CDMX. En La épica de la civilización americana (1932-1934), la obra pública más ambiciosa de José Clemente Orozco (1883-1949) en los Estados Unidos, el muralista pintó en uno de los paneles el destierro de Quetzalcóatl, la deidad parte a bordo de una balsa de serpientes al tiempo que presagia su regreso.
En ese mural del Darmouth College, el pintor recuerda al público que «América es una masa continental compartida, no un sinónimo de Estados Unidos» y presenta una épica de «carácter cíclico, del eterno retorno a la destrucción y la creación», según Mary K. Coffey, estudiosa de Orozco y profesora en Darmouth.
Al comparar el mural La partida de Quetzalcóatl con el boceto inicial de Orozco Cabeza de Quetzalcóatl (1932) salta a la vista cuánto dista del original, no solo por lo obvio, el uso del color, sino porque las líneas constructivas un «poco más orgánicas se tornan más angulares».
«Vemos una diferencia bastante pronunciada, sin embargo, la parte esencial del dibujo queda transmitida en el fresco: la monumentalidad», expone en entrevista Orlando Hernández-Ying, historiador del arte y curador.
El dibujo de la Cabeza de Quetzalcóatl está cuadriculado para facilitar su paso a la pared. El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) posee en su colección un boceto con una cabeza similar de Quetzalcóatl.
A partir de una veintena de bocetos de Orozco donados por el coleccionista Michael Wornick a la Hispanic Society of America, el museo de esta institución invita a diseccionar las claves de sus murales en la exposición Anatomía de un fresco a partir del 22 de junio.
Son bocetos figurativos para retratos y cartones preparatorios para murales que permiten «estudiar de cerca el proceso de realización de los frescos y cotejarlos con reproducciones digitales a gran escala» de las obras finales.
De modo que Anatomía de un fresco presenta estudios para La épica de la civilización americana (1932-1934), en el Darmouth College, en Hanover, Nuevo Hampshire, los murales de la Escuela Nacional Preparatoria (1923-1927), y de su obra cumbre, El hombre en llamas (1937-1939), en la cúpula abovedada del Hospicio Cabañas de Guadalajara.
Hernández-Ying explica que al recibir la donación de Wornick, el Museo de la Hispanic Society of America revisó qué tenía de Orozco en su colección y apareció un retrato del catalán Josep Pijoán Soteras, profesor de Civilización Hispánica en el Pomona College, en Claremont, California.
El retrato fue el regalo de bodas del pintor mexicano a Pijoan Soteras, quien le consiguió la primera comisión en Estados Unidos, el mural Prometeo (1930). Orozco eligió el mito de Prometeo, quien robó el fuego a los dioses para entregárselo a la humanidad, y a cambio, padeció el castigo eterno.
Cocurador de la muestra junto con Niria E. Leyva-Gutiérrez, Hernández-Ying enfatiza la calidad del dibujo de Orozco, de una «línea fina», ejecutada con rapidez y precisión quirúrgica.
Artista universal
Al yuxtaponer las obras en papel con las reproducciones digitales de los murales, el público podrá apreciar una dimensión del artista pocas veces vista.
«La gente ve la gran elocuencia, la magnificencia de estos poderosos murales, pero lo que estamos estudiando acá es la contraparte, la parte creativa y el proceso por el cual Orozco llega a estos niveles», destaca el curador.
Entre los bocetos donados hay dos dibujos asociados al conjunto de la Escuela Nacional Preparatoria, laboratorio de la primera fase del muralismo, con el estudio de un campesino afligido, con las manos juntas, en oración, para el mural La trinidad revolucionaria (1923-24), y otro más de una mujer campesina y su pareja, para el mural Trabajadores (1926).
Hernández-Ying eleva a Orozco a la categoría de figura universal al ser un artista capaz de madurar de forma visual su discurso acerca de «la humanidad, la conciencia social y el respeto a los trabajadores» asociado con la figura mitológica de Prometeo.
«Estos murales sirvieron como plataforma, prácticamente sin decir ninguna palabra, para decir una de las historias más elocuentes y que se aplican universalmente a todos los pueblos», reflexiona el curador asociado de la Hispanic Society of America, fundada en 1904.
Incluso, añade el curador, la personalidad misma de Orozco se asocia al Prometeo, por su «temple de fuego».
Una mirada íntima a su obra
Anatomía de un fresco integrará una serie de dibujos no relacionados con ninguno de los murales en cuestión como el estudio en gouache de la figura de una mujer, fechado en 1940.
«Lo dice Michael Wornick que una de las cosas que más le llamó la atención es que en Orozco las mujeres son mujeres y no son diosas ni son personificaciones de virtudes y cosas más elevadas, sino que son mujeres y no solamente mujeres, sino mujeres mexicanas, una faceta que no vemos en otros pintores, que puede pasar desapercibida frente a la grandilocuencia de los murales», señala Hernández-Ying.
Anatomía de un fresco ofrece así una mirada más íntima a la obra de Orozco, al apreciar de cerca la fuerza de su trazo y la versatilidad de sus obras en papel: carboncillo, lápiz, tinta y gouache además de grabado.
Un artista que jamás dejó de lado su entrenamiento académico, enfatiza el curador, sino que trabajó en construir otra forma de arte, pero siempre con base en esos bloques constructivos que son el dibujo y los estudios.
Como Orozco sostenía: «Es increíble lo que se puede hacer con un lápiz y un trozo de papel».
De personalidad compleja
En una entrevista de 2015, con Susan Krane, directora del San Jose Museum of Art, a propósito de la exhibición de los bocetos de Orozco, Michael Wornick aludió a la personalidad compleja del artista de quien Octavio Paz habría dicho que «jamás sonrió en su vida».
«Tenemos que pensar en el hombre como parte de la historia. Pensemos en lo que sabemos de él. De joven trabajaba con pólvora y en un accidente perdió gran parte de su mano izquierda. Se convirtió en un artista manco. Y un muralista. Imagínese estar en un andamio con un solo brazo. También vivió la Revolución y vio la carnicería de la guerra, carros llenos de cuerpos, cadáveres desfigurados», dijo el empresario y coleccionista, con estudios de posgrado en Historia del Arte en la Universidad Dominicana de California.
De hecho, los primeros bocetos que Wornick compró en subasta pertenecen al mural Prometeo. En esa misma entrevista cuenta que a pesar de no estar atribuidos, y de que el marco impedía ver la fecha y firma, los reconoció de inmediato como obra de Orozco, y solo después descubrió que eran estudios murales para el Prometeo del Claremont College.
«No se podía encontrar una obra de Orozco a la venta en Estados Unidos, salvo una vez cada cuatro o cinco años», añade el coleccionista quien a partir de 2005 comenzó «a comprar agresivamente» dibujos figurativos del artista.
Patrimonio del mundo
Nacido el 23 de noviembre de 1883 en Ciudad Guzmán, Jalisco, José Clemente Orozco dejaría en su propio Estado un legado invaluable en el Museo Cabañas, inmueble que albergó un hospicio.
-Entre 1937 y 1939, el muralista plasmó en el edificio de la capital jalisciense una serie de pinturas murales en la capilla mayor y en sus bardas.
-Las 53 obras recorren la historia de México, de la época prehispánica a la primera parte del siglo 20, sin dejar de lado la crítica social característica de los muralistas mexicanos.
-La obra cumbre entre los murales es El hombre en llamas, pintado en la cúpula de la capilla.
-Los frescos plasmados por Orozco y la belleza arquitectónica del lugar le valieron al inmueble la declaratoria de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1997.