Sobrevivir es continuar estando sin ser, porque para estar, nomás hace falta que el cuerpo tenga todas las señales de que está vivo, aunque no esté, pero que, sí hace como que existe, en una de esas y los demás se la terminan creyendo.
En cambio, para ser, habría que encontrarle, o de perdido inventarle un significado que medianamente justifique la existencia.
Los sobrevivientes son como zombis que perdieron algo en el camino y andan detrás de otro algo, aunque no sepan muy bien que sea, tal vez también sea cerebro. Sobrevivir es imaginar que todavía hay algo por ahí por lo que pueda valer la pena subsistir.
Los sobrevivientes andan todos los días muy ocupados intentando hacer eso que les da su calificativo, tanto, que les es imposible siquiera percatarse si alguien más anduviera en esas mismas subsistentes circunstancias, les es innecesario.
Eso es lo de menos, lo de más son ellos mismos viviendo, aunque sea por encimita, individualmente y medio resignados a que, para andar en el mundo, no hay ni siquiera que sentirse vivo, con medio respirar, medio dormir y medio comer es más que suficiente.
Viviendo más o menos en estado bestial, vegetal o marginal, como una chiva, un brócoli o un náufrago.
Los que sobreviven perdieron su sombra como Peter Pan y se la pasan buscándola en el suelo, con la mirada agachada corren la fortuna de encontrarse algún billete o una caca de perro.
Es común encontrarlos fumando, bebiendo o consumiendo cualquier cosa que les haga más o menos recordar lo que se sentía estar vivos. Algunos se ponen a correr, otros van al gimnasio y algunos más se ponen a escribir sobre cualquier tontería que deje testimonio de que todavía andan por ahí; hacen poemas, ensayos y se toman fotos con sonrisas, pero sin sombras.
Los sobrevivientes son como gatos en la última de sus vidas. Respiran porque no son conscientes de que lo hacen. Hablan y dicen lo que dicen todos. ¿Cómo estás? ¿Bien y tú? También bien. Ah que bueno.
Es un gusto. También el mío. Hola. Adiós. Salud. Gracias. Por favor. Si es usted tan amable. Saludos cordiales. Ya no escriben melancólicos Te extraño, Te quiero, Te adoro ni demás cursilerías innecesarias.
De vez en cuando cantan que si “los mares de las playas se van”; que “ojalá que las hojas no le toquen el cuerpo cuando caigan”; o que “cuántas luces dejó encendidas” y todas esas letras que son como credos de los que sobreviven, mismos que, de repente, aunque no canten, además de la sombra también se les escapan ridículos suspirillos que nomás dan innecesaria evidencia.
Sobrevivir es tomar algo para dormir y otro algo para despertar. Los que logran sobrevivir no se murieron porque ya ni falta les hizo. Se vuelven inmunes al maltrato y vulnerables al bueno. Van deseando que caiga una tormenta tan intensa como la que llevan permanentemente disponible en los lagrimales.
Se identifican con los niños, las ventanas y los gatos. Evitan verse tanto al espejo porque no vaya siendo que les reclame algo el sobreviviente del otro lado, que les sonría o les diga que le echen ganas, que todo va a estar bien y todas esas optimistas y ridículas cosas que de vez en cuando dicen los mentirosos espejos.
Para que los sobrevivientes sigan más o menos cumpliendo su dignísima labor les hace falta al menos un par de cosas. Por un lado, mantener una pequeña brasa de lo más parecido a la vida para que no todo se vuelva desenamorado polvo o humo y, por otro, aproximarse a casi cualquier inflamable cosa que permita volverse hoguera de vez en cuando.
El triunfo de los sobrevivientes es dejar de serlo, vivir sin preposiciones ni atrincherados suspiros, volverse sombra, tormenta y ventana. Declararse incompetentes en miradas constantes, palabras precisas y sonrisas perfectas.
Lamentable y desafortunadamente para su propio perjuicio, andan los sobrevivientes todos los días muy ocupados.