CIUDAD DE MÉXICO. Sentada en primera fila en el foro principal de la Feria Internacional del Libro de Coyoacán (Filco), una mujer mayor que llevaba varios minutos dormitando de pronto descubrió que estaba por empezar un homenaje a Elena Poniatowska.
«¿Va a venir Poniatowska?», preguntó entonces con sorpresa y, todavía un poco desconcertada sobre cuánto tiempo había pasado con los ojos cerrados bajo esa gran carpa dispuesta en el Jardín Hidalgo mientras esperaba a sus familiares.
Y aunque aplaudió con fuerza y hasta lanzó algunos gritos de emoción en cuanto la escritora apareció vestida toda de blanco, la mujer se fue con su familia apenas los vio, no sin antes tomar a su nieta y nieto para decirles, señalando con el dedo índice hacia el escenario: «Esa señora era una princesa».
En ése momento, el periodista Pablo Espinosa hablaba de la homenajeada como «la más importante escritora mexicana viva y la mejor reportera de cultura», ante un foro que 10 minutos antes lucía semivacío, con apenas la mitad de las sillas ocupadas por paseantes dominicales, ensombrerados algunos para guarecerse del sol, y otros aún sorbiendo del fondo de sus raspados.
Para cuando la Premio Cervantes 2013 evocaba sus inicios en el periodismo ganando 30 pesos por artículo en el Excelsior -antes de irse al Novedades, donde le ofrecieron ganar 75-, no había ya asiento disponible, y algunos escuchaban de pie el relato de cuando su papá le regaló su primera máquina de escribir, que llevó consigo a Cuba tras el triunfo de la Revolución comandada por Fidel Castro.
«Me acuerdo que yo ni sabía sabía nada ni del Comunismo ni de Fidel ni de la Revolución. Y le preguntaba a una señora: ‘Señora, ¿usted es comunista?'», narró Poniatowska, de 92 años.
«Finalmente, me fui construyendo a base de preguntas, muchas de ellas yo creo que muy tontas, muy ignorantes. Pero como insistí si insistes, acabas aprendiendo», agregó la autora de títulos como La noche de Tlatelolco, Hasta no verte Jesús mío o Lilus Kikus.
Tal ocupación, el periodismo, Poniatowska la calificó como de mucha zozobra; «no es bueno para el corazón ser periodista», diría poco antes de recordar la vez que llegó tarde por su hijo mayor, «Mane», a la escuela.
«Estaba solito, sentado en su mochila. Me sentí la bruja escaldufa, Cruella de Vil, la mujer más espantosa, la madre más terrible que hay sobre la Tierra. Así que sí se corren riesgos. Por lo menos él ahora, como es muy noble, me dice que no recuerda nada», añadió, haciendo a la gente reír.
El periodista Javier Aranda, también presente en el acto, justificaría que era pleno 1968 cuando la escritora se demoró en recoger a ese hijo al que, en lugar de Chapultepec, los domingos llevaba consigo a entrevistar presos políticos en el Palacio Negro de Lecumberri, como David Alfaro Siqueiros, «un gran pintor siempre muy greñudo», en palabras de Poniatowska.
«Maestro, ¿a qué hora se peina usted?», le preguntó alguna vez.
«Me peina regularmente el Partido Comunista», refirió la autora la respuesta del muralista, imitando el tono severo de su voz. «Se tomaba él bastante en serio».
Más adelante, tras la pregunta de una joven, la autora ofrecería como consejo a quien quiera ser escritor, visitar la cárcel; «porque los presos están ansiosos de contar su prodigiosa vida de verdades, su prodigiosa vida de mentiras. Ellos quieren un oído, quieren que los escuchen», sostuvo.
Que si Teresa del Conde le tenía miedo a Raquel Tibol; lo mujeriego que era el líder oaxaqueño Demetrio Vallejo; cómo Fernando Benítez cargaba siempre una sombrilla para subrayar su elegancia, y hasta cuando un despeinado Andrés Manuel López Obrador tocó un día la puerta de su casa en Chimalistac, fueron algunas anécdotas que la escritora iría rememorando.
«Yo era una niña de convento de monjas, una niña que tenía todo. Conocer el mundo, conocer a México, conocer a otros, se lo debo todo al periodismo y a las preguntas tontas que yo hacía», insistió. «Yo lo que sabía era rezar, y se acabó».
Mientras posaba para las fotos finales, después de haber recibido una pesada escultura con la figura de Frida Kahlo de manos de Gerardo Valenzuela, director y fundador de la Filco, que este domingo cerró actividades, entre el público otra mujer mayor decía a su joven acompañante: «Ay, tómale una foto. Ya no la vas a volver a ver».
«Ve, córrele, ¡antes de que se vaya!», clamaba, con el entusiasmo de quien tiene frente a sí a la más popular estrella del momento. Entre los coyoacanenses, las palmas y vítores para Poniatowska a eso la elevaron momentáneamente.