Zacatecas.- Ella es una de las miles de madres centroamericanas que buscan a sus hijos desaparecidos en México, un país que describió con una sola palabra: “trágico”.
Ellos son hombres, mujeres, jóvenes y niños cuyo rastro se perdió al tratar de alcanzar el sueño americano, o al menos salvar su vida de las condiciones a las que se enfrentan en sus países de origen.
En su visita a Zacatecas, Ana Enamorado, integrante de la Caravana de Madres Migrantes Mesoamericanas, expresó con dolor cómo su primogénito, Óscar Antonio López Enamorado, desapareció en ese camino.
El muchacho decidió emprender el viaje a la nación del norte en 2008, orillado por las condiciones de inseguridad y violencia que se vivían en Honduras. Pero sus pasos se desvanecieron en territorio mexicano donde, según la activista, “las condiciones agrestes, el crimen organizado, la trata de personas y las extorsiones son el pan de cada día”.
Su historia fue dada a conocer, de viva voz, durante las Jornadas de Discusión, promovidas por la Casa de la Cultura Jurídica de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), con el tema Las personas migrantes y sujetos a protección consular.
“Allá teníamos familia para que lo recibiera, pero no contábamos con la violencia que se vive en México, y un día recibí una llamada que estaba aquí, pero después de tiempo me pidieron dinero por su libertad”, recordó Enamorado.
Como preámbulo, la también activista en pro de los derechos de los migrantes reprochó que en este país no existen cifras oficiales de centroamericanos que han padecido los estragos de la inseguridad.
No hay datos de quienes son perseguidos, quienes podrían estar en fosas clandestinas, encarcelados de manera injustificada, abandonados en servicios médicos forenses y en hospitales psiquiátricos, ni siquiera de los que fueron mutilados por el tren al que llaman La Bestia.
En contraste, mencionó que en las denuncias que existen ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) contabilizan a más de 90 mil centroamericanos desaparecidos en México.
“Al parecer a los gobiernos de nuestros países, como en Honduras, no les importa lo que le pasa a su gente. No es lo mismo verlo en las noticias que vivirlo, es peor. En México pisamos a los muertos, en Centroamérica se tropiezan con ellos”.
“No es gente que ande en malos pasos, tampoco es verdad que se asesinen entre los delincuentes. Son familias enteras a las que matan y, peor aún, sino tienen dinero, pues les quitan un hijo”, lamentó la mujer.
Sin rastro
Al retomar el caso de Óscar, rememoró que la última vez que supo de su primogénito fue en 2010; él tenía 17 años.
Luego recibió una llamada de Jalisco: le exigieron dinero a cambio de la libertad del muchacho. Las autoridades del estado del occidente se negaron a investigar con la excusa de que la llamada que recibió provenía de una zona inaccesible incluso para elementos de seguridad.
La mujer comenzó a buscarlo desde Honduras y, al llegar a México, se encontró sólo con más trabas para continuar su labor.
“Presenté la información en el Ministerio Público y les pedí que citaran a las personas que me habían llamado, pero se negaron al expresar que eran miembros peligrosos de una organización criminal”, subrayó.
Luego del ir y venir en trámites y de investigar el paradero de Óscar por su cuenta, la Fiscalía de Jalisco llamó con Ana para decirle que habían encontrado a su hijo.
En cuestión de días, contó, le hicieron pruebas de ADN, pero resultaron negativas. En septiembre de 2015, la activista fue notificada nuevamente del hallazgo de un cuerpo en una fosa clandestina en Guadalajara y le aseguraron que esta vez sí se trataba de su hijo.
Antes de que pudiera trasladarse a reconocerlo, las autoridades incineraron el cuerpo sin hacer el perfil genético correspondientes; “los mismos funcionarios me amenazaron con pistola frente a mí en un escritorio”, reprochó.
Con angustia, la activista narró que fue el encargado de la Agencia del Ministerio Público quien desenfundó pistola y le dijo: “¿Acaso tú no tienes miedo?”, a lo que respondió: “Nunca, porque no descansaré hasta encontrar a mi hijo”.
Ésa fue la experiencia en México de una madre hondureña, quien, al final de su historia, afirmó que miles de sus connacionales huyen de un país donde vivir cuesta dinero y que los miembros de bandas como La Mara Salvatrucha son prácticamente los dueños de sus voluntades, “pero aquí, en México y cada una de las entidades, el panorama todavía es más trágico”.