Óyeme con los ojos
En la galería Eme –sita atrás del Teatro Calderón, calle Ignacio Hierro-, está en exposición “El centinela del saber es prisionero de sí mismo” de Iván de la Torre Cordero (1979). La muestra está integrada con más de 20 obras. Ésta es la cuarta exposición del artista. En el inicio de la muestra está un QR para obtener el catálogo y dos presentaciones de conocedores del autor y la obra, una es de Sonia Ibarra y otra de Edgar A. G. Encina.
En el conjunto de la manifestación, en varias dimensiones y medios de expresión, hay triángulos y rostros con ojos enormes (acaso autorretratos u hombres –no coloca el género como un símbolo evidente de representación, aunque tampoco son seres andróginos-). La paleta de colores es discreta, porque pondera la línea de las figuras.
Me gusta la obra de Iván de la Torre, tanto porque recrea las palabras de sor Juana Inés de la Cruz: “Óyeme con los ojos, /Ya que están tan distantes los oídos,/ […] Óyeme sordo, pues me quejo muda.”, como por la alusión permanente a la figura omnipresente que mira-oye (la inicial providencia o reusada en la francmasonería). En el recorrido se hace desde “El centinela del saber es prisionero de sí mismo” hasta “Génesis” (la única figura evidentemente femenina). En el ir de la exposición hay rostros, cuerpos y cabezas con tres fachadas (acaso la Trinidad).
En el conjunto de las exposiciones presentes en la ciudad, en Eme hay una obra singular en el actual estado del arte. Hay mano que traza, colores en su lugar y resemantización de figuras que nos miran y miramos, merced a la creación de Iván de la Torre.
Destrucción fanática
El pasado fin de semana se supo, vía redes y por amistades entrañables, que el panteón La Purísima fue arremetido y decenas de monumentos funerarios fueron vapuleados sin dimensionar que atacaron acervos materiales de incalculable valor histórico y emblemático para la memoria colectiva. Los delincuentes destrozaron edificaciones decimonónicas privadas, no sólo manifestaciones de creencias, sino en algunos casos obras artísticas.
Por supuesto estoy unido al enojo de deudos y ciudadanos que hacen del lugar un valor de convivencia y respeto por los ancestros y el arte. También mi malestar va porque es evidente que tal institución municipal padece abandono, descuido, ensanche de la ignorancia y desprecio por el patrimonio cultural. Señalo: una denuncia tardía no saneará del todo. Ahora, ante el evidente descuido del ayuntamiento de Zacatecas, éste debe reparar lo que está en su custodia y establecer medidas precisas y evidentes de seguridad y protección.
Invitación a Peligro Derrumbe
La maestra Miriam Puente presenta, desde el día de hoy, la exposición Peligro Derrumbe. El acto inaugural es en la Casa Municipal de Cultura de Zacatecas, a las 18 horas. Le será indeleble apreciar la obra de una discreta artista que re-crea lo que se va cayendo de la ciudad.
Libro en el buró
Estoy ojeando, además de los obligados libros escolares, Daniel Dávila García: testimonio, obra periodística y cómo logró cambiar su azarosa vida (Zacatecas, Zezen Baltza editores, 2023). Es una autobiografía y compilación de algunos textos del magistrado en retiro Daniel Dávila García. Me va el hojeo que llevo; proporciona indicios sobre un actor del contemporáneo sistema político regional. Les escribo en cuanto lo concluya.
No olvido
Una vecina de la calle Indita fue la maestra Inés. Ella era una mujer adulta muy mayor, respetada y reconocida por su distintivo de mentora. La profesora vivió en una maxipeque casa. Su lote era el 22. La construcción era de adobe; el techo lo sostenían vigas y una gualdra. El piso era terroso. Obvio, con ella había gatos de señorita decimonónica.
Desde la puerta, porque no había zaguán, miré varias veces su cama de latón cubierta con cobijas de feria y una colcha de tejido manual. En el menaje estaba un ropero sin espejo. No recuerdo baúles.
Una visita, que recuerdo con nitidez, era la de un sacerdote del templo católico más hermoso de Fresnillo –obvio, el Sagrado Corazón de Jesús-. En sus esporádicas asistencias, el pastor portaba sus insignias de confesor; durante las conversaciones la puerta permanecía abierta.
Luego del fallecimiento de la maestra Inés –con quien nunca cruce alguna palabra, quizá alguna mirada sin efecto trascendental-, la casa fue habitada por Lupe y su prole.
Tampoco olvido que en la primaria hice migas con el hijo menor de mi maestra de tercero –también fue de sexto-. Le decíamos Beto. Éste, en las andanzas de la amistad extraescolar, me obligó a tomar clases de catecismo sabatino. Los sanedrines eran en un amplio corral de la calle Pino Suárez, luego allí construyeron las bodegas de una conocida cervecería.
En el catecismo, al que llegué ya después del tercer sacramento, la historia bíblica que más me gustó fue la de José. Esta historia luego la miré en teatro como José El soñador. No olvido que el abuelo de Beto era el pianista del templo católico más hermoso de Fresnillo. Ese abuelismo y la maternidad me parecieron por mucho tiempo una contradicción ante la vigencia de las Leyes de Reforma; pero no ignoro que la maestra no era tan juarista como el profesor Lemus, porque no era católica militante, aunque sí fomentaba la práctica docente de Beto a través de la catequesis, no sé si para hacer sus pininos de profesor o encaminarlo al estado sacerdotal.
Beto estuvo en la escolta cuando su maestra era su misma madre. Lo último que recuerdo de él es que se casó joven –cosa de los años de la prepa, todavía no era 1988; la chica laboraba en una tintorería-. La tarde de la boda pasearon por la avenida Juárez, iban en un auto descubierto y con sonido de claxon feliz.