Si alguien pensó que sólo la izquierda podía llenar el zócalo, el 26 de febrero tuvo su respuesta. Aunque plagada de mentiras, la convocatoria resultó exitosa y deriva en varias lecciones para el obradorismo y cualquiera que llegue a estar en su lugar.
Dice una máxima de comunicación política: “defínete antes de que tus enemigos lo hagan”. En 2006 con el “peligro para México”, el obradorismo permitió que la oposición furibunda generalizara sus mentiras. Lo mismo sucedió con “el INE no se toca”, “quitarán el INE”, “quitarán la credencial para votar”, “ya no se permitirá votar en elecciones” y un amplio etcétera de mentiras o medias verdades.
Cada vez se vuelve más peligroso ese diálogo de sordos en que se ha convertido el debate mediático. Es muy raro ver un intercambio real integrado por voces articuladas y representativas de un lado y de otro. La guerra de monólogos continúa para información parcializada de tirios y troyanos.
Los opositores, tanto comunicadores como políticos y activistas, se movieron a sus anchas para generalizar su verdad parcial (cuando no mentira) y los oficialistas se refugiaron en espacios afines.
Del lado obradorista se cometió el error de dogmatizar; es decir, predicar principalmente a conversos. A ello agregar, de parte de la oposición, la guerra de mensajes de Whatsapp enfocada en atacar indecisos y desinformados con las mismas mentiras ya enumeradas.
La oposición atinó en su estrategia de equiparar los conceptos “INE” y “democracia”; de tal manera que atacar a uno implicaría vulnerar también a la otra. La simplificación de lo complejo, un juego que AMLO suele desempeñar con maestría, funcionó para la oposición.
Por otra parte, los opositores obtuvieron un dulce envenenado, una victoria a base de mentiras; la 4T se confió demasiado y dejó la arena libre. Ambos bandos deben aprender de ello: por un lado, engañar puede enardecer masas y ayudar a llenar el Zócalo, pero terminará por desgastar en energía y credibilidad; por otro, ceder el foro deja a los desinformados a merced del más ruidoso.
No pasaron muchas semanas para que, al saboreado triunfo de la oposición, el lopezobradorismo volviera a llenar la Plaza de la Constitución en un nuevo mitin, con la excusa del 18 de marzo en conmemoración del 85 aniversario de la Expropiación Petrolera.
El discurso del presidente tuvo gran carga alegórica al dar referencia central a Lázaro Cárdenas y al proceso para dar pleno vigor a la expropiación de la industria petroquímica en 1938. El planteamiento de López Obrador fue la descripción del paralelismo histórico donde el Cardenismo dio origen a lo que después conocimos como estado de bienestar. Posteriormente aludió a la transformación que emprende su mismo gobierno y al mencionar la sucesión del General Cárdenas por Ávila Camacho como presidente de México.
El mensaje generalizado fue potente, por las implicaciones que tendrá en los próximos meses. Fiel a su capacidad y estilo, López Obrador también envió mensajes encriptados para los que se pueden considerar sus círculos de influencia y confianza. La profundización del estado de bienestar y resistir los intentos de colonizar al estado por oligarquías es la primer condicionante para considerar viable al movimiento.
En ese contexto se engañará quien piense que López Obrador se retirará apacible e inofensivamente (en términos políticos) a su rancho en Chiapas sin ejercer su abrumadora influencia política mediante videos, tuits o artículos. La señal quedó clara: no zigzaguear y no simular.
El “paralelismo” histórico entre optar por Ávila Camacho o Francisco Múgica viendo el reparto de protagonistas entre Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum, Adán Augusto, y Gerardo Fernández Noroña, a mi parecer suena débil aunque periodísticamente morboso; las circunstancias del país son muy diferentes. Pero lo trataremos a la próxima.