JEREZ DE GARCÍA SALINAS. El horror se repitió en Palmas Altas: a un año de que la mayoría huyera de la comunidad por el crimen organizado, quienes quedaban tuvieron apenas unas horas para, amenazados, salir de sus hogares. Dejaron todo atrás para salvar la vida, con solo lo que traían puesto y volvieron para encontrar casi nada.
Los primeros pobladores iniciaron la huída en febrero de 2021 y otros más se sumaron hasta marzo. Hace un par de semanas, las cinco familias que se aferraban a estar en sus casas recibieron un ultimátum de los grupos delincuenciales.
A las 7 de la mañana del 3 de febrero, los pocos habitantes que seguían en la localidad fueron despertados por criminales que les advirtieron: “o se van antes de la 1 de la tarde, o dense por muertos”. Les dijeron que Palmas Altas era suyo.
Por esos mismos días supieron que también fue desalojada la comunidad El Colorado, de Fresnillo, colindante con Sarabia, Jerez, uno de los ahora 13 pueblos fantasmas de Jerez, debido a las amenazas de al menos dos organizaciones delincuenciales que se disputan el territorio.
“Pero aquí no nos permitieron sacar nada”, lamentó la mujer, quien apresurada, junto con otros familiares que residían en Juana González, repetía la escena de terror. El 17 de febrero, con el Plan DN-III, el Ejército Mexicano acompañó a una caravana de más de 40 vehículos con las familias que necesitaban volver.
Los desplazados fueron a sacar sus pertenencias, revisar sus casas y llevarse los pocos animales que tenían. Una semana atrás, algunas familias habían ido a la comunidad y “todo estaba en orden”. Este jueves, al llegar, encontraron las viviendas saqueadas.
Las chapas fueron destruidas a golpes y las puertas de los domicilios, removidas. Los muebles estaban destruidos y la ropa revuelta. Quienes ahí vivían regresaron para encontrar todo tirado al suelo, salvo unos cuantos cuadros que seguían colgados en la pared.
Escoltados además por elementos de la Guardia Nacional y de la Policía Estatal Preventiva (PEP), con autoridades municipales, los de Palmas Altas tuvieron apenas unas horas para cargar con todo lo que pudieron recuperar y salir, a más tardar a las 4 de la tarde, de aquel poblado de paisajes hermosos y vidas destrozadas.
Decenas de historias se quedaron atrapadas entre las paredes de las casas vacías, en ese pueblo de calles anchas, de grandes corrales en los que se criaban caballos, vacas y gallinas. En la llanura, hoy sólo se observan tierras abandonadas y árboles de durazno secos, no solo por la temporada, sino porque ya no hay quién labre.
Pequeños tesoros
Letreros pintados en las paredes de las casas reciben con advertencias.
Al entrar a Palmas Altas, letreros pintados en las paredes de las casas reciben con advertencia. Así, se avanza y se pueden leer las iniciales de los cabecillas que pretenden dominar la plaza.
“No es posible estar en estas condiciones, qué culpa se tiene para vivir esto”, eran las palabras entre la rabia, la tristeza, el miedo, la impotencia. “Se quiebra uno, no es fácil para cualquiera que tenga sentimientos”, decían y se cortaba la voz.
“Esto no debería estar pasando”, reprochó una maestra que acudió a sacar material de la primaria y el kínder de la comunidad, para poder seguir dando clases en lugares prestados en la cabecera de Jerez. Ella fue la única de sus compañeros docentes que se atrevió a volver a Palmas Altas.
Es el miedo. A uno de sus compañeros, comentó, en una ocasión lo obligaron a rodear por otro camino cuando se dirigía a la comunidad. Llevaba unas galletas y un refresco a medio tomar, que los delincuentes le quitaron junto con su cartera y otras pertenencias.
No es posible que a los delincuentes se les deje tomar todo, insistía, “dejarlos libres y decir: órale, ahí está mi casa, para que la pobre gente se vaya a dormir en patios al no tener dónde quedarse”.
“Parecemos ladrones, sacando nuestras propias pertenencias”, se lamentaban mujeres, entre prisas por sacar camas, trastes y llenar remolques con máquinas que, aunque parecieran ya inservibles, esperan vender y amenguar la crisis.
Corriendo, una delgada señora apenas podía responder preguntas, mientras subía en una traila una olla vieja y humeada. Le urgía llevársela para cocer sus frijoles, ya que en el arroyo a donde se fue a vivir se encontró un hervidor tirado que ha usado desde hace tres meses y no tenía más.
“Con decirle que ni calzones me llevé”, dijo en voz baja para no ser escuchada. Esta vez, se apresuraba y hasta se colgó un delantal para llevar en las bolsitas pocas cosas más. Y la voz se le desgarró, como el corazón, decía, cuando mostró un pequeño envoltorio de tela.
En el paquete llevaba su más preciado tesoro: dos pequeñas fotografías con marco que le encargó mucho su esposo. Mientras, uno de sus hijos, de 16 años, recibía a lo lejos una bendición. “Viera cómo me salió trabajador, Dios me lo bendiga a mi muchahito”, le dijo, mientras el adolescente se retiraba en un tractor.
“No hay gobierno”
En otro lado de la ranchería, dos adultos mayores, de más de 70 años y con sus fuerzas menguadas por la edad, como podían arrastraban hasta la entrada de su casa un refrigerador, hasta que notaron la batalla los elementos de seguridad que había rondines y les ayudaron a subir el electrodoméstico a la caja de una camioneta.
“Yo nací aquí. Aquí me crié, toda mi vida trabajé”, recordó el hombre de casi 80 años. Explicó que a los 15 años salió a buscar vida para construir su casa, ampliar un solar y criar animales. “Éramos bien felices”, dice tratando de animar su esposa, “su soporte” ante la falta de sus hijos porque se fueron a Estados Unidos.
“En realidad no tenemos gobierno. Es una cagada y sí, que se den cuenta que lo digo. No sirven, si sirvieran, esto no tendríamos que estarlo viviendo, huir de las casas para dejarlas a los delincuentes”. Las autoridades, reprochó, lo han permitido, que se adueñen “de todo lo que hemos luchado toda una vida trabajando”.
“Yo no tengo nada dado, me da tristeza, coraje, hasta lo que hemos llegado, que nomás vengan a llevarse todo, a quitarnos todo de las manos”. Del miedo, los desplazados no pueden ni conservar su nombre: en todas estas historias, las personas insistían en ser anónimos.
Hacia las 3 de la tarde, casi todos estaban listos para volver a la cabecera de Jerez. En la caravana iban los vehículos y remolques cargados de lo que pudieron. Algunos ya no querían mirar atrás, salieron enfilados con sus historias, aferrados a fotografías de los momentos “de cuando se podía vivir” en Palmas Altas.