Algunos sectores del morenismo están preocupados porque la contienda interna para “ganar” la encuesta provocará un desgaste autodestructivo con miras a la elección constitucional de 2024.
Asumiendo que la premisa es hecha con honestidad y se teme por que los contendientes caigan en la descalificación, etiquetas, golpes bajos–lo que en el lenguaje técnico los consultores llaman campaña “de contraste” (por no decir que se dedicarán a tirar vil porquería al oponente)–, vale la pena explorar el escenario.
Están los temores derivados de la inminente ruptura. Se asume que, por ejemplo, si Ebrard o Monreal no ganan la candidatura correrán a los brazos de la oposición a ofrecerse como fórmula centrista que si no pudiera ganar, al menos sí mermaría en votos al oficialismo.
Esos rumores tienen desde el inicio del sexenio dada la muy natural proclividad a aprovechar las oportunidades que derivan del momento. ¿Qué político no se sentirá más que tentado a probar suerte ante una verdadera oportunidad?
La narrativa de la ruptura inminente tiene su grado de verosimilitud y la nutren analistas de todos los flancos, tanto del conservadurismo como de la izquierda.
En tal caso, unos atizan por el desmoronamiento del lopezobradorismo y otros para prevenir al electorado de la presencia de esquiroles y para inocular a las opciones más viables cuando resulten seleccionadas.
Si la exposición interna solo incluye desvaríos para drenar números estadísticos, los temores pueden estar fundados. En cambio si el contraste incluye discusiones más de fondo respecto del modelo de izquierda que debe dar continuidad a la 4T, la exposición podría resultar todo lo contrario a un debilitamiento.
El otro condicionante es la unidad o ruptura posterior y, como tal, es clave y el caso mexicano no resultaría único.
En 2007 en EEUU los demócratas enfilaban varias opciones para suceder con amplias posibilidades a George W. Bush.
Hillary Clinton iba montada en caballo de hacienda para obtener la candidatura demócrata. El senador junior Barack Obama apenas despuntaba tímida aunque firmemente gracias a una deslumbrante retórica y a condiciones inherentes a su persona y biografía.
Conforme maduró la contienda Obama crecía a niveles amenazantes; por lo que Clinton arremetió contra el senador, esgrimiendo cuestionamientos a su autenticidad, capacidad e idoneidad dada su asociación con personajes que hacían declaraciones controversiales como su ex pastor Jeremiah Wright.
En un intento por contener el tono de la contienda se aludió a un desgaste similar a lo que hoy se teme con los morenistas.
El desarrollo de las primarias agotó la democracia partidista de los demócratas. Inclusive los obligó a trabajar uno por uno los votos de los llamados superdelegados porque la contienda pintaba para terminar en final de fotografía.
Y para el tema que nos ocupa, la exposición y rispidez de la contienda terminó fortaleciéndolos como partido y les dio un plus nada despreciable y poco advertido cuando sucedía: se mantuvieron vigentes en la agenda política, mientras los republicanos poco podían hacer por pelear esos reflectores.
Eventualmente Obama ganó la candidatura y operó una cicatriz política que incluía sumar a Hillary Clinton a su campaña y eventual gobierno.
Una respuesta similar se antoja para los precandidatos de la 4T. ¿Habrá conciencia para hacerlo?
El caso demócrata no es equiparable en su totalidad; los partidos mexicanos (no solo Morena) adolecen de una falta de democracia interna solvente para organizar elecciones primarias. No es un faltante menor, pero tampoco es tan fulminante, por ser un mal generalizado. Lamentablemente, mal de muchos, consuelo de tontos.
Los aspirantes morenistas deberán demostrar unidad, inteligencia y una generosidad para ganar y perder que, si bien es poco vista por estos lares, tampoco es inconcebible y puede ser rentable para el movimiento en su conjunto y las ambiciones individuales de cada quien.
Los cinco precandidatos tienen la palabra.