Juniados de medio
Antiparricida casero. Los padres de México han adquirido mala reputación. A lo mejor ya la tenían pero, aparentemente, no había resultado tan importante como para ponerle atención. Tan mal anda el asunto con los papases que, los que se dedican a descubrir cosas, ya revelaron que el culpable de casi todos los males sociales es el maldito patriarcado opresor, coaligado por supuesto, con el voraz y tampoco nunca suficientemente maldito capitalismo.
Hablar de padres abandónicos aquí y ahora ya no es para nada extraño sino todo lo contrario. A lo largo y ancho de la queridísima madre, por cierto, patría, pareciera bastante normal crecer con parcial, mediana o total ausencia de originarias figuras paternas.
Algo más importante han de tener que hacer los patriarcas que paternar, porque además, ese verbo todavía ni siquiera se enseña en las escuelitas. Andan los pobrecitos huérfanos de padres (algunas veces medio haciéndose los vivos), buscando suplencias en abuelos, tíos o ya de perdido en los Jesuses sacramentados disponibles en el místico imaginario social.
Por fortuna, a los irresponsables ausentes ya se les puede denunciar en tendederos, juzgados civiles o en páginas de Internet que estimulan la responsable paternidad asertiva, no como eso del mentado escarnio público que, al parecer, lo único que logra son malas reputaciones que ni siquiera a los malreputados importa.
REQUIEM PARA UN REY
Entre otros requisitos mínimos, para reinar es necesario portar una corona para verse más o menos identificable en los retratos. Los reyes frecuentemente viven en castillos a los que se puede acceder después de muchas escaleras y por las que la gente a veces se puede caer. Los reinos son esos lugares en donde los reyes pueden portar sus trajes dignos del estatus adquirido, aunque a veces estén hechos con telas invisibles.
Reinar no es fácil cuando se hace bien. Para ser un buen rey no es suficiente con representar una marca de hamburguesas, aparecer en la envoltura de chocolate o con cantar Las Mañanitas. Reinar es inspirar a otros, contagiar con ganas de vivir libremente haciendo las cosas, cada quien, a su manera.
Reinar es correr el riesgo de ser juzgado por un pueblo con muchos rostros, pero que se ocultan detrás de un nombre impropio. Es mentira eso del reino de los ciegos. Cerrar los ojos es también poder recorrer un mundo que no se ve y que no podría conocerse de otra manera. A los reyes se les recuerda por las semillas sembradas en alma plebeya, en la pólvora quemada y en las notas musicales que de vez en cuando impidan olvidarlos.
LOS CALZONES AZULES
Regularmente la gente se olvida de pensar en lo que no tiene una utilidad inmediata. Puede considerarse una pérdida de tiempo gastar minutos pensando en la marca del próximo cepillo dental, en la comida que se ingerirá el próximo mes o en el color, forma o material de las bragas, a menos de que sea fin de año.
Tomarse un rato para elegir lo que no se va a usar en las próximas horas implica pensar de otro modo, de uno efectivamente más inutil. Algunos jipis dicen que pensar en lo inútil es rebeldía lo que los convierte en algo así como el Che Guevara, pero menos imprimible en las camisetas.
Los rebeldes también quieren ser útiles, pero en contra de los que ganan las elecciones, de los que se forman en la fila y los que tienen puntos de Infonavit. Ahí andan los pobres punks, los poetas y los tatuados queriendo expresarle al mundo que no son como todos, que se reúnen con otros iguales para aplaudirse e intercambiar su particular visión de un mundo ruin en el que no vale la pena ni siquiera elegir calzones.
En otro lado andan los disociados que pretenden menos ser auténticos, únicos y especialitos, esos que a veces cierran los ojos y se permiten sentir lo inútil, eso que de otro modo pasaría desapercibido, se permiten llorar a libertad, carcajearse antiestéticamente y comprar paquetes de cuatro idénticos calzones azules.