El arte en los tiempos de la Inteligencia Artificial (1)
Las inteligencias artificiales han estado en boca de todos en los últimos meses, sobre todo porque se ve como una especie de panacea que nos ayudará a solucionar aquellos problemas que la inteligencia humana fue incapaz de resolver, o por el contrario, porque actualiza ese antiguo temor en la lucha hombre/máquina en la que comenzamos a relacionar a la Inteligencia Artificial (IA) con ese distópico futuro imaginario en el que la máquina sustituye al hombre.
Leí muchas opiniones al respecto, especialmente en aquello que se relaciona con el mundo académico y escolar. Fanáticos y detractores aún no se decantan en si las inteligencias artificiales son una herramienta benéfica para el estudiantado o solo son útiles para fomentar el plagio y limitar la capacidad de pensar.
Y es que, en efecto, ahora los docentes tenemos que lidiar con métodos nuevos -no tan éticos- de revisar tareas o trabajos finales que no costaron siquiera una hora en la vida de los alumnos: basta con pedirle a Chat Gpt que te elabore una disertación de equis número de palabras para que el sistema te arroje un resultado plausible acerca del tema en cuestión.
Pero para desgracia de los no tan avezados estudiantes, así como surgió Chat Gpt, surgieron métodos para detectar su participación en la elaboración de trabajos, así que finalmente los profesores también terminamos armados. Asimismo, su uso se normalizó a tal grado, que apelando a la honestidad académica ya hay métodos para citarlo y no ser tachados de chapuceros.
A pesar de que éste es un tema interesante no nos centraremos en él, sino en la presencia cada vez más latente de la IA en el mundo del arte.
Hace unos días, mi amigo Agustín (quien comparte el oficio de filósofo con su homónimo de Hipona) publicó en redes sociales parte de la exposición Otros Cuentos Fantasmas, de la artista mexicana Chantal Peñalosa Fong, a la cual les recomiendo googlear.
Lo interesante de su obra se basa en que Chantal utilizó un programa de IA para materializar los relatos de su abuela de ascendencia china que nunca pisó el país oriental, pero que lo reconstruyó en su imaginación a través de los relatos familiares.
El ejercicio artístico de Peñalosa se basó en trasladar las narraciones de su abuela a dicho programa, en una especie de registro de memoria transgeneracional que terminó adquiriendo la forma de una imagen gracias a la IA.
Los resultados fueron una serie de láminas que reproducen el estilo paisajístico de la antigua pintura china, en una evocación no solo del distante pasado geográfico de sus ancestros, sino del propio lenguaje artístico de aquellas latitudes.
Al ver este ejercicio, me pregunté varios asuntos que mi amigo filósofo tuvo a bien responder. ¿Cuál era el valor artístico de esta obra si no fue realizada por las manos de Chantal? ¿Cómo interpretar entonces todo aquello que producen estos nuevos programas, si ahora son capaces de generar productos creativos? ¿Cuál es el papel del artista en estos casos y a dónde se dirige el futuro del arte? Sus respuestas resultaron interesantes y a continuación hago algunos apuntes.
La historia de la humanidad está plagada de ejemplos en los que los descubrimientos o avances tecnológicos provocaron temores, muchas veces infundados. La coyuntura que vivimos actualmente se podría asemejar a aquella surgida en el siglo 19, cuando la invención del daguerrotipo provocó opiniones apocalípticas que predecían el final de la pintura: si ya existía un artefacto capaz de retratar y representar la realidad tal cuál era, ¿cuál iba a ser el futuro de los pintores y retratistas si ya les robaron su chamba?
Como sabemos, la fotografía no sustituyó a la pintura porque ni la imitación de la realidad era el fin único de la pintura y el mero retrato de la misma no fue tampoco el único fin de la fotografía. Eran diferentes medios con los que se expresan distintos objetivos. Con una analogía así en mente, podemos afirmar que lo mismo pasa con la IA, pero por motivos de espacio, esta discusión la abordaremos el próximo viernes.