Hablar es usar un aparato que se llama fonador con finalidades de comunicación. Comunicarse permite intercambiar información cuya utilidad puede ser práctica o no; una conversación casual, en ese sentido, podría incluir datos que estén relacionados con los sucesos circunstanciales que pueden involucrar o no a alguno de los conversadores.
Se habla sobre lo que interesa, al menos medianamente, a alguno de los hablantes. Cuando la gente no encuentra interesante las conversaciones, se aburre, que es algo así como aborrecer el ambiente. La gente charla tanto para intercambiar actualizaciones sobre sí mismos como para recabar actualizaciones sobre los demás.
A las conversaciones que aparentemente no tienen temática o finalidad específica se les dice casuales porque pareciera que suceden casi por casualidad; en cambio, a las que tienen una ritualización más compleja y siguen determinada finalidad más o menos específica, suele llamárseles formales, que son como charlas casuales, pero adornadas de protocolos rimbombantes para hacerlas aburridas.
Para platicar se necesita, además de por supuesto platicadores, algo de lo que se pueda hablar; afortunadamente, hay montones de temas que son más o menos prestados casi gratuitamente para que la gente tenga algo sobre qué conversar, cuestión de encender la tv, prender la radio o meterse un rato al feis o al tiktok para tener una considerable cantidad de temas intercambiables con otros, ya si se quiere, puede incluirse un poco de opinión supuestamente propia en las charlas, aunque esto no resulte primordialmente necesario.
La gente puede andar fácilmente por la vida, nomás replicando la opinión ajena pretendiéndola propia. Opinar es algo así como decidir el equipo en el que se puede jugar en los terrenos de la información.
Platicar, entonces, es como intercambiar posturas para poder modificarlas o afirmarlas. Los cafés, bares y salas están llenas de opinadores que, además de un capuchino, una michelada o un té de manzanilla, buscan también compartir y/o adquirir elementos técnico-informativos para modificar y/o afirmar lo que andan pensando que opinan en ese momento.
Casi cualquier tema es bueno para charlar, considerando por supuesto la moral, costumbres e intereses de los potenciales charladores, y tratando de evitar, en cierta medida, los menospreciados silencios, que a veces podrán ser tan cómodos como la urgencia de lo que se esté platicando.
Platicar es motivarse un poco o un mucho en lo que se está intercambiando, porque, de otro modo, una conversación podría convertirse nomás en ruido de fondo para los que se queden callados.
Cuando no se sabe muy bien sobre qué hablar, puede recurrirse a los infalibles chistes, a los horóscopos o al clima, que son algo así como temas de emergencia para no andar de impartícipes en las forzadas conversaciones.
Por fortuna, los temas sobre los que puede hablarse son ofrecidos casi gratuitamente por el contexto en el que se vive y pueden variar de forma o de color, dependiendo de la sociedad, moral, economía, gobierno, clima o posición de los planetas.
Las conversaciones pueden ir surgiendo en el transcurso del día voluntaria o involuntariamente y casi en cualquier lugar, aunque al parecer algunos sitios, horas y circunstancias resultan ser más “adecuadas” para buscar, mantener o continuar una conversación.
Se puede manotear un poco mientras se está charlando y también puede evocarse a ciertas fuentes respecto a lo que se habla, buscando que los proferidos argumentos estén medianamente sustentados, aunque con eso se pueda también correr el riesgo de sonar un poco ridículo y nomás pretender tener la razón a toda costa.
Platicar sirve para caer en cuenta de que lo que se había previamente platicado era cierto, correcto o ninguno de los anteriores, porque solamente algunas veces y sólo a través de echar a andar el aparato fonador puede entenderse lo que se piensa y en una de esas hasta lo que se siente o al menos lo que se piensa que se siente y que puede no ser lo mismo a lo que se siente en realidad.