Opinar es dar un punto de vista respecto a algún tema, que es también algo así como sentir que, por alguna razón, lo que se cree respecto a eso es lo correcto, lo adecuado o nomás lo menos equivocado. Opinar sirve, entre otras cosas, para expresar lo que se piensa, lo que se siente o al menos lo que se piensa que se siente, porque a veces no es lo mismo.
Cuando alguien tiene dudas sirve pedir opinión de otro alguien que ya no las tenga o al menos no las mismas. Claro que unas opiniones pueden ser más adecuadas que otras dependiendo de los campos en los que los opinadores anden navegando.
No necesariamente se consulta la opinión de un doctor cuando se tienen ganas de hacer un pastel de chocolate, a menos que por supuesto, su doctorado sea en repostería (seguro los hay). Una supuesta libertad de expresión permite creer en el derecho de opinar sobre cualquier cosa y sí, recordando por supuesto que también se tienen derecho a ignorar.
Como no siempre hay alguien experto en cualquier tema disponible hay que buscar fuentes alternativas para consultar opiniones. Las redes sociales, Wikipedia y Google siempre “están” ahí cuando no hay otras más confiables o al menos más disponibles fuentes.
Ante la falta de internet o de doctores en repostería de confianza, siempre quedan los amigotes, quienes no necesariamente tienen que ser expertos en el tema para dar sus posturas al respecto, con un poco de sentido común en beneficio del amigo dudoso es más que suficiente.
¿Qué harías tú? Es siempre buena pregunta para abrir el abrevadero de opiniones ante las incertidumbres constantes. El problema surge cuando los opinólogos se las dan de muy expertos en el tema sin necesariamente serlo, luego ahí andan los consultantes cometiendo errores por hacerles caso a irresponsables y desinformadas opiniones gratuitas.
Es normal no tener la respuesta a todo, pero también es normal que siempre existan unos que más que preguntas tengan opiniones. Son esos, esas y eses que por alguna importante razón no pueden contenerse de expresar sus importantes opiniones en público, no vaya a ser que los demás se pierdan de sus valiosas y útiles posturas frente al mundo.
A los que opinan sobre lo ajeno se les dice metiches y siempre se corre el riesgo de convertirse en uno nomás por andar contestando -esto haría yo- sin que nadie le haya preguntado. En un mundo de metiches debería garantizarse el derecho a la incertidumbre.
A veces sólo se opina porque se puede, no porque se debe. Frecuentemente los que pueden opinar “profesionalmente” sobre algún tema lo hacen por cierto costo, por eso luego es fácil dudar si hay alguna relación entre ese costo y la objetividad de la opinión profesional ofrecida.
Como tantos tienen ganas de opinar sobre casi cualquier tema, los que les hagan caso pueden caer en confusión, sobre todo, porque es muy probable que una opinión propia se forme con base en una ajena, es decir, tener una opinión personal respecto a algo, suele conllevar más que la propia subjetividad. Siempre da menos pesar tomar malas decisiones basadas en la opinión de los demás.
Lo que se opina es resultado también de lo que otros opinan. Eso luego permite echar la culpa al mal gobierno, a los malos padres o ya mínimo a los buenos amigotes antes que asumir una aislada opinión individual. Al parecer, es mejor equivocarse en montón que no poder compartir la razón.
Quizás no estaría mal aceptar que la opinión propia no siempre es la mejor, la más adecuada o la correcta para otros, mucho menos para todos, pero siempre es difícil aceptar equivocarse, por eso para no equivocarse tanto ni tan seguido quién sabe si resulte mejor pedir opinión.