosito, donde esté allá en el Cielo”, dice emocionado mientras los rehiletes giran sobre las tumbas.