Zacatecas.– Ramsés da vueltas sobre el jardín Independencia. Es un joven de no más de 25 años. Camina con las manos en los bolsillos y la noche avanza de manera preocupante, pues no ha logrado conseguir un cliente.
Los vehículos transitan por la calle Independencia que se prolonga hasta la calle Zamora, en la zona centro de Zacatecas. Los conductores pasan, abren la ventana de su auto y lanzan una mirada al joven.
Pasan de largo, y luego dan vuelta por el circuito, al subir por la avenida Rayón donde se encuentra una chica alta con minifalda. Sus piernas blancas sólo están cubiertas por las redes de sus medias. En su torso, una torera de mezclilla deja entrever unos brazos masculinos.
En su rostro, cubierto por el maquillaje, se asoman pequeñas barbas del mentón y, debajo del peinado, sobresalen las patillas que no alcanzó a rasurar.
Éstas son algunas escenas que se ven en pleno Centro Histórico de la capital, pues pese a que existe un reglamento que establece que la prostitución sólo se puede ejercer en la Zona de Tolerancia, ubicada en La Escondida, algunos sexoservidores lo realizan en el corazón de la ciudad, como una alternativa más accesible.
Los potenciales clientes pasan varias veces, en particular dos que abordan un mismo vehículo. En tono educado, la joven se acerca sin temor a los carros que le llaman para pedirle información.
Luego de saludar, los jóvenes le preguntan a la dama “¿Qué hay que hacer? ¿Vas a ir a una fiesta o qué onda?” – a lo que ella responde: “No, estoy aquí trabajando” –.
De inmediato, ambos jóvenes intercambian miradas y preguntan “¿cuánto, más o menos?”. Con su voz ronca, ella contesta “depende de lo que quieran ¿qué es lo que van a querer? Si quieren sexo oral, 150 cada uno. Si es penetración, son 300 por cada uno. Y si quieren, se los dejo en 500 pesos por los dos. Traigo condón y todo”.
Antes de intentar cerrar el pacto, los interesados preguntan por el lugar donde ella brindaría los servicios “vamos a un hotel, ¿conoces alguno por aquí?”, preguntan. -“Sí, hay uno aquí abajo, en el Mariachi, creo que te cobran cien por un rato”.
De pronto, las luces de una patrulla se reflejan en las paredes de los edificios: era una unidad de la policía municipal -Deja damos la vuelta porque creo que ahí viene la policía- dicen los jóvenes.
Entonces ella aclara: -No, ellos no dicen nada. Mientras no estemos teniendo relaciones, no- Enseguida el auto se aleja algunas cuadras.
Hombres, los preferidos de los clientes
Mientras transcurre la noche, Ramsés continúa posando en las bancas del Jardín Independencia. Constantemente cambia de lugar como buscando adaptarse más a las solicitudes de sus potenciales clientes; y es que mientras algunos lo prefieren ver en la calle más transitada, otros prefieren buscarlo donde está más oculto.
Algunos hombres llegan a estacionar sus vehículos frente a él, lo observan cual fiera a su presa, con la intención de tener un poco de acción.
Por fin se acerca un hombre de unos 45 años. Le pide un cigarro a Ramsés y se sientan a platicar en una banca. Luego de indagar, el hombre revela que busca “algo de compañía”, a lo que el joven responde “puedo brindarla, pero te va a costar”.
Como en todo negocio, el regateo se hace presente. Con titubeos el cliente comenta: “a mí me gusta que me la metan y que me hagan cosas, estás bien bueno”. Entonces Ramsés pide mil pesos por brindarle una hora de su compañía al caballero.
El hombre pregunta “¿es lo menos?”. El trabajador sexual advierte que no está dispuesto a bajar el precio, a lo que el cliente pregunta cuánto le cobra sólo por dejarse manosear y revela que sólo cuenta con 350 pesos.
Ramsés se levanta y se retira: “regresa cuando tengas dinero”. El cliente, en tono de desespero, dice en voz alta “no me dejes así, no te vayas”.
