Reinventarnos Socialmente
El libro de Karina García Reyes, (2021), Morir es un alivio, Editorial Planeta Mexicana, México, me ha llevado a repensar la descomposición social de los jóvenes.
En ese libro se narran entrevistas de personas violentas que se encuentran internadas en centros de rehabilitación y que antes fueron violentadas por su padre, madre o por ambos progenitores. En efecto, cuando niños fueron negados, rechazados, maltratados, golpeados, violados y abandonados.
Algunos llegaron a ver cuando sus padres golpeaban a su madre hasta dejarla inconsciente; vivieron la impunidad de la autoridad al ser denunciados como golpeadores y sintieron la impotencia de no poder hacer nada.
Más tarde, cuando crecieron, empezaron a trabajar para apoyar a la madre, quien generalmente se desempeñaba como trabajadora doméstica.
El desamparo se apoderó de ellos cuando la madre también los abandonó por seguir a otra pareja. De ahí en adelante, lo único que les quedó como hogar fue la calle, y no pocas veces, las pandillas.
Tratando de reflexionar, en las entrevistas, en esas personas rudas aflora mucho dolor. Sus relatos son más o menos así: “no podía hacer nada cuando mi padre casi mataba a mi padre. Ya más tarde enfrenté a mi padre y terminé en el hospital. Mi madre tenía miedo de abandonarlo y que la buscara y la encontrara. Nunca recibí amor, me sentía un estorbo, mi padre me llegó a decir que no era su hijo. Toda mi vida ha sido sufrir. No pude ir a la escuela, en el barrio me sentí rechazado, muchas veces me quedé con hambre. Lo peor que me pudo haber pasado fue que mi madre se fuera con otro y me abandonara. Desde entonces caí en el alcohol, luego en las drogas. Me he visto casi morir y eso me ha llevado a preguntarme qué voy a hacer con mi vida. Estoy en este centro de rehabilitación, luchando por perdonar a todos los que me han hecho daño y perdonarme yo mismo”.
Algunas veces las personas se hacen daño como si fueran culpables de todo su sufrimiento y es que la sociedad no les ofrece alternativas. Otros hacen daño a sus cuerpos al negarse a comer, drogarse e incluso al intentar suicidarse.
Cuando llego a esta parte me pregunto sobre la importancia de la PREVENCIÓN. Es entonces cuando confirmo que todas las instituciones han fallado, desde el Estado, la escuela, la iglesia y la familia; sin embargo, logro comprender, asimismo, que en esas instancias es donde debemos empezar a reformular nuestras formas de comportamiento, porque cuando escucho que nos hemos vuelto muy permisivos, lo único que esa frase indica es que retomaremos la violencia, pero, justo eso es lo que tenemos que desechar.
Tiempo atrás platiqué con el colega Pablo Parga sobre la necesidad de buscar un punto de encuentro entre la literatura, el arte y la migración internacional.
Le facilité mi primer artículo de circulación internacional: (2000), El circuito Migrante Sain Alto Zacatecas-Oakland, California, Revista de Comercio Exterior, Vol. 50, núm. 5, BANCOMEX, México. El objetivo fue que revisara una entrevista de ese artículo, que en realidad constituye una anécdota de alta profundidad, contada por un septuagenario, cuyo contenido es este:
“Por allá en los años 70´s, varios sainaltenses se fueron a trabajar a Navolato, Sinaloa al corte de caña. Entre los paisanos había uno que era muy popular. Un día fue al baño y se ocultó en unos carrizales y a su regreso se quedó parado a medio camino, al acercarse preguntó a un tercero ¿compadre, no le quedó dinero ahora que vinimos del pueblo? la respuesta fue afirmativa; entonces suplicó, préstemelo, hay usted le encargo mi tarjeta para que la cobre, yo ya me voy. Se le replicó su decisión: pero, ¿por qué te vas, si acabamos de llegar?, su respuesta fue toda una carga emocional: miré, ahora que regresé del carrizal me quedé parado escuchando el canto de una paloma parda, y me dije: pobre palomita, si tú que estás en tu tierra cantas tan triste, yo que estoy tan lejos de la mía, cómo crees que me sienta”.
El relato termina diciendo: “ahora todos dicen que mi compadre se regresó por culpa de esa paloma”.
Ese relato fue el que en 1996 llamó la atención a mi profesor de cultura en El COLEF: Gilberto Giménez, al exclamar que nadie le había explicado de mejor manera la migración internacional; incluso, recordó una canción argentina cuyo símil dice que el migrante cuando migra lleva todo un caparazón cultural sobre sus espaldas, del cual no puede desprenderse.
Total, Pablo Parga convirtió ese relato en un poema al que intituló: Preguntas. Luego ese poema llegó a manos de un grupo musical chileno y lo convirtieron prácticamente en un himno al migrante.
¿Por qué comento esto? Soy el titular de un proyecto de investigación financiado por El CONACYT sobre resiliencia y políticas públicas y he pensado una y otra vez en que uno de los subproductos sean poemas, obras de teatro e incluso cine.
Pienso y no dejo de pensar en los hijos abandonados y rechazados por su padre y su madre, que en una obra de teatro podría representarse con un lenguaje coloquial que sensibilice sobre la responsabilidad de los padres y de los tomadores de decisiones particularmente de todas esas frustraciones que hacen daño al alma.
Este tipo de narrativa podría ayudar a que brote la sensibilidad y comprender que socialmente hemos creados monstruos que primero fueron víctimas y que ahora no sabemos qué hacer.
El mensaje es claro: es necesario replantearnos qué es lo que estamos haciendo como padres, pero, también es imprescindible que otras instituciones, entre ellas, la familia, la escuela, el DIF e incluso la misma iglesia, pasen de la lamentación al compromiso con tanto joven que hoy sufren y se pierden haciéndose daño como si quisieran pagar sus culpas.