Hace alrededor de 12 años trabajé proyectos con un conjunto de empresas que se dedicaban a generar, ampliar y vender algoritmos a gigantes de la información como Google. Lo hacían a través de mecanismos de interacción con usuarios mediante plataformas gratuitas de todo tipo.
Un ingeniero en programación me lo explicó en aquellos años con una expresión por la que me disculpo de antemano con el sector feminista que pudiera encontrarla ofensiva; no es la intención.
—Piensa —me dijo— en la expresión “fotos de muchachas en pelotas” y tecléala en cualquier buscador. Hace unos meses te arrojarían fotografías con criterios literales, precisamente fotografías de mujeres jóvenes con, sobre o encima de pelotas, balones o cualquier accesorio inflable esférico. Ahora los buscadores con el algoritmo correcto saben que esa expresión significa, en español y en determinadas regiones del mundo, que el usuario está buscando imágenes de mujeres jóvenes desnudas. ¡Bienvenido a la era de la inteligencia artificial!
Conforme el algoritmo interactúa con personas para afinar criterios, palabras y contextos, se vuelve más preciso y, por ende, más útil.
En la película infantil “Los Increíbles” el protagonista es comisionado para neutralizar un sofisticado robot de combate. Cuando se apresta a la misión le dicen, “debo advertirle, que el robot es inteligente. Cada momento que pelea con él le está enseñando a acabar con usted”.
Los robots, programas, algoritmos entre más reciben nuestra retroalimentación (en cualquiera de sus formas) más aprenden lo que queremos y necesitamos. De nuevo, ¡Bienvenido a la era de la inteligencia artificial!
En el día a día no peleamos con un androide como en el clásico del cine “Terminator”. Más bien lidiamos en modo usuario con inteligencias como ChatGPT o Frase.io y, al retroalimentarlas “para mejorar el servicio que nos proveen”, las habilitamos para sustituirnos de la manera más eficiente.
“Terminator” no acaba con nosotros matándonos literalmente, sino que, en un proceso gradual, acaba con nosotros dejándonos sin trabajo.
En menos tiempo los algoritmos hacen nuestras veces: resuelven nuestros procesos, calculan, establecen estrategias, escriben ensayos, relatan cuentos…
Ya comenzaron los influencers a recomendar todas esas plataformas de inteligencia artificial. Y algunos maestros ya detectamos el uso indeseable de dicha tecnología para obviar esfuerzos y sacar una buena calificación. Como en todo, la tecnología es amoral y siempre depende de cómo se use para saber sus resultados, pero eso lo hemos comentado anteriormente.
Ahora vemos otra forma en cómo nuestra relación con la tecnología se vuelve tortuosa. Por ejemplo, donde creímos que los robots nos obviarían el trabajo pesado para dejar a la humanidad tareas de tipo intelectual. El internet es hoy la red de robots que interactúan entre sí para aprender a ser como nosotros.
Cada algoritmo bien afinado es potencialmente miles de llamadas al área de recursos humanos para que empleados recojan su cheque y guarden sus cosas en una caja de cartón.
El mundo maravilloso de la tecnología no es solo la posibilidad de ponerla a nuestro servicio, sino también de ser devorados por un proceso donde nos volvemos obsoletos.
Y ya no se trata de sustituir a personas con habilidades que generan valor como traductores mediante DeepL. Ya Grammarly comienza a sustituir editores y comienza a ser retroalimentado para sustituir a editores en los periódicos.
Synthesia, por su parte, genera videos con inteligencia artificial con avatares diversos, biblioteca multimedia y en más de 120 idiomas. En máximo cinco años, los presentadores de noticias estarán también en la mira de los androides.
También se están haciendo pruebas con plataformas similares para resucitar al mismísimo Einstein para que dé una amena clase magistral sobre Física Cuántica. Hace días un grupo de colegas maestros pedía inteligencia artificial para descubrir y sancionar trabajos hechos con la misma; en el viaje fue escalofriante sabernos en la mira del robot.