Una vez dijo un sensible hippie que el tiempo era eso que pasa mientras se hacen otros planes, lamentablemente el pobre pacifista partió tan joven de este apresurado mundo que no pudo saborear despacito la razón de su trágica sentencia.
La cosa está en que pensar sobre el paso del tiempo, además de servir para saber la hora, casi siempre parece carecer de utilidad práctica, sobre todo, bajo un exigente ritmo vital en el que frecuentemente anda faltando tiempo para hacer algo sin planear, a menos, por supuesto, que uno se declare sensible hippie y disponga de su tiempo más para pensar en lo que siente o sentir lo que piensa que en hacer proyecciones a futuro, porque de algún modo, planear es anticiparse de una muy optimista manera, a ese inevitable y breve transcurrir inherente al ser; eso que pasa, se haya planeado, o no.
Afortunadamente para todos los que no se declaran sensibles hippies, el tiempo se les presenta ya segmentado y digerible, ya sea como diminutos tictacs o como gordas agendas forradas de piel; quizás como graduales ciclos escolares o como el checador dactilar de un horario laboral; tal vez como los cinco minutitos del cigarrillo o como lo que tarda en cambiar el semáforo para recordarse respirante; como abril o como noviembre; como las dulces primaveras o como los 60 y más.
Casi cualquier medida de tiempo tiene nombre y si no lo tuviera se le puede nombrar momento, instante o ya con mayor desfachatez, nomás un rato; términos, que aunque parezcan carentes de objetividad, casi todos pueden jactarse de saber más o menos cuánto duran, al menos aquí y por supuesto, en estos tiempos.
Aunque esté por demás especificarlo, solo los vivos miden el tiempo, claro que seguramente porque los muertos tendrán mejores cosas que hacer o en todo caso mejores cosas que dejar de hacer, como ser sensible hippies, objetivos o nomás.
Por ejemplo ser; irse al descanso eterno, pasar a una mejor vida o todos esos eufemismos que inventan los que siguen midiendo su tiempo hasta que les llegue la hora de no medirlo más, todo sea para no angustiarse tanto nomás de esperar la trascendencia, que es otro eufemismo para disfrazar la estirada de pata.
Noviembre es el mes de los muertos, pero nomás al principio, porque ya después casi es Navidad, que significa algo así como nacimiento, pero en términos judeocristianos y porque también hay ratos en los que habría que olvidar a la muerte, a menos que por supuesto, necesite recordarse para poder seguir viviendo.
Otro sensible hippie que admiraba al hippie del principio, decía que su muerte le hacía pensar en el desamparo y que constantemente simulaba con su vida la vida del primero, al que recordaba entristecidamente cada vez que podía, pero que reconocía como inspiración y guía.
Y es que, al parecer, el tiempo rescata del desamparo, pero a la vez lleva hacia allá; qué tristes se ponen los ojos que ven otros ojos que se cierran para siempre, pero qué felices las miradas infantiles que ven todo por primera vez.
Tenemos ojos infantiles contenidos en cuerpos cada vez con menos tiempo, que envejecerán bastante, en el mejor de los casos, simulando el desamparo de la brevedad que dura nacer las veces necesarias para continuar viviendo o muriendo, ya depende de la tragedia deseada.
Así pues, de las decisiones más difíciles hay sobre qué hacer con el tiempo de vida, y es que mientras más se tarde en encontrar un buen motivo, menos tiempo anda quedando, por eso hay que recurrir frecuentemente a buscar más o menos pretextos para que valga la pena hacer eso que le dicen vivir, a veces formar una familia es suficiente, otras, con tener un trabajito, un cochecito y una casita basta, mejor si se puede tener todo lo anterior y no tan chiquito.
Aunque tampoco es garantía de nada, porque vivir finalmente podría ser justificar seguirlo haciendo, háyase planeado o no, siéntase o no, pero hacer planes para mañana, la próxima semana o para el próximo cumpleaños, qué llegará o tal vez no, porque en una de esas por más planeadores, se van a acabar los tictacs y ya será innecesario voltear a ver la hora.