JEREZ DE GARCÍA SALINAS. Desplazados de Sarabia regresaron a esta comunidad para encontrar destrucción y un olor a muerte que impregna las casas que antes habitaron, hasta que huyeron por la violencia de los grupos del crimen organizado que asolan la región. Ocho meses tienen, la mayoría, sin poder recuperar sus vidas. “¿Hasta cuándo vamos a seguir así?”, se preguntan.
Hace menos de una semana, los pobladores de esta localidad clamaron por ayuda de autoridades municipales y estatales, del gobernador David Monreal Ávila y del presidente Andrés Manuel López Obrador, a quienes pidieron acompañarlos y dar una “esperanza” que no llegó. Este lunes volvieron a la sierra, escoltados solo por militares y policías, recibidos por un letrero agujerado por las balas, camionetas abandonadas.
En el camino pedregoso, reconocieron que el dolor pesa más después de conocer las respuestas, después de que el presidente Andrés Manuel López Obrador declarara que son “pocos” los pueblos desplazados por la violencia y que el gobernador David Monreal Ávila admitiera que no hay fecha para que recuperen lo suyo.
“Quisiera no decir lo que siento por respeto porque son nuestras autoridades, pero ojalá no les pase lo que a nosotros. Esa respuesta de que no es brujo y que Barak Obama… prefiero quedarme callado porque respeto el voto de todas las personas que votaron por él, pero que sirvan, me gustaría que me lo demostraran con hechos”, expresó un hombre que al llegar a la comunidad se dedicaba a recoger escombros en la que era su casa.
Otra mujer se le unió: “se siente rabia, coraje, impotencia”. Entre lágrimas y gritos, recordó cómo a su familia la corrieron del pueblo a balazos y exigió: “que el gobierno nos ayude”. “Que somos pocos, sí, pero para nosotros esto representa nuestra vida entera. Toda una vida de trabajo y de sueños”, repetía mientras aventaba bolsas de desperdicios al fuego.
“Cuando llega la lumbre a los aparejos, ahí sí respinga uno, porque ellos no lo han vivido, porque están cómodos en su casa y no están en el lugar de nosotros, viviendo una pesadilla, por eso minimizan la situación, pero cuando el cincho está apretado, como que se arruga”.
La muerte queda
Pasaron meses para que quienes fueran sus pobladores pudieran regresar a Sarabia. No había condiciones de seguridad, era la información que hasta ahora tenían. La sangre corrió antes de volver. El 19 de febrero, un grupo de civiles armados atacó al Ejército Mexicano cuando revisaba el área. La refriega terminó con un soldado y tres sujetos, presuntos agresores, muertos.
La sorpresa fue para quienes llegaron. Una familia se encontró con un sello de la Fiscalía General de la República (FGR) a las puertas de su vivienda, a la orilla de Sarabia, y tuvieron que preguntar si podrían pasar, a su propia casa, con miedo, para sacar lo que quedara. Adentro era una zona de guerra. La luz que entraba por las láminas del techo daba cuenta de la lluvia de balas de todos calibres. Los muros agujerados, otro más destrozado.
Para avanzar había que caminar entre los escombros y soportar el olor. Era una peste a putrefacción la que invadía conforme se llegaba a uno de los cuartos. La sangre regada se pudría. Decían: “huele a muerte”. En la habitación había, además, varias bases de camas que la familia no reconocía y, en el resto de la vivienda, solo basura.
Las historias se revolvían entre los muebles destruidos y desaparecidos, entre vehículos desvalijados. Faltaban estufas, refrigeradores, salas completas, tractores. “Vaya, hasta los calzones se llevaron”, comentaban una mujer y un hombre, en la visita dirigida por elementos del Ejército Mexicano y reforzada por personal de la Guardia Nacional y de la Policía Estatal Preventiva (PEP).
Los animales habían hecho sus refugios entre la ropa tirada en los pisos de las casas. “Nada más qué hacer que resignarse”, concluían los despojados. El recorrido terminó por acabar con las esperanzas de muchos de recuperar algo de las que fueron sus pertenencias.
“Ya no los dejes”
Rabia e impotencia eran las palabras que se repetían. Y abandono: “¡Con sus abrazos, no balazos! Cada cual tiene una cabeza, la de nosotros es el gobierno federal y del estado, pero si no sirven, ¿hasta cuándo vamos a seguir así?”. “Nos dice el gobierno: ustedes tienen la culpa porque no los denuncian”, exclamó un hombre que reprochaba qué se haría realmente, cuando ellos arriesgan la vida por intentar.
Hacia las 4 de la tarde, militares, guardias y policías regresaron de los rondines para emprender la salida de quienes enfilaban sus vehículos y carga: muebles en buenas condiciones, implementos agrícolas, sobre todo; de los animales de crianza, ya nada qué recuperar.
La caravana era de caras largas, cargaban la tristeza que expresaron en su carta a las autoridades. Se alinearon 71 vehículos contados por el Ejército, para las poco más de 200 personas que acudieron.
Al cerrar la puerta de su vivienda, una mujer se encomendaba: “Diosito de mi vida, cuida esta casa, ya nos vamos”. Otra se despedía frente a una imagen de la Virgen de Guadalupe: “Ándale, virgencita, ya no los dejes que entren”.