Nadie ha escapado de la fascinación por ver una fotografía antigua de cualquier parte de nuestra ciudad
HISTORIAS E IDENTIDADES
A lo largo de varias participaciones en este espacio, estuve dando datos históricos sobre algunos puntos de la ciudad que me parecen icónicos; desde los barrios indígenas hasta zonas que, entre viviendas y el tráfico diario, ahora son solo el recuerdo de lo que un día fueron.
A través de estos breves textos espero haber dejado ver que casi todas las zonas de las que hablé (de las cuales quedaron muchas de lado), tienen un pasado único, muchas veces perceptible hasta la fecha en expresiones como la toponimia, tradiciones o formas de vida de los habitantes, tal como es el caso de Mexicapan o las arraigadas costumbres de Semana Santa en la zona aledaña al templo de Jesús.
Esas expresiones particulares han pervivido muchas de ellas a lo largo de siglos y no son más que ecos de un pasado que sigue entretejiéndose con el presente y del cual no solo somos depositarios, sino responsables de preservarlo.
Sin duda, si pudiéramos leer nuestra ciudad a través de las transformaciones del paisaje urbano, es decir, de la expresión estética de los cambios provocados por las formas de vida de los habitantes -desde infraestructura hasta embellecimiento de espacios-, nos sorprenderíamos de cómo esa evolución nos habla no solo de los tiempos, sino también de nuestra identidad e incluso, de nosotros mismos.
Nadie ha escapado de la fascinación por ver una fotografía antigua de cualquier parte de nuestra ciudad; nos deleitamos reconstruyendo detalles para determinar en qué medida ha cambiado ese fragmento urbano, nos volvemos niños al tratar de descifrar un rompecabezas temporal en el que nos divertimos como si viajáramos en el tiempo.
Habitamos una ciudad viva, rica de historia y de historias personales o colectivas; sin embargo, existe una tensión innegable entre el pertenecer a la muy noble y leal ciudad -léase de rancio abolengo y antiguo esplendor- a ser esa ciudad que también es un polo de desarrollo para los que actualmente la habitamos y que muchas veces vemos un lugar que, en efecto, se quedó flotando inmóvil en las lagunas del tiempo, sin muchos cambios ni perspectivas a futuro.
Este año, en el multicitado aniversario de la inscripción de nuestro Centro Histórico como Patrimonio Cultural de la Humanidad, considero que es un buen pretexto para pensar en qué punto nos sitúa este nombramiento y de qué manera podríamos lograr compaginar ese pasado exuberante con un presente lleno de posibilidades.
Hace unos días, en una entrevista con el director del Centro INAH Zacatecas, el Dr. Pepe Román mencionaba que no hemos sido capaces de explotar el potencial que tanto el patrimonio intangible (costumbres, tradiciones, gastronomía) como el patrimonio material (edificios, monumentos) ofrece para los zacatecanos y los no zacatecanos. Estoy de acuerdo; muchas de las últimas políticas turísticas y culturales de nuestro estado han estado dirigidas a crear un atractivo turístico lo suficientemente llamativo para congregar a una horda de turistas todos los periodos vacacionales, lo que no parece materializarse por diferentes aspectos que van desde la inseguridad que hoy se vive en el estado, hasta la ausencia de proyectos culturales o turísticos bien planteados que beneficien no solo al turismo, sino a la población en general en un mediano o largo plazo.
Por otro lado, está esa otra ciudad, la que se encuentra fuera de los límites enmarcados del Centro Histórico que sigue creciendo y evolucionando, que vive otra vez la tensión entre ser una ciudad moderna sin dañar o quebrantar su valor patrimonial que le da unicidad.
En el aire queda un proyecto del segundo piso del bulevar que contrapone no solo los reglamentos de protección de una ciudad patrimonio con el ánimo de mejorar la movilidad, sino también los ánimos de una ciudadanía que se divide en traslados más rápidos y entre aquellos que quieren conservar ese paisaje urbano tal y como está. Seguramente ya estaremos hablando más de ello conforme avance el año y nos acerquemos a este aniversario, pero por lo pronto sirva de apunte que necesitamos una gestión de ciudad que proteja nuestro patrimonio, pero sin cosificar y verlo como algo inamovible, mientras experimentamos esa ciudad que sigue viva y requiere ofrecer posibilidades para quien la habita.