Casa Blanca, Guadalupe. Elizabeth, Jairo y Areli son tres adolescentes acostumbrados al surco, a la yunta y al tractor, pero desde hace tres años aprendieron a tocar guitarra, gracias a la Escuela de Arte La Luz, que impulsa talleres artísticos en seis comunidades marginadas del municipio de Guadalupe.
Este modelo de escuela de arte, ubicada en Casa Blanca-La Luz, Guadalupe, es único en su género y en Zacatecas. A ella acuden 230 niños.
El salón al que Jairo y sus compañeros acuden a clases de guitarra en la comunidad Casa Blanca, de Guadalupe, es una vieja caseta de policía en desuso, con vidrios rotos; ahí, el profe Guillermo los reúne, ahora se le olvidó la llave, por tanto, afuera, con unas bancas, les da sus lecciones.
Tocan algo del dueto Jesse & Joy para aclimatarse; es la primera clase del semestre.
“Vamos a escuchar en este semestre guitarristas clásicos, haremos solfeo y apreciaremos obras clásicas de grandes maestros”, aclaró el profe a sus alumnos, quienes también son sus amigos.
Jairo tiene 14 años, él ha estado en todos los talleres de arte de la escuela desde que abrió, hace tres años y medio, pero lo que más le gusta es la guitarra, tanto que ya tiene cinco en su colección que le ha enviado su papá desde Estados Unidos.
“Todos los días hablo con él y le toco canciones”, relató. Así apacigua un poco la lejanía. Quiere ser guitarrista profesional.
El maestro Guillermo, un joven de barba poblada, delgado y especialista en guitarra clásica, encontró en este modo de ver el arte y darlo a niños de comunidades su forma de vida.
“Te enamoras de este proyecto, cuando yo lo conocí iba cada vez que podía a mi casa en Guadalajara, ahora ya no quiero irme de las comunidades, no quiero bajar a la ciudad”, dijo feliz. A él le gusta no sólo dar clases, sino convivir con las familias de las comunidades.
“Hoy con unos niños no tuve clase porque se fueron a jugar al charco”, dijo. Y es que hace poco que llovió y ante la sequía recurrente, un charco con poco de agua, para los niños es motivo de alegría que no pudieron desaprovechar.
Los pocos instrumentos que tienen: cuatro teclados, dos baterías y seis guitarras, son “rolados” por los maestros en las comunidades a las que van para que los niños aprendan más rápido sus lecciones; se quedan con ellos una semana y, a la siguiente, otro tiene la misma suerte, y así hasta que cada uno va dominando el que le gusta.
Ahora, por ejemplo, la batería está en casa de Alexis, al lado de costales de arroz; él tiene 10 años, vive en la comunidad Francisco E. García Salinas (Los Rancheros), y cuando toca, se transforma, se libera, le brota la sonrisa.
“Me gusta mucho oírlo tocar, no le hace que retumben las paredes de su pobre casa, desde que toca, lo veo muy contento, este año sacó el primer lugar de la primaria”, dijo su abuela orgullosa. Lo malo, agregó, es que a su abuelo le ha pedido que le compre una batería, pero no tienen dinero.
Magda Collazo, coordinadora de la Escuela de Arte La Luz, explicó que, gracias a esta iniciativa, los niños adquirieron mayores habilidades, más confianza en sí mismos.
“Esta escuela de arte surgió por una necesidad, los niños aprenden pintura, teatro, música y han desarrollado mayores capacidades, son más seguros de sí mismos y en su escuela también elevan su rendimiento; además, ya no tan fácilmente piensan en emigrar, el arte para ellos les abrió otra posibilidad de vida”, dijo Magda Collazo.
Y es que en la región, lo común es que los niños, después de concluir la secundaria, piensen en irse a Estados Unidos, como lo hicieron sus padres, tíos o hermanos.
Por ejemplo, recordó la coordinadora, en la escuela de teatro los niños representaron una obra que relata la historia de la fundación de Los Rancheros, la primera comunidad en la que trabajó el Programa de Estudios e Intervención para el Desarrollo Alternativo (PEIDA), dependiente de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ).
El guión surgió de un libro de texto creado por los profesores del PEIDA, que hoy los adolescentes llevan como una materia en su currícula de segundo año de secundaria.
Ahora, relató Collazo Fuentes, el PEIDA está en proceso de formalizar los estudios de arte de la escuela para que tengan valor curricular.
“Con eso queremos darle formalidad a la escuela y que los conocimientos que adquieren aquí los niños tengan validez oficial”, expresó.
Ahora el sueño de los ocho docentes de la escuela es que este modelo pueda replicarse en otras zonas marginadas del estado, pues, a través del arte, aseguraron los niños, adquieren un mayor sentido de pertenencia y arraigo a su tierra, a sus raíces.
Sostener esta escuela cuesta un millón de pesos, cantidad que es absorbida en poco más de la mitad por la UAZ, sobre todo en el pago de los profesores, para obtener los 300 mil pesos restantes en materiales didácticos; en este mes organizarán una subasta de arte rural con los trabajos que han hecho los niños.
A los niños les cuesta 300 pesos, en promedio, estudiar todo un año en la escuela de arte, mientras que si tomaran las mismas clases en la capital, el costo diario sería de 100 pesos, una misión imposible para sus condiciones de vida.
“Queremos mostrar que la cultura debe descentralizarse y que es una opción real de vida para los niños y sus familias, que muchas veces ya tienen contacto con los coyotes para emigrar”, expuso Magda Collazo.
Gracias a la escuela de arte, en varias comunidades los alumnos han formado grupos y tamborazos que tocan en actividades culturales y fiestas.
“Yo me siento muy bien de ir a tocar a donde nos invitan; hemos estado en festivales, con la guitarra uno expresa lo que siente, cuando estás triste, o enojado, ahí sale todo”, externó José Armando, de apenas 9 años.
En estas tierras, donde lo común es que brote maíz y frijol, ahora con esta escuela habrá un gran semillero de músicos, confiaron alumnos y maestros.