Teúl, 1,850 años de edad
El fin de semana pasado estuve en el Teúl de González Ortega. Ya sabe usted, es una ciudad situada en el sur, muy sur del estado. Es uno de las comunidades de la carretera Zacatecas-Jerez-Tepetongo-Huejúcar- Santa María de los Ángeles-Colotlán-Momax-Tepechitlán-Santa María de la Paz-Teúl-García de la Cadena… Guadalajara. La experiencia, al transcurrir por esos pueblos, es zambullirse en historias y paisajes distintos a los del centro y norte del estado.
La asistencia a la ciudad del sur fue cultural: participar en las acciones conmemorativas por el décimo aniversario del Museo de Historia del Teúl. Organizó el Comité de Pueblo Mágico, presidido por la joven empresaria Estrella Correa y colaborada del cronista Ezequiel Ávila y otros trabajadores municipales, cito a Karla González.
Al Museo le proporcionaron más elementos para seguir mostrando la trascendencia indeleble del lugar, el cual no es un punto local y asilado, tiene tantos nexos que lo suyo es un hinterland histórico.
Otro acto, que me causó grata impresión fue la conferencia que dictaron los arqueólogos Peter Jiménez, Laura Solar y Luis Octavio Martínez Méndez en el auditorio parroquial; también hicieron una visita guiada a la zona arqueológica cerro del Teúl.
Una expresión de Peter queda: el Teúl es “un pueblo que tiene apenas unos 1,850 años de edad. Por algo los dioses…” [véase la conferencia en https://fb.watch/kTSF59Iub6/]
El domingo, además del recorrido y la visita a una mezcalera, en los emblemáticos portales se realizó un festival gastronómico y de productos artesanales.
Créame: la sazón es propia de las manos y gusto de los teultecas, me refiero que saben de especias, cantidad de sal y formas de preparación. No hay grasas y porciones de más. Degusté tortillas hechas con prensa manual; atole de grano, ligerito para uno o dos vasos.
Probé el pajarete con leche directa de la vaca; consumí gorditas de horno con hoja de roble; tacos de guisados; salsa con tomatillo, de molcajete. Recordar me hace salivar.
Cuando participé, en lugar de presentar el libro Los decimonónicos, hablé de lo importante que me es el Teúl en mis investigaciones. No abordé el volumen porque el maestro Hugo Ávila Gómez –amigo desde los tiempos de la universidad- hizo una generosa reseña. Tan bien habló, que los ejemplares se agotaron y provocó distribuir copias en pdf, incluso para adultos no habituados a ese soporte.
San Juan Bautista del Teúl me es referente en la investigación permanente de cómo fue el proceso de ciudadanización en la entidad –un tema inacabado y presente-.
He revisado expedientes de cómo la comunidad consolidó su ayuntamiento constitucional, pese a las adversidades impuestas al ser dependiente administrativamente de Tlaltenango. Tanto se desarrolló el pueblo, que en el lustro 1845-1850 pugnó por convertir la categoría de pueblo a villa, incluso solicitó el nombre de Francisco García Salinas para el lugar.
Los gestores mayores de la conversión fueron Jesús González Ortega y José María Sánchez Román, dos repúblicos locales avocados en el desarrollo económico y la libertad política.
Además de los procesos de ciudadanización y republicanismo, el Teúl me es indispensable porque desde allí dos generaciones de hombres católicos iniciaron dos movimientos revolucionarios. Las acciones de la dupla González Ortega-Sánchez Román se vincularon a la Reforma mexicana, lo suyo era la desmonopolización de lo estancado.
El otro grupo es el que encabezó don Manuel Caloca Castañeda, el hombre armado que preparó la rebelión de 1910 con el fin de hacer efectiva la rotación democrática de los grupos.
Los vínculos de la entidad con la Reforma y la Revolución no se entienden sin lo hecho desde el Teúl, por los personajes citados.