En otra parte de la zona, en el crucero Independencia, justo detrás de la fila del sitio de taxis, se encuentra otro joven, al parecer algo tímido, pues no quiso revelar su nombre. Su piel morena y lisa refleja, si acaso, 19 años.
Rondaban las 11 de la noche y, al ver pasar un carro, de pronto se levanta de su asiento como si se tratara de una señal. El muchacho busca un espacio dentro de la plazuela de Zamora y toma asiento en una de las bancas.
Pronto se acerca un caballero de mediana edad. La plática comienza y, dentro de los murmullos, se alcanza a escuchar “soy activo, tú pones el lugar”. Acto seguido, ambos hombres se levantan y toman rumbo hacia Plaza Bicentenario.
Según Jeny, transexual que se dedica a la prostitución, los sábados son los días favoritos de los que buscan contratar sus servicios. Cada fin de semana, acompañada de su amiga Nahani, esperan sentadas a los hombres que buscan favores sexuales.
“Los policías aquí no dicen nada mientras no te vean con la verga en la boca, aquí si ésta se va, (apunta a Nahani), ella cobra 500 y yo 450, siempre voy debajo de ella” comenta entre risas Jeny.
Con gran amabilidad se acercan a los nuevos rostros que ven pasar por ahí, brindan informes, incluso aconsejan a quienes no conocen el negocio.
De acuerdo con las meretrices, la mayoría de los clientes buscan hombres jóvenes de entre 19 y 28 años, que sean altos y delgados, por quienes pueden llegar a pagar hasta mil 200 pesos por 45 minutos.
“La mayoría se van a un hotel que está aquí a la vuelta; te cobran cien pesos por una hora. Se llama Mariachi. Algunos nada más se van a esconder al baño de la Bicentenario por una mamada o lo que dura, dura”, aseguró Jeny.
Entre los clientes más frecuentes, dijo, se encuentran hombres casados que vienen de pueblos cercanos.
Sin regulación
De acuerdo con el Reglamento para el Control del Ejercicio de la Prostitución en el Municipio de Zacatecas, la práctica de los sexoservidores debe atenderse “como un problema de salud pública”.
La norma faculta al ayuntamiento para controlar, orientar y vigilar el ejercicio de este oficio con medidas preventivas y de inspección, tanto en el área urbana como en la rural, “considerándola como una actividad de alto riesgo para la propagación de enfermedades de transmisión sexual”.
Asimismo, establece que por la Ley de Salud del Estado de Zacatecas se enmarca al Municipio como autoridad sanitaria local porque el reglamento considera la prostitución como una actividad “que representa un foco de posibles epidemias y un generador de conflictos sociales y deterioro de valores familiares”.
Al respecto Heladio Verver y Vargas Ramírez, regidor presidente de la Comisión de Salud en el Municipio, asegura que el reglamento es obsoleto y violenta los derechos sexuales de los individuos “porque en el marco del respeto a los derechos humanos no se puede decir que por ejercer la sexualidad se deba pagar”.
Detalla que el reglamento establece que los sexoservidores deben, obligatoriamente, acudir a revisión médica, lo cual atenta contra los derechos humanos.
“Si hay prostitución en el Centro Histórico es por la falta de oportunidades, la gente no tiene que comer y tiene que hacer esas actividades; lo ideal es que en vez de que vaya la patrulla a que los quite, mejor que vaya trabajo social y que les pregunte por lo que necesiten” argumenta Verver y Vargas.
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Continúa la noche en el Jardín Independencia. Los negocios cercanos cierran sus puertas y el frío cobra intensidad.
Ramsés sigue posando sobre las bancas de la plaza, los miércoles, los jueves y domingos hasta las 2 de la madrugada, y viernes y sábados hasta las 4.
Nahani aborda una camioneta roja y se va con el cliente mientras Jeny, sentada, espera paciente a lo que ella llama “el marido”.
Jeny comenta que hay otras formas de tener el sustento, sin embargo “las que estamos aquí estamos más por gusto, la verdad, para qué nos hacemos si nos encanta la reata”, dice mientras toma su bolso, se levanta, y camina rumbo a Tacuba para continuar su jornada en otro lugar.