Soñemos que es posible la justicia social
Estamos obligados a considerar que la lucha por los derechos de la mujer es en realidad una lucha que busca de nuevas relaciones tanto para hombres como mujeres, y es que las relaciones de género barca a todos y todas. Por supuesto, en esta afirmación incluyo toda la diversidad posible socialmente, cuya lógica no alcanza a observarse si nos limitamos sólo a la diferenciación de los cuerpos como si éstos sólo fueran naturaleza. Si nos concebimos únicamente como seres creados por la naturaleza, resultará imposible comprender todo el proceso de socialización que nos aporta la sociedad, la cual precede a nuestro nacimiento.
Dice Wilhelm Reich que cada uno de nosotros “lleva dentro un hombrecito”; si no lo reconocemos, ese pequeño hombrecito termina por conducirnos a la mediocridad. Reich subraya que: “El trabajo, el amor y el conocimiento son las fuentes de nuestra vida y por tanto, también deben gobernarla” Ese gran hombre murió tildado de loco. Era un soñador muy original que tuvo la osadía de avanzar con sus sueños, así tuviera que tomar distancia de todo tipo de dogmatismos. En nuestra formación intelectual hemos conocido hombres inteligentes, algunos muy brillantes, y otros que no lo son, ni lo fueron y, sin embargo lograron engañarnos por algún tiempo. Algunos de esos personajes fueron tan autoritarios que llegaron a amenazarnos para imponernos su voluntad. A todos ellos algo les debemos, pero terminamos tan mal que pagamos esa y otras deudas. Basta con imaginar el devenir de cada cual para darnos cuenta de ello.
La lucha por los derechos es la clave del desarrollo de las personas y las sociedades, su reconocimiento conduce a la justicia social. Hay derechos como la dignidad cuya valía, si se deja pisotear, ya nada bueno se puede esperar.
Ésta es una de las banderas que ha destacado la lucha por los derechos de la mujer. Algunos estudiosos reconocen que el feminismo ha sido capaz de crear otras metodologías para investigar lo social. Rita Segato es una intelectual feminista que afirma haber descubierto que los violadores en realidad no buscan el placer sexual, sino la dominación de los cuerpos y la imposición de castigo a las mujeres como una forma de hacer valer el poder patriarcal. Si esa hipótesis es correcta, entonces el placer sexual hace aflorar los sentimientos y emociones más humanas, pero eso es justo lo que un violador no busca. Para arribar a esta conclusión, Segato ha tenido que reinterpretar, con una lógica distinta las entrevistas que ha conseguido entre violadores que se encuentran en las cárceles de Brasilia (Capital de Brasil). Una metodología similar ha desarrollado Karina García Reyes entrevistando a criminales retirados del narcotráfico ubicados en centros de rehabilitación en alguna parte de México, cuya ubicación cuida celosamente como parte de su compromiso intelectual. Sus hallazgos son realmente asombrosos. Ya he escrito sobre esto en el artículo de la semana pasada.
Toda estructura social que se reclame progresista, si no se basa en la justicia social, no es ejemplo por perseguir. En la Universidad, escuchamos aberraciones antiéticas como aquella de que “la lucha por los derechos de la mujer no tiene razón de ser si no se vincula a la lucha de clases”; sin embargo, la lucha de clases limitada al derecho al desarrollo y distribución de bienes termina por dejar de lado otros derechos que no son materiales, pero que son igual o más importantes para todo ser humano.
Más allá de etiquetas, hemos de aprender a deconstruir el pensamiento que nos ha sido heredado y que se resiste a poner en el centro la justicia con base en los valores más nobles.
Por ejemplo, cuando leí a Lenin, El Estado y el Marxismo, me pareció brillante; cosa contraria, al leer El Estado y la Revolución tuve la sensación de que estaba leyendo a otro Lenin; esa sensación parecía no tener sentido porque ambos libros se habían escrito casi al mismo tiempo. Sin embargo, terminé por reconocer que en Lenin existen dos conceptos distintos sobre el Estado. La diferencia radica en que el primero se escribió para la Revolución y el segundo para la consolidación del Estado soviético. Es decir, mientras que El Estado y el marxismo tiene como eje de reflexión a los soviets cuyo objetivo es instaurar “la dictadura del proletariado”, el segundo está estructurado alrededor de Partido Comunista Soviético e instaurando la dictadura de una casta burocrática; que a la postre terminaría por consolidar el Capitalismo de Estado. Esto lo tuve muy claro ya en 1986 cuando redacté mi tesis de licenciatura, cuyo último capítulo se llama justo El Capitalismo de Estado.
Marx acuño una aseveración sobre este asunto. Él define el capitalismo como un modo de producción histórico donde el trabajador está separado de los medios de producción y éstos están concentrados en poder de la clase capitalista. En el capítulo XXI de El Capital, diferencia la CONCENTRACIÓN respecto de la CENTRALIZACIÓN del capital; su razonamiento lógico lo lleva a imaginar que la mayor centralización del capital es posible cuando un solo capitalista concentre los medios de producción; ese capitalista único bien puede ser el Estado; la condición esencial es que, ese capitalista único mantenga separado a los trabajadores de los medios de producción, justo eso es lo que se construyó en la Unión Soviética. Esa separación se perpetúa cuando el Estado termina por apropiarse del excedente generado por el trabajo.
Entonces, no basta con asirse sentimentalmente a la lucha por el cambio. Hay que ser congruente con el hacer, el sentir, el pensar y el soñar. Es insuficiente afirmar que el hombre no es lo que piensa de si, sino lo que hace; en realidad, el pensar antecede al hacer; pero el hacer incluye el sentir; es decir lo percibido. Como seres humanos, prefiguramos asimismo nuestro destino, ese es el sentido utópico del soñar…