DAVID H. LÓPEZ
DAVID H. LÓPEZ

En el futbol profesional han pasado jugadores que, por extraordinario desempeño, logran arraigar en el imaginario, primero de sus aficiones, y luego de quienes ven los partidos de la Selección Nacional.

Se ha tratado de buenos futbolistas y nuevos mexicanos. Sin embargo, el problema estructural que tiene a nuestro futbol a nivel de selecciones en un estado mediocre pasa ahora por “nacionalizar” el talento futbolístico, donde a falta de jugadores que sean “material de selección”, se opta por reclutar extranjeros naturalizados para jugar con la selección mexicana.

En ese contexto, casos como el de Guillermo Franco, Antonio Naelson Matías Zihna, y más recientemente Rogelio Funes Mori, han provocado la inevitable crítica hacia su condición de no ser “originalmente” mexicanos y cargar contra la autenticidad de su nacionalismo y representatividad.

Es importante diferenciar las consecuencias del fenómeno en función de cómo “importar” extranjeros para hacerlos material de selección, pues va en detrimento de la producción nacional de jugadores que saquen la cara por el futbol doméstico en torneos internacionales de selección mayor. El reciente fracaso en el mundial de Qatar levantó mucha polvareda al respecto.

Será bueno revisar con detenimiento si el alegato contra lo nacionalizado va honestamente en función de mejorar el futbol o esconde animadversiones que rayan en la xenofobia.

Sí, la línea entre nacionalismo “legítimo” (si tal cosa puede existir) y xenofobia es a veces demasiado delgada y difícil de advertir.

Complicado decir lo siguiente ahora al calor de la final donde intervienen las “mexicanísimas chivas”, pero vale en cualquier circunstancia. Lo ilustraremos con un símil: si en EEUU hubiera un equipo de la NBA, la NFL o la MLS que no aceptara extranjeros, sería el orgullo de activistas y políticos xenófobos quienes incluso construyen sus plataformas discursivas en torno a discursos de odio y discriminación, exaltando la grandeza de lo “puramente americano”; por nuestra parte, nosotros estaríamos pegando el grito en el cielo.

 

La práctica del Club de Futbol Guadalajara de admitir entre sus jugadores solo a futbolistas mexicanos es bien vista desde un romanticismo nacionalista, pero si la analizamos detenidamente y sin apasionamientos esconde una xenofobia que, en total honestidad, no debería enorgullecernos.

¿Revisaremos algún día este tipo de políticas desde una perspectiva más tolerante y global?

En un entorno donde la producción de talento futbolístico mexicano se percibe debilitada por el embate de lo extranjero, no suena muy congruente, de acuerdo a los tiempos contemporáneos, ensalzar reductos que persisten prácticas obsoletas.

Si es para incentivar la producción y consumo de lo puramente mexicano, el deporte como práctica para elevar el desarrollo físico y mental del ser humano, debe construir condiciones diversas para que en México se produzca talento suficiente.

¿El argumento es basarse en lo puramente mexicano como sinónimo de “bueno” o válido? Tengamos cuidado donde resulte que ser orgullosamente mexicano es ser orgullosamente discriminador.

Porque con esa política nos parecemos a la gente que maltrata a los nuestros en otras partes y podría llegar un momento en que un futbolista profesional vaya a las comisiones estatal o nacional de derechos humanos quejándose de actos de discriminación.

Nada contra la afición y la institución de Chivas, pero, en total honestidad, lo que los hace populares, su fuerza, es una política que ahorita se nos revierte, donde nuestros connacionales sufren discriminación.

Es desconcertante, desde la perspectiva de los formadores de opinión deportiva, que muy pocos o nadie han señalado esta realidad, no para escarnecer o atacar al Club Guadalajara, sino para discutir con profundidad un aspecto que construye de muchas maneras sentido de afinidad y pertenencia en torno a uno de los clubes más populares del futbol mexicano.

Una vez más el futbol, siendo para muchos la cosa más importante de las cosas menos importantes, manifiesta síntomas sociales más profundos.


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