Reformas al Poder Judicial
El pasado domingo fue otro aniversario de la promulgación de la actual Constitución política de México. Como es tradicional en los rituales festivos del sistema político nacional, se organizó un evento presidencial en la ciudad de Querétaro, sede del Congreso constituyente que sancionó el citado pacto político. Durante esta semana, iniciando el mismo día de la conmemoración, ha concurrido una variada jiribilla sobre la actuación y los dichos de los titulares de tres poderes federales. Lo más comentado es lo hecho por la ministra presidente y la sobre interpretación de un “protocolo” que no es regla jurídica, sino una manifestación de atención al presidencialismo mexicano.
En la jiribilla, atención a hechos presentes, poco o nada se ha señalado que en los primeros 50 años de la vigencia constitucional, el poder judicial es el que ha tenido más reformas y modificaciones en su organización, no así el legislativo y menos el ejecutivo. Esto no sólo es efecto de la preeminencia política y jurídica del presidente, sino del interés de tener al judicial como una extensión y subordinación de la política coyuntural.
En las más de 252 reformas al texto inicial de la Constitución, en el primer medio centenar se aprobó más de 60 modificaciones, reformas y adiciones. En lo que toca a los citados clásicos poderes de la república van 17: tres sobre el ejecutivo, seis del legislativo –en ambos casos sobre reelección y ampliación de período-, y ocho al judicial. Se han tocado los artículos 73, 74, 76, 79, 89, 94, 95, 96, 97, 98, 99, 100, 102, 104, 107 y 111, algunos de estos han tenido más de una reforma.
La mayor parte de las reformas han provenido a iniciativa del presidente de la república. En el citado medio siglo de la Constitución, es dable destacar que la presencia de jurisconsultos procedentes de Zacatecas en la Suprema Corte de Justicia han sido realmente pocos; no así en los juzgados de distrito, en otras circunscripciones judiciales y en la burocracia de tal poder. El último secretario de Justicia fue Roque Estrada Reynoso, en los años preconstitucionales del carrancismo; luego fue ministro (1941-1953) y presidente de la Suprema Corte; Leopoldo Estrada Borja (1923-1928); y Gabriel García Rojas Salazar (1951-1962).
Febrero 8 [2022]
Don Ricardo Acosta Gómez
Leí a los maestros Catarino Martínez y Gabriel Edmundo Torres Muñoz, éstos recuerdan el centenario de don Ricardo Acosta Gómez (1922-2000). [Ya se cumplieron 101 años de un pinense distinguido]. Un escritor pinense, también investigador, archivista y divulgador de la “Nueva Toledo”.
Supe de Pinos y su San Matías hace más de 30 años, primero en la lectura de La Nueva Toledo. Me gustó saber de las posibilidades de un reino novohispano en esa región. Con quien inicié conversaciones sobre Pinos fue con el maestro Benjamín Morquecho. Siempre aludió al maestro Acosta como el historiador influencer de la localidad –el que investiga en documentos y libros, conversa con investigadores y sociedades de investigación -, el que convierte como eje del tiempo y espacio la comunidad donde está. A don Ricardo lo traté inicialmente en el mítico archivo parroquial de san Matías. Vestía camisa formal -de las típicas vestimentas de los profesores de primaria de viejo, de antiquísimo cuño-. Cruzamos algunas palabras –presentación, búsqueda y tal-… Lo seguí leyendo.
Mi entrada a Pinos fue por Nueva Toledo. Leí primero Pinos desde Acosta Gómez. Proseguí con tanto personaje, que alguna vez inicié una antología de escritores ‘pinenses’… quedo en bosquejo. Uno con lugar en la ‘reunión’ era el maestro Ricardo, un hombre apasionado del universo pinense: cronología, actores-familia, edificios religiosos, el inconcluso san Matías. Conservó parte de la obra del maestro Ricardo. He concurrido a ella para convivir con Luis de la Rosa, también para reconstruir la etapa pinense del mezcalero y de las cronologías necesarias para hacer narrativa sobre el pasado. Señalo: van 100 años de don Ricardo, muerto hace dos décadas.
Dolor. Dolor. Dolor.
Pasado el meridiano de la noche, varios contingentes militares salieron del cuartel de Tacubaya rumbo a la cárcel de Santiago Tlaltelolco. Iban a liberar al general Bernardo Reyes. En tanto unos marchan, los zapadores, leales a Francisco I. Madero, se hicieron de la guardia del palacio nacional, ocupada por fuerzas rebeldes. Este episodio ocurrió entre las cuatro y siete horas del 9 de febrero de 1913. No soslayemos el clima, es invierno.
Antes de las ocho de la mañana, el general Reyes llegó al frente del contingente rebelde. Sin avenirse con el jefe militar del palacio, el combate ocurrió. El tiroteo fue nutrido. Hubo bajas entre los leales, los rebeldes y los curiosos que no decidieron entrar a la catedral para mirar el combate.
Francisco L. Urquizo, tan narrador como militar, escribió sobre el primer instante de los disparos: “Se desató la balacera de nuestros fusiles y traquetearon las ametralladoras. El caballo retinto del general se encabritó y lo sacó de la montura a tiempo que el fuego de una de las ametralladoras le clareó el pecho. Cayó al suelo, bien muerto, y el caballo salió disparado por entre los árboles del zócalo. En un momentito se llenó de muertos aquello”.
Alfonso Reyes, hijo del general muerto, expresó en la Oración del 9 de febrero: “Cuando la ametralladora acabó de vaciar su entraña, entre el montón de hombres y caballos, a media plaza y frente a la puerta de palacio, en una mañana de domingo, el mayor romántico mexicano había muerto. Una ancha, generosa sonrisa se le había quedado viva en el rostro: la última yerba que no pisó el caballo de Átila; la espiga solitaria, oh Heine que se le olvidó al segador”.