El peor gobierno en el peor momento: la tormenta perfecta…
Tiempos convulsos requieren personas de Estado (con E mayúscula) que reconozcan su lugar en la historia. Necesitamos gobernantes y funcionarios que, efectivamente, ejerzan su responsabilidad legal, moral, histórica y social.
Aquellos que lograron el poder a través del voto, no deben permitirse hacer oídos sordos a los reclamos sociales. Es un despropósito pretender tapar el sol con un dedo ante su pésimo desempeño. Por el contrario, deben fajarse los pantalones y ejercer el gobierno en toda su dimensión, asumir el rol y tomar decisiones difíciles y hasta contrarias a la voluntad popular, todos los días, por muy dolorosas, radicales y comprometedoras que sean, pues de eso se trata el gobierno: de gobernar, ejercer el mandato de autoridad que democráticamente se obtuvo.
Si no pueden, renuncien
No podemos tener a los peores gobiernos en los peores momentos. Necesitamos a las mejores mujeres y a los mejores hombres en todas las áreas, especialmente en las de seguridad; necesitamos a los que se sacrifican, a los que defienden, a los justos, a los buenos; a los que, efectivamente, piensan en la siguiente generación y no en la siguiente elección.
Necesitamos a los trabajadores, a los responsables, a los estudiosos, a los entregados. A los que saben que les tocó una etapa muy difícil y que depende de ellos que la comunidad tenga libertad y no miedo.
No necesitamos a los que anteponen el futuro político o no quieren ensuciarse las manos. No necesitamos a aquellos que rehúyen la responsabilidad, a los que quieren una “chamba en gobierno” de seis horas diarias y con un sueldo por las nubes.
No necesitamos a los lacayos o zalameros del poder; a los esbirros improductivos del gobernante; a los engañabobos que detentan una responsabilidad o a los encapsuladores de gobernantes. No los necesitamos.
Tampoco necesitamos a los que quieren manipular la percepción en lugar de luchar por una mejor realidad; ni tampoco a los que generan tensiones en los pasillos de los gobiernos.
Esos son los peores funcionarios. Pero, como en muchas responsabilidades públicas, la culpa suelen ser del que da la confianza y no del funcionario que no supo responder a la expectativa. Muchos gobernantes de la actualidad, olvidan que la población suele decir «el gobierno de fulanito fue malo» y no «los funcionarios de fulanito hicieron quedar mal a su gobierno». La culpa no es del agente, es del principal.
En muchos lugares hoy se padecen a gobernantes que prometieron a manos llenas; enamoraron al electorado con constancia y resistencia; y participaron en varias elecciones buscando el cargo que ahora ejercen. Ahora se excusan de formas realmente patéticas, de pena ajena, en lugar de asumir completamente la responsabilidad y dar la cara en los tiempos de tormenta.
La maquinaria de los gobiernos tiene que ser ajustada constantemente. Hay que revisar, analizar, exigir, supervisar, apretar, condicionar (y muchas otras cosas) a los funcionarios del equipo, porque ser gobernante implica eso y más.
Y no perdamos algo de vista: hoy en día, gobernar puede significar meter las manos al lodo. El que no quiera ensuciarse, que se dedique a otra cosa. Porque aquél que no se ensucia las manos corre el riesgo de ser un cero a la izquierda, o peor, convertirse en un títere o comparsa de malos funcionarios que no trabajan, que no sudan la camiseta, que solo les importa su beneficio personal, que descuidan al ciudadano y más cosas negativas.
Todo eso abona a la tormenta perfecta: tener a los peores gobiernos en los peores momentos.
Ante eso, los ciudadanos tendremos que actuar…