Ramón, 135 años
Para los integrantes del Comité Pro Centenarios de Ramón López Velarde, en Jerez.
Esta semana –para ser precisos, ayer jueves 15 de junio de 2023-, se arribó al 135 aniversario del nacimiento de Ramón López Velarde. Por diferentes vías, él –persona, trayectorias y obra– es tema habitual. Sabemos: nació en Jerez; estudió Derecho y tuvo dilección juvenil por la política; enseñó literatura en las escuelas Preparatoria y de Altos Estudios de la Ciudad de México; publicó en periódicos de Guadalajara, Aguascalientes, San Luis Potosí y la capital del país –en Zacatecas hubo y hay trascripciones de lo publicado en aquellos lares–; se integró a varias sociabilidades literarias, no fue de una sola facción; publicó dos libros y concibió otros volúmenes literarios; murió a los 33 años, soltero, sin hijos, ni auto y menos con casa propia.
El aprecio a la obra velardeana es evidente en la academia y en escritores de diferentes edades. Está lo dicho por Xavier Villaurrutia, Enrique Fernández Ledesma, José Juan Tablada, Octavio Paz, José Luis Martínez, Elena Molina Ortega, Marco Antonio Campos, Vicente Quirarte, Gabriel Zaid, Guillermo Sheridan, Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Alfonso García Morales, Juan Villoro, Ernesto Lumbreras, Alejandro García Ortega, Gonzalo Lizardo, Fernando Fernández, Javier Acosta, Berenice Reyes y Edgar A. García Encina… las revistas Dosfilos, Corre, Conejo, Letras Libres, Vuelta, Nexos… los suplementos La Gualdra, Crítica…
La obra velardeana no es privativa de algún conglomerado intelectual. Merced a los profesores de las escuelas primarias y secundarias, los estudiantes leen y declaman –tómese como teatro o lectura en voz alta- ciertos poemas y algunas prosas. El hecho no significa que la difusión popularice en demerito, por el contrario, la lectura como medio cultural facilita para configurar una acción trascendente: acceder al mensaje poético de Ramón.
Aunque me va su vida civil y la faceta de poeta que labora para pagar sus gastos sin beca, anoto parte de las vertientes velardeanas: abordó extremos y descripciones minuciosas; están los olores de sacristía y chismes de campanario; la negativa al matrimonio y la soltería sin remordimiento; erotismo y moral; la patria desde lo cotidiano de la casa con utillaje promedio; creyente del Altísimo y practicante de límites con atrición; la vorágine de la vida moderna y el movimiento de los árboles; la musicalidad en el lenguaje, el uso del adjetivo y la acentuación como asalto poético.
Ramón López Velarde fue un escritor –poeta, prosista, periodista, abogado, profesor, ensayista, amanuense para sí–. El jerezano nos es común porque es un poeta nacional, como lo acuña la fase celebratoria, y es vate universal por el reconocimiento en la lectura neófita y la comprensión sagaz del intérprete especializado. También es un héroe –sin uso de violencias–, porque su obra ha conseguido configurar redes de lectores que en el lenguaje vislumbran las novedades de su presente en los presentes sucesivos.
Como lector de López Velarde tengo mi top de poemas y prosas, del Minutero al Don de febrero y La sangre devota; artículos de La Nación y algunas cartas a Eduardo J. Correa y textos en El Observador. Procuro lo civil poético sobre las contundencias poéticas que lo distinguen en Pacheco, Allen y Paz. Me atraen las remembranzas infantiles –escribir recordando / caminar mirando Jerez–; también las defenestraciones políticas contra quienes eran rémoras del porfiriato, siendo él un opositor católico; no olvido sus conocimientos sobre logias y ceremonias masónicas, aunque diga que no portó insignias de masón. Le procuro como uno de los burócratas que laboró sustituyendo un régimen – ¡trabajó en la Secretaría de Gobernación en el emergente espacio de la laica Constitución de 1917!– Cómo me entusiasma su candidatura a diputado federal.