Sentada atrás de un tablón, en medio de su humilde puesto y rodeada de ropones y figuras del Niño Dios de diversos tamaños y colores, una vendedora reconoce con tristeza que la celebración del Día de la Candelaria este año no será lo mismo.
Desde hace unos años, la tradición de este acto de devoción ha sido opacada ante el duelo por la pérdida de los seres queridos, ya sea por la violencia que sacude al estado o al ser víctimas de la pandemia de la COVID-19, muertes que los zacatecanos vemos diario, aunque no por eso dejan de ser tristes y sí más frecuentes.
Tras prender un cigarro, la delgada mujer platica cómo las familias que solían tomar el 2 de febrero como una de las últimas fechas para adorar la figura del Niño Jesús, ahora han preferido realizar este acto a solas, sin toda la fiesta que esta celebración representa, o ya de plano, olvidarlo por completo.
La vendedora conoce bien a estas familias y sus celebraciones, ya desde hace varios años ha sido ella quien les vende los ropajes y las figuras que necesitan para su adoración, en su pequeño puesto instalado a las afueras del Mercado Arroyo de la Plata.
Ella no quiere ahondar en detalles como su nombre o el nombre de los protagonistas. Por eso narra en voz baja, entre murmullos que se pierden con el ir y venir de los marchantes, las trágicas pérdidas que han padecido estas familias, desmotivando cualquier intención de festejo, de esos que tradicionalmente juntaban alrededor de una vaporera de tamales tanto a familiares, vecinos y hasta habitantes de otras colonias.
Cuenta que, en alguna de estas casas, para este día incluso,hacían rifas entre las familias menos favorecidas, en las que se regalaban cobijas y juguetes, quienes acudían felices para recibir también su bolo.
Ahora, luego de que la muerte se llevara a uno de los miembros, ya no les quedan más ánimos de celebrar. Adoran al Niño Dios desde su propia intimidad, con el recuerdo constante del familiar ausente, perdido entre la violencia o la enfermedad.
“Ya está muy feo todo”, dice la señora mientras regresa nuevamente su cigarro a la boca tras arrojar una de las tantas bocanadas de humo que flotaba entre los ropones de colores y las miradas perdidas en las figuras del Niño Dios.
FOTOS: ERNESTO MORENO