Al parecer en esta efímera y presurosa vida no hay gente buena ni mala, solo una con más necesidades que otra, todos con sus ausencias de atención, amor, comprensión o ternura. Es así que la habladuría puede radicar en la búsqueda por satisfacer esas subjetivas faltas.
Por fortuna, siempre existen los dispuestos a venerar lo satisfactoriamente necesario. No vaya el mundo a representarse sin un mensaje oculto y anden los detectivescos cizañosos reprimidos. Aparentemente, nada más difícil que la cochina incertidumbre. Como si el mundo no fuera lo suficientemente equívoco, ambiguo y confuso para ser, de vez en cuando, tantito o tantote chismoriento.
No siempre abunda la claridad, por lo que, a veces resulta imposible ser lo suficientemente feliz como para no andarse metiendo en la vida de otres. Aunque, seguramente, alguien chismea también sobre los chismosos, en esa dinámica es poquito difícil salir impoluto del rumoroso mojón.
Dicen que la diferencia entre el rumor y el chisme es que el primero puede estar inocentemente equivocado, podría incluso, no ser verdad, aun así, se difunde el mensaje sin jorobar intencionalmente; en cambio el segundo sí requiere poquito venenillo, mala leche, dolo, preterintención o como se le quiera decir a esas perversas ganas de borrar las sonrisas ajenas.
Cotillear requiere unas casi imperceptibles ganas de incomodar, o como dicen que decía Jesusitocristo “ser hijos de su padre el diablo”. Tristemente a los pobres chismosos nadie les pregunta si están bien, si ya comieron, si alguien ya los amó hoy, ayer o al menos alguna vez en su vida; no les consultan cómo traen de mohosa la conciencia.
Ahí andan los pobrecillos chismosos teniendo que parar oreja para poder sentirse al menos poquito importantes, medianamente significativos, aunque sea a base de falacias, mutilando hechos ajenos, juzgando duro, pero siempre incomprendidos, desatendidos, miserables e insulsos los semovientes.
Verdugos
Los infelices chismosillos aprendieron mirando la novela, a la Chapoy y a la Bozzo, leyendo TV Notas o ya de perdido en el chismarajo familiar disponible. Son cómplices de las ventanas, la oscuridad y la espalda. Pero no se malinterprete, aprendieron a la mala.
A lo mejor o más bien a lo peor alguien chismeó sobre ellos, sobre sus cuerpos, mentes o sus malas decisiones; tal vez sobre errores, deformidades o sus monstruosidades. Algo menesteroso han de tener que les produce poquito orgullo, quizás resultado de pobreza mental o estupidez rebosante.
Tal vez la vida les hizo creer en el karma, pero como nunca llegó la triple justiciera oriental, se volvieron el verdugo. Que si alguien trae lo pelos despeinados, muy redondos los cachetes, demasiadas o ínfimas las pecas, muy claro u oscuro el color del pellejo, chaparros, gordos, con un ojo visco y más grande que el otro; que si les falta mundo o que si les sobra, que si son patanes, cínicos o engañadores. Todo es potencial chisme en la correcta lengüita bifurcada.
Y es que si quieren saber de tu pasado no es preciso decir tanta mentira, cualquier mundo ajeno es suficientemente raro, disfuncional e incomprensible como para hacerle intriga.
Chismear requiere complicidad, por eso se necesita otro homónimo viperino para compartir mensaje, que brinde certidumbre y disipe aburrimiento; en banqueta, café u oficina, que se diga quedito porque capaz que alguien escucha y lo desmienta.
El chisme teatraliza más la vida, soltando medias verdades a cuenta gotas pal’ misterio. Siempre asúmese mejor persona el chismoso que el chismeado, luego cómo podrían sentirse contentillos, honorables, menos gaznápiros, esos que va a redimidos por el inmolado en turno, hasta que se necesite otro buen chismarajo, para seguir viviendo esta efímera y presurosa vida, en la que alguien tiene que ser el malvado villano para que los otros, que no son buenos ni malos, chismeando sean.