Expertos en lo adecuado
Los objetos son ideas materializadas con ciertas utilidades convencionalmente aceptadas, con todo y sus limitantes. Pensar en el uso adecuado de las cosas implica renunciar a lo inadecuado y poner límites a una imaginación desbordada.
Ante la necesidad, se puede destapar una botella con mil objetos. Un cenicero puede convertirse en pisapapeles, un ladrillo en sujetapuertas y, fácilmente, un tornillo en sacacorchos.
Las cosas encierran conceptos utilitarios que se asignan con el tiempo, aunque, algunas veces, no quede muy claro y cada vez, con más frecuencia, haya que recurrir a las populares “sugerencias de uso”.
Éstas sirven para mostrar, entre otras cosas, cómo no equivocarse al servir cereal, arroz o pasta de dientes; combaten el error de usar las cosas. Por eso a los niños hay que estarles diciendo constantemente cómo debe jugarse y cómo no.
Hay que decir que al balón se le patea y al papalote se le vuela. Los adultos que enseñan, aprendieron también a respetar la utilidad convenida de los objetos, no vaya a ser que algún sujeto patee un papalote, vuele un balón o intente comer arroz con un cepillo dental.
Los expertos en el uso de las cosas sufren cuando alguien come con las manos o toma vino de la botella. Hay un adminículo propio para casi cualquier necesidad: abrir una carta, pisar un papel o parar las aguas.
Afortunadamente, la degradación de la creatividad va siendo respaldada por la utilidad explícita de los objetos y frecuentemente contenida entre los nombres de las cosas.
Los que usan objetos fuera del contexto para el que se hicieron, corren el riesgo de ser juzgados de dos maneras: locos o genios. La creatividad se ha convertido en una actividad de fácil explicación, pero de difícil realización.
La genialidad es algo así como no tener tantas limitantes al pensar o al actuar, existir sin que las restricciones impidan llegar a concluir algo que sorprenda a los menos genios, hacer extraordinarias las cosas comunes, tengan o no utilidad práctica.
Para los creativos, dependerá del alcance que tengan sus propuestas y sobre todo, el juicio público. Se podrá transformar el agua en combustible o abrir con más creatividad una botella.
En el escenario del mundo, los aplausos validan la actuación. Si no se opta por el camino creativo, podrán seguirse otros parámetros para abrir correctamente las cartas, abrir adecuadamente el vino o cepillarse correctamente los dientes.
Las actividades más cotidianas para unos, se vuelven extraordinarias para otros y, mientras alguien esté dispuesto a pagar por algo, es posible aprender cómo deben hacerse las cosas de la manera “correcta”.
Hay escuelas para aprender a utilizar adecuadamente los cubiertos en una cena, los pies en un baile y la imaginación en una sociedad. También se aprende a enseñar, porque saber algo no garantiza saber usarlo o compartirlo.
El uso adecuado de las cosas aporta rumbo ante la inapropiada dificultad del sentido. Por eso, con frecuencia, los más viejos a veces sin saberlo, se hacen expertos en algo.
El simple paso del tiempo y la repetición aprendida del uso de las cosas aportan experiencia, aunque sea, en hacer muchas veces algo que se aprendió a hacer mal.
Los objetos son ideas materializadas con ciertas utilidades convencionalmente aceptadas, con todo y sus limitantes. Pensar en el uso adecuado de las cosas implica renunciar a lo inadecuado y poner límites a una imaginación desbordada.
El acuerdo dicta que no se debe ser tan creativo ni todo el tiempo. En una cena importante, en un baile de gala o en cualquier escenario donde el comportamiento se vuelve la principal actuación, hay que seguir la convención.
Ante la duda, sobran sugerencias de uso casi para todo, excepto, por supuesto, para el sentido.