Zacatecas, Zac.- En el Mercado Jesús González Ortega existe una máquina del tiempo, entrar ahí, es ingresar en un universo alterno.
Estuvo primero en la Calle Aguascalientes, justo en la entrada del Estacionamiento del Mesón de Tacuba, pero luego se mudó a este lugar.
De pronto no se sabe a dónde voltear, en qué objeto fijar la vista, todos están viejos, centenarios, amontonados, apilados, pero mantienen espacio entre sí, por la historia que los antecede.
Una vez en el escritorio, la persona que atiende, el ingeniero Letechipia, (Jesús), tiene frente a él el único objeto que no tiene más de cien años, una laptop negra, propia de su profesión, pero en este lugar casi siempre está cerrada.
Y es que la maravilla de un bazar, que muchos turistas confunden con museo, radica en la innumerable cantidad de piezas que van desde lo más fino a lo más raro.
El negocio, cuenta el ingeniero, comenzó cuando al puesto de fierros, tubos y piezas de fontanería que tenía su padre, Gilberto Letechipia, en la Calle Aguascalientes, le llevaron a vender unas piezas antiguas, que le gustaron y las adquirió.
Esa fue una afición de la que ya no se pudo desprender, un entorno de antigüedades en la que crecieron sus hijos y del que ya no quieren salir, se ha convertido en un negocio familiar, en algo adherido a la historia de esta familia zacatecana.
En aquel tiempo, cuenta, el gusto por las antigüedades no era común en Zacatecas, por lo que la mayoría de sus clientes eran extranjeros; vino a completar el marco, que era una época posrevolucionaria, en la que la gente viajaba con sus pertenecías, muchas de ellas se quedaron aquí, en la ciudad.
Es habitual que la gente que ama lo que hace se apasione cuando habla sobre ello, el ingeniero Letechipia no es la excepción, tanto como experto en sistemas computacionales como en el negocio del bazar, así que no hace falta mucho para que se explaye y comience a enumerar una lista de los objetos más fascinantes que ha podido tener en sus manos.
“Son piezas excepcionales”, dice en cuanto levanta un bastón de madera, tallado a mano finamente que a simple vista cautiva, pero lo extraordinario no es eso, sino que al girar una parte de éste se convierte en un arma mortal: una especie de espada que en la punta tiene cianuro, “esto es un verduguillo”, explica.
Otras de las excentricidades que se pueden encontrar y de las que se vienen a la memoria es una caja musical aparentemente común, pero bella y que en el momento de escuchar la música “era realmente hermosa”, asegura el Ingeniero, pues se utilizaba como terapia para curar a los locos, según la persona que se la vendió.
Entonces nos hace reflexionar y dice “la pieza no es el detalle, sino lo que hay detrás” lo que hace rememorar, la dedicación y creatividad que antaño ponían a la hechura de una pieza.
Le siguen a ese desfile de rarezas una lámpara de minero de la época colonial, que si la vez y nade te dice qué es, jamás te lo imaginarías; una plancha de hierro forjado a mano, con un cascabel dentro que avisaba cuando se calentaba en exceso.
El bazar de Jesús Letechipia, le ha permitido conocer que las antigüedades tienen tres tipos de valores: económico, cultural e histórico, pero sin enunciarlo nos mostró que tenía otro más, el emotivo.
Dice: “Mi padre, —y ahora él— tuvo el gusto de tener uno de los negocios que más te pueden aportar como ser humano, conoces mucha gente valiosa y quien menos te esperas que conozca el valor de las piezas o lo qué son y para qué sirven.”
De pronto valora aún más su negocio familiar y lamenta “ya no va a haber antigüedades, sino cosas viejas, porque las personas que ven una, ya no la sueltan”.
En Zacatecas hay alrededor de cuatro bazares, el de los Letechipia en el Mercado González Ortega sigue siendo un universo alterno justo en el centro de la ciudad